PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
14 de Agosto de 2022
Domingo de la Vigésima Semana Durante el Año
Lecturas de la Misa:
Jeremías 38, 3-6. 8-10 / Salmo 39, 2-4.18 Señor, ven pronto a socorrerme / Hebreos 11, 1-2. 8-19
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 12, 49-53
Jesús dijo a sus discípulos:
Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!
¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
El Señor, Padre bondadoso, por amor a sus hijos, la humanidad completa, a todos quienes se han atrevido a ponerse a su servicio les dio este don: «puso en mi boca un canto nuevo» (Sal), uno que hace ver las situaciones que impiden que los más débiles entre nosotros puedan ser felices. Precisamente los causantes de esto querrán bloquear este mensaje diciendo de cada uno de aquellos: «no busca el bien del pueblo, sino su desgracia» (1L). Debido a esto, sucede que, lamentable, pero necesariamente, el seguidor de Jesús no trae paz, sino división (Ev) y deberá enfrentar, por ello, consecuencias similares a su Maestro: «piensen en Aquél que sufrió semejante hostilidad por parte de los pecadores» (2L). Pero, así como él de esa manera encontró la felicidad eterna, nosotros estamos también invitados a encontrarla siguiendo su ejemplo y enseñanzas.
Sin miedo, pero sin violencia.
En nuestro país y en nuestro tiempo se ha instalado un concepto que habla del respeto y el combate a la humillación y la degradación de las personas. Este es el de “dignidad”. Sin embargo, hay personas que resisten esto que parece tan positivo. Y ocurre así porque quienes lo enarbolan ven el mundo de una manera distinta a la de ellos.
Y, por otro lado, estos mismos relevan la palabra “vida”, su cuidado y protección siempre. Pero esta palabra suele ser vilipendiada, a su vez, por los primeros, por un motivo parecido al anterior.
El problema, por lo visto, no son las ideas, sino quienes las promueven.
Algo semejante le ocurrió a Jesús.
Sus palabras y acciones apuntaban, precisamente, a devolver la importancia inherente a cada uno de sus hermanos de humanidad. Por ejemplo, los enfermos de su tiempo eran considerados impuros, por lo tanto, perdían su dignidad de personas, expresada en exclusión de la sociedad.
El Maestro tenía plena conciencia de esto. Por eso, dedicaba gran parte de su tiempo a sanar y, en ocasiones, literalmente devolvía al enfermo curado al seno de su comunidad, a un representante de ella: «Mientras Jesús estaba en una ciudad, se presentó un hombre cubierto de lepra. Al ver a Jesús, se postró ante él y le rogó: “Señor, si quieres, puedes purificarme”. Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo quiero, queda purificado”. Y al instante la lepra desapareció. Él le ordenó que no se lo dijera a nadie, pero añadió: “Ve a presentarte al sacerdote…”» (Lc 5,12-14).
Otro foco importante de su ministerio, de su dedicación, es que, también, de él se conoce que es un fiero combatiente contra la muerte, porque ama la vida y busca darla en abundancia (Jn 10,10), resucitando a otros y llegando hasta el punto de entregar la propia si es necesario para que los demás vivan fecundamente (Jn 12,24).
Pues bien, como sabemos, pese a que Jesús «pasó haciendo el bien» (Hch 10,38) de estas y de muchas otras maneras, aquello no lo transformó en una “monedita de oro”, como se dice de los que buscan caerle bien a todo el mundo, sin excepciones. Al contrario, como lo que mencionábamos al comienzo, lo evidentemente bueno que realizaba era neutralizado en la mente de sus contradictores porque venía de quien estaba en “otro bando”, al punto de que con ironía les pregunta: «Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿Por cuál de ellas me quieren apedrear?» (Jn 10,32).
Es que el Nazareno hacía el bien, pero no dejaba de decir lo que le parecía que estaba mal. Recordemos que, hablando de los maestros de su religión -los que, debido a la estructura de la sociedad en la que vivían, eran muchas veces dirigentes políticos a la vez-, pese a que les reconoce la autoridad de sus enseñanzas, se atreve a decir: «no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen» (Mt 23,3). Y a ningún dirigente (ni entonces ni hoy) le gusta la crítica.
Pero no se quedaba ahí, ya que también era capaz de cuestionar firmemente a sus propios compatriotas, orgullosos creyentes que despreciaban a los paganos que no pertenecían a su pueblo y no adoraban, como ellos, al Dios Único. En una ocasión, incluso, se atreve a ponerlos por debajo de un pagano que -peor aún-, representaba a los invasores romanos: «Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe» (Mt 8,10).
Si hubiese existido democracia en su tiempo, no habría tenido mucho éxito electoral.
Ni qué decir de cómo hubiese sido “crucificado” por las redes sociales si aquellas hubiesen estado presentes por aquel entonces….
Por último, recordemos que su palabra tampoco se
ablanda ante sus amigos, porque, como hemos dicho, no es nada de acomodaticio;
para él, lo que está mal, lo está, sin importar quién es el que se equivoca.
A modo de ejemplo, entre muchos otros, tenemos la situación en que «le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: “Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos”» (Mc 10,13-14).
Es que los apóstoles habían aprendido en su cultura que a los maestros de religión no se los podía importunar, menos por quienes eran considerados inferiores, como era el caso de los niños. Ya aprenderían con el tiempo y los enojos de su compañero a cambiar su forma de entender lo correcto.
Que Jesús fuera conflictivo choca con nuestra imagen buenista de él. Pero además nos puede sacar de nuestra cómoda forma de enfrentar la vida, evitando conflictos, sin dejar de decirnos cristianos.
Porque cuando el evangelio ha sido usado como “opio del pueblo” -porque lo ha sido-, se lo ha hecho traicionar la esencia del mensaje de quien vino «a traer fuego sobre la tierra».
Y cuando el cristianismo ha optado por una especie de paz conciliadora a cualquier costo, acallando injusticias e inequidades, ha tergiversado la palabra y la acción de quien señala que ha «venido a traer la división».
Que podamos aprender la sana conflictividad nacida de la fidelidad a tu mensaje, Señor. Que no olvidemos que seguirte es hacer el bien siempre, pero sin temer denunciar el mal, ambas actuaciones cuando el hermano/a prójimo/a lo necesite. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, encontrar la coherencia de ser mansos como palomas viviendo el mandamiento del amor, sin dejar de ser astutos como serpientes cuando se necesite ser valientes ante los injustos,
Miguel.
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