miércoles, 23 de noviembre de 2022

Esperar su venida con una actitud gozosa

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

27 de Noviembre de 2022                                        

Domingo de la Primera Semana de Adviento

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 2, 1-5 / Salmo 121, 1-2. 4-9 ¡Vamos con alegría a la Casa del Señor! / Romanos 13, 11-14

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     24, 37-44


En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos:
Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada.
Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor.
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Con el lenguaje apocalíptico propio de la Biblia, Jesús nos hace esta advertencia: «Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor» (Ev), pero lejos de intimidarnos, debiese producir en nosotros el anhelo de que ocurra pronto, porque ese “día” «Él será juez entre las naciones y árbitro de pueblos numerosos. Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra» (1L), esto debido a que ya no serán necesarias las armas, porque el todos contra todos será reemplazado por el todos con todos, unidos en Él, que es la fuente del amor. En preparación de aquello, «vistámonos con la armadura de la luz» (2L) para dar el combate de la fraternidad que nos haga cantar y repetir: «Por amor a mis hermanos y amigos, diré: “La paz esté contigo”» (Sal).

Qué tristeza los cristianos tristes.

No sólo se puede decir de los «tiempos de Noé»; de todas las épocas de nuestra historia humana se puede decir lo mismo: «la gente comía, bebía y se casaba […] y no sospechaban nada».

¿Y qué habrían de sospechar? Si la vida transcurre así, normalmente, el 99% del tiempo, casi sin novedad… sólo ocasionalmente algún evento mayor rompe esa normalidad.

La pandemia (y en el caso de Chile, el inmediatamente anterior “estallido social”) nos deja una sensación así: rompió lo que estábamos acostumbrados y es difícil recordar cómo era la normalidad antes de que ésta se desatara, pero progresivamente fuimos acomodándonos a esa realidad y hemos ido volviendo a comer, beber y todo lo demás naturalmente.

Pensemos un poco: no tendría sentido entender de este tipo de textos que Jesús estuviese promoviendo el dejar de vivir la sencillez del día a día para pasar a una existencia en que predomine el miedo al futuro…

Al menos eso no calzaría con lo que sabemos de él: que quiere -porque se siente enviado por su Padre a esto- que tengamos vida en abundancia (Jn 10,10), es decir una vida grata y dignamente vivible, hoy y en esta tierra.

De lo que puede tratarse, ya que viene del profeta de la misericordia generosa de Dios (de la misma que está completamente teñido su propio mensaje y su accionar), es de que no se nos olvide que no fuimos creados para empantanarnos en las miserias de la pobreza de humanidad que lamentablemente nos caracteriza, sino que somos “una flecha dirigida al corazón del cielo”, como canta un autor chileno.

Y esto debiese ayudarnos a vivir nuestros días llenos de gozo, no del terror que predican otros que se llaman cristianos, pero que parecen seguir a un Dios distinto…

Porque, ¿para qué habría hecho Dios una creación perfecta (Gn 1,31) si no íbamos a tener derecho a disfrutarla?

¿Acaso debemos estar tristes en medio de las fiestas humanas? ¿o amargarnos ante los momentos bellos que nos tocan o que embellecen la vida de los que amamos?

¿Acaso a Él, o a alguien, le sirve que estemos a la espera del «Día del Señor, día grande y glorioso» (Hch 2,20) con el ceño adusto y el rostro agrio?

No olvidemos que, en una ocasión, cuando el Maestro quiso dar pistas acerca del encuentro con la Plenitud final la comparó con una de las actividades más alegres que conocemos los humanos: un banquete de bodas (Lc 14,16-24).

Es que el Jesús que nos presentan los evangelios no es, para nada, un ser melancólico y taciturno, sino alguien que disfrutaba el vivir y el compartir con sus hermanos de humanidad.

Sólo mencionemos al paso, para sustentar esta afirmación, que su primer milagro lo realizó aumentando el “elixir de la felicidad”, que es el vino, en medio de una fiesta (Jn 2,1-11);

Que a él mismo le gustaba la amistad que se comparte comiendo y bebiendo (lo mismo que erróneamente podemos entender que parece criticar acá), al punto que lo cuestionaban diciéndole «Es un glotón y un borracho» (Mt 11,19);

Que gustaba de poner apodos graciosos a sus amigos, como “los hijos del trueno” a los hermanos Santiago y Juan (Mc 3,17), quienes habían tenido una reacción absurda ante quienes se oponían a la misión de su Maestro, proponiéndole: «Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?» (Lc 9,54), como si ellos tuviesen ese poder.

Otro mote célebre que quedó para siempre es el de Simón, a quien llamó Pedro o “(cabeza de) piedra” (Mc 3,16), porque, como podemos rastrear en los evangelios, su corazón era impulsivamente bueno, pero su entendimiento de las realidades del Reino andaba lerdo (Mc 8,31-33).

Y así, hay algunas otras pistas, más bien escondidas, del sentido de alegría con el que se movía Jesús, pero que a los redactores sagrados no les pareció bien resaltar, probablemente por temor a que sus lectores no se tomaran en serio el importante mensaje que él traía.

En fin, recordemos que evangelio significa “buena noticia” y las buenas noticias provocan felicidad (Prv 12,25), por lo que una advertencia como esta: «Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor»

, nos conviene entenderla, dado lo anteriormente expuesto, sin temor, como una invitación a hacer dicha espera sacándole el jugo a lo mejor de ser humanos: la convivencia alegre, el servicio desinteresado, el cuidado cariñoso, la solidaridad efectiva y activa.

De esa manera, la llegada del Amor nos encontrará haciendo lo que Dios quiso para nosotros y de nosotros cuando nos creó: «tú has puesto en mi corazón más alegría que cuando abundan el trigo y el vino» (Sal 4,8), dando tiempo, ternura y recursos, cuando se pueda, a sus otros hijos, nuestros hermanos, cuando lo necesiten «porque Dios ama al que da con alegría» (2 Cor 9,7) y esa debiese ser la forma correspondiente para esperar el regreso de quien todo lo dio con amor y gozo.

 

«Tú convertiste mi lamento en júbilo, me quitaste el luto y me vestiste de fiesta» (Sal 30,12). Que sepamos retribuir esa alegría aportando a la felicidad de los demás, tal como hiciste tú, Señor, cuando caminaste nuestros caminos y nos enseñaste a seguirte en esa misma senda. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, descubrir lo feliz que se es y se está cuando nos dejamos guiar por nuestro Maestro de una mejor humanidad, Jesús,

Miguel.

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