miércoles, 16 de noviembre de 2022

Un signo de que vamos por el camino correcto, no el más fácil

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

20 de Noviembre de 2022                                        

Jesucristo, Rey del Universo

 

Lecturas de la Misa:

II Samuel 5, 1-3 / Salmo 121, 1-2. 4-5 ¡Vamos con alegría a la Casa del Señor! / Colosenses 1, 12-20

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     23, 35-43


    Después de que Jesús fue crucificado, el pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!»
    También los soldados se burlaban de Él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!»
    Sobre su cabeza había una inscripción: «Éste es el rey de los judíos».
    Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
    Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que Él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero Él no ha hecho nada malo».
    Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino».
    Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Donde «está el trono de la justicia» (Sal) se encuentra «el Mesías de Dios, el Elegido» (Ev), nuestro Señor y Hermano, que es quien recibió este encargo: «Tú apacentarás a mi pueblo» (1L), porque sólo él, su actuar y su decir, es «Imagen del Dios invisible» (2L) hecho hombre para hacer posible que el Reino de la Paz, el Amor y la Alegría para todos comience a hacerse presente desde ese momento hasta la Vida eterna.

Si Cristo realmente reinase en nuestras decisiones…

Todos intentamos darle instrucciones a Dios: indicarle lo que debe hacer y cómo. Es decir, pretendemos que nuestros criterios son mejores que ningún otro… incluidos los Suyos.

Si alguien duda de esto, que revise lo que dice en sus oraciones.

Por otro lado, notemos que nosotros creemos que Jesús fue tentado una sola vez por el Diablo: aquella vez que se encontraba en el desierto, según la alegoría que nos cuentan los evangelios (Mt 4,1-11; Mc 1,12-13 y Lc 4,1-13).

Y no. Esa historia es simbólica de las muchas veces que el tentador (que es una de las traducciones de la palabra “demonio”) quiso desviarlo de su camino.

Sí, después de un ayuno prolongado «el demonio le dijo entonces: “Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan”» (Lc 4,3). Es decir, ¿qué puede tener de malo aprovechar algo de tu poder en beneficio propio?

Semejante, desde otro punto de vista, podría ser la tentación de creerse seguido por su mensaje cuando, después de usar sus habilidades, esta vez sí, para la necesidad de muchos, estos se las arreglaron para ubicarlo después que se alejó de ellos. A estos les dijo claramente: «ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse» (Jn 6,26) “y no voy a limitar mi misión a transformarme en una panadería ambulante”, podría haber agregado.

Como todos intuimos, lo “razonable” es que, a mayor poder, más posibilidades de realizar cosas, por eso el tentador le sugiere comprometer principios para lograrlo: «Te daré todo este poder y esplendor de estos reinos, […] Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá» (Lc 4,6-7).

Lo mismo ocurrió, precisamente después de ese evento en que dio de comer a la muchedumbre, el que dio como resultado algo que podía alejarlo de su dedicación al anuncio del Reino de Dios, muy distinto a los reinos humanos, por lo que «Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña» (Jn 6,15).

«Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: “Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: ‘El dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden’”» (Lc 4,9-10). Es decir: “ahórrate tiempo y esfuerzos y haz una entrada triunfal para dar a conocer de una vez lo especial que eres”.

Esto tiene similitud con la situación en que expulsa a los mercaderes del Templo en contra de la autorización que tenían de los líderes religiosos, ahí se lo tienta a demostrar que su poder es mayor que el de ellos: «Entonces los judíos le preguntaron: “¿Qué signo nos das para obrar así?”» (Jn 2,18), será en otra oportunidad que dará su respuesta a este cuestionamiento: «Si no hago las obras de mi Padre, no me crean; pero si las hago, crean en las obras, aunque no me crean a mí» (Jn 10,37-38): no son los portentos, sino las acciones misericordiosas y compasivas las que le daban autoridad de Hijo de Dios.

En fin. Toda su vida fue tentado a portarse juicioso, corrigiendo lo que realizaba y la forma que utilizaba para ello, a hacer las cosas como sus detractores consideraban que era lo correcto. Es decir, de darle instrucciones acerca de lo que debía -y cómo- actuar para ser un buen hombre sagrado.

Hasta su familia, con buenas intenciones, lo intentó: «de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer. Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: “Es un exaltado”» (Mc 3,20-21), lo consideraban fuera de sus cabales; que lo que hacía era irracional. Su respuesta es la conocida sentencia: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34-35). Lo que implica que no se dejaría tentar por el respeto a los lazos sanguíneos, sino que sería la fidelidad a Dios lo que guiaría sus pasos.

Y en el final de su vida, seguían probándolo, como nos recuerda el texto de hoy: «”Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!”. También los soldados se burlaban de Él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: “Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!”». En otras palabras: “¿Para qué sirve tu sacrificio? Si te bajas de la cruz, nos convences a todos”. Tentadora, pero desviadora oferta.

Entendemos, entonces, que un profeta que se respete, o sea, que se tome en serio su misión de interpretar en clave de Dios los acontecimientos y el devenir de su comunidad, sufrirá inevitablemente persecuciones, muchas de las cuales estarán disfrazadas de “sentido común”, para intentar, en nombre de la razón, convencerlo de abandonar la labor.

Es por ello que el escritor sagrado nos recuerda, hablando de Jesús, quien es nuestro paradigma de profeta y de alguien fiel a la voluntad de Dios, que «él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros» (Hb 4,15), las mismas tentaciones de cambiar lo que el Señor quiere por los criterios supuestamente más moderados y comprensibles para la mayoría (Is 55,8; Mc 8,33).

Pero hay dos temas al respecto que es necesario que nosotros, en nuestro presente, tengamos en cuenta al respecto:

Uno, que, ante la inevitable tentación, es necesario no olvidar que no estamos solos y orar para que el Padre nos oriente y nos fortalezca: «No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal» (Mt 5,13); y

Dos, que, según nuestro Maestro: «Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes» (Jn 15,20), por lo que, si no nos están tentando hay que revisar qué clase de cristianismo estamos viviendo que no merece tal forma de persecución…

 

Sabemos que «Dios es fiel, y él no permitirá que sean tentados más allá de sus fuerzas. Al contrario, en el momento de la tentación, les dará el medio de librarse de ella, y los ayudará a soportarla» (1 Cor 10,13). Que podamos ser lo suficientemente fieles para ser tentados y superar la prueba tomados de tu mano, Señor. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, aprender a no evitar las pruebas, sino a saber vencerlas,

Miguel.

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