PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
13 de Noviembre de 2022
Domingo de la Trigésimo Tercera Semana Durante el Año
Lecturas de la Misa:
Malaquías 3, 19-20 / Salmo 97, 5-9 El Señor viene a gobernar a los pueblos / II Tesalonicenses 3, 6-12
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 21, 5-19
Como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: «De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido».
Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?»
Jesús respondió: «Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: "Soy yo", y también: "El tiempo está cerca". No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin».
Después les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo.
Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre, y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí.
Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa, porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir.
Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán. Serán odiados por todos a causa de mi Nombre. Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas».
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Cada vez está más cerca el día en que «brillará el sol de justicia que trae la salud en sus rayos» (1L), que es nuestro Señor. Será el momento en que «Él gobernará al mundo con justicia, y a los pueblos con rectitud» (Sal). Es claro que una espera auténtica de ese acontecimiento no debiese efectuarse como ociosos (2L), sino siendo activos en la ayuda a que sea más digna la vida de los demás, como la única manera adecuada de dar un testimonio de Jesús (Ev) que sirva realmente.
Sin miedos, con confianza en el Señor del amor misericordioso.
Uno recorre el centro histórico de su ciudad y, en la medida que se tenga más años de vida, más posibilidades existen de que recuerde que antes en tal lugar hubo otra cosa (un cine, un restaurant, una vivienda) que estuvo mucho tiempo ahí y ya no.
Pero el llamado progreso no afecta sólo al centro, ya que progresivamente las periferias se van poblando de edificios donde hubo fábricas u otras construcciones a las que estábamos habituados.
Como sabemos, también, es importante revisar en los productos que consumimos la fecha de vencimiento, porque todos, unos antes, otros después, deben expirar.
Peor aún, en cuanto a expiraciones y a lo que nos toca más concretamente, como sabemos o nos vamos enterando progresivamente, nuestro planeta avanza hacia su extinción nada naturalmente acelerada por causa de nuestro descuido y hasta perversión en el uso de sus recursos.
No nos gusta pensarlo, pero la experiencia demuestra que de lo único que podemos estar seguros es de que todo tiene que llegar a su fin. Incluida, por cierto (y esto es lo que menos nos gusta) nuestra propia vida.
Cuando Jesús dice: «De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido», no es que sea pesimista, sino absolutamente realista; no está prediciendo el futuro, sino que parece querer decir: “es el curso natural de las cosas”.
Pensemos en grandes construcciones de imperios casi invencibles, como el romano, que hoy son meras ruinas visitadas por los turistas. O las llamadas siete maravillas del mundo antiguo, colosales obras arquitectónicas, de las cuales la mayoría sólo quedan reminiscencias.
Y, sin ir más lejos, de ese templo que se admiraban tanto sus compatriotas, único lugar en el que habitaba el Dios Todopoderoso, sólo existe hoy una pared a la cual han ido a gemir los judíos por su irreparable pérdida (por eso se le llama “muro de los lamentos”) durante siglos.
Tampoco es una gran novedad decir: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes», porque sabemos que esas tragedias azotan a la humanidad desde siempre y lo seguirán haciendo, porque así es la naturaleza y así somos.
¿Cuál podría ser el sentido de estas palabras de Jesús, entonces?
Tomando en cuenta el mensaje final: «Gracias a la constancia salvarán sus vidas», parece ser que se trata de una invitación a perseverar en la esperanza en que el amor misericordioso de Dios es mucho más grande que todo lo que parece dañino y terrible que hay, hubo y, tristemente, siempre habrá, ya sean males que afecten a la tierra, como las catástrofes y guerras; o a la comunidad, como los engañosos falsos profetas; o a cada uno personalmente, como en el caso de los malentendidos y persecuciones.
Un par de consejos para ayudarnos a lograr lo anterior, tomados del Nuevo Testamento:
Primero: «Él dará la Vida eterna a los que, por su constancia en la práctica del bien, buscan la gloria, el honor y la inmortalidad» (Rom 2,7). Entendamos el plural como algo que se facilita cuando lo intentamos junto a otros hermanos.
Y segundo: «Lo que cayó en tierra fértil son los que escuchan la Palabra con un corazón bien dispuesto, la retienen, y dan fruto gracias a su constancia» (Lc 8,15). Recordemos que tenemos al alcance nuestro esta invaluable herramienta, que es la Escritura Sagrada.
Si buscamos con constancia hacer el bien y dar buenos frutos de humanidad, combinando ambos elementos: realizándolo como comunidad y apoyándonos en la lectura, o, mejor, en la oración con la Palabra, estaremos ciertamente mejor preparados para enfrentar las inevitables dificultades en el camino de la vida, de tal manera de poder prepararnos convenientemente para el encuentro gozoso con el Señor cuando corresponda.
«Que el Dios de la constancia y del consuelo les conceda tener los mismos sentimientos unos hacia otros, a ejemplo de Cristo Jesús, para que, con un solo corazón y una sola voz, glorifiquen a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo» (Rom 15,5). Y que no olvidemos que la mejor forma de glorificarlo es viviendo el amor a otros, partiendo por los más desamparados. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, aprender a crecer en esperanza confiada y llena de fraternidad solidaria como preparación adecuada para cuando toque ir al encuentro final con el Señor,
Miguel.
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