PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
2 de Abril de 2023
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor
(Evangelio de la Procesión)
Lecturas de la Misa:
Isaías 50, 4-7 / Salmo 21, 8-9. 17-20. 23-24 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? / Filipenses 2, 6-11 / Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 26, 3-5. 14-27. 66
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 21, 1-11
Cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente, e inmediatamente encontrarán un asna atada, junto con su cría. Desátenla y tráiganmelos.
Y si alguien les dice algo, respondan: "El Señor los necesita y los va a devolver en seguida"».
Esto sucedió para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta:
«Digan a la hija de Sión:
Mira que tu rey viene hacia ti,
humilde y montado sobre un asna,
sobre la cría de un animal de carga».
Los discípulos fueron e hicieron lo que Jesús les había mandado; trajeron el asna y su cría, pusieron sus mantos sobre ellos y Jesús se montó.
Entonces la mayor parte de la gente comenzó a extender sus mantos sobre el camino, y otros cortaban ramas de los árboles y lo cubrían con ellas.
La multitud que iba delante de Jesús y la que lo seguía gritaba:
«¡Hosana al Hijo de David!
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Hosana en las alturas!».
Cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, y preguntaban: «¿Quién es este?".
Y la gente respondía: «Es Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea».
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
«Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea» (1Ev), consciente de la situación de que «el mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento» (1L), dedicó, por aquello, su vida a cumplir la Palabra: «Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos» (Sal), hasta el punto de sufrir la persecución de los poderosos de su tiempo, temerosos de perder sus privilegios, y, pese a «que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios […] Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz» (2L), de una manera tan impresionante que desde entonces hace brotar la exclamación: «¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!» (2Ev) y esas actitudes y disponibilidad a hacer la voluntad de Dios, sirviendo a sus hermanos, es, o debiese ser, nuestro ejemplo de vida.
Son más difíciles de vencer los límites mentales que los físicos.
Recordemos que se creía que nada bueno podía salir de Nazaret (Jn 1,46) y, por otro lado, que la experiencia demuestra que ningún profeta es bien recibido en su tierra (Lc 4,24). Incluso en una discusión entre fariseos sobre el Maestro, alguien refuta contundentemente: «Examina las Escrituras y verás que de Galilea no surge ningún profeta» (Jn 7,52).
Sin embargo, quien causa toda esta conmoción en la ciudad capital del país, sorprendentemente «Es Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea».
Es que aquellas afirmaciones son reflejo de sentimientos y actitudes muy propiamente humanos: habitualmente, prejuzgamos y somos duros en ese juicio previo a la oportunidad de conocer; también nos provoca envidia el que a otros los destaquen y se los alabe.
Como sabemos, durante el tiempo que Jesús misionó en nuestra tierra, cumpliendo la voluntad de su Padre (Jn 6,38), siendo testigo fiel (Ap 1,5) de su tremendo amor misericordioso, se dedicó a cruzar muchas fronteras, muchos límites físicos y, especialmente, mentales.
La frontera religiosa que separaba Judea de Samaria: «Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos» (Jn 4,9), porque ambos pueblos consideraban que estaban en la fe correcta: «Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar» (Jn 4,20).
Jesús, si bien al comienzo, muestra que ha sido afectado por esta influencia: «No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel» (Mt 10,5), posteriormente, como persona inteligente que era, cambió su parecer: cuando elabora una de las más preciosas parábolas sobre la solidaridad, el personaje ejemplar, a quien había que imitar, no es judío, sino samaritano (Lc 10,29-37). El mismo evangelista destaca la ocasión en que el Maestro curó a diez leprosos y se fueron, pero el único que regresó agradeciendo a Dios fue el que provenía de ese pueblo (Lc 17,11-18).
La frontera moral entre los supuestos puros y los pecadores: «El fariseo, de pie, oraba en voz baja: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas» (Lc 18,11-12).
Él, en cambio, en la misma parábola, releva más bien la actitud opuesta del otro personaje mencionado, símbolo de los pecadores, quien «manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”. Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero» (Lc 18,13-14). Más escandaloso aún fue cuando les dijo en su cara a las autoridades, representantes de la religión judía: «Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios» (Mt 21,31), porque demostraban creer.
La frontera cultural entre hombre y mujer: La mujer viuda debía esperar que los hermanos de su difunto marido contrajesen con ella matrimonio o manifestasen su negativa, sin la cual no podía ella volver a casarse (Mc 12,18-27); las escuelas eran exclusivamente para los muchachos; en las sinagogas había un enrejado que separaba el lugar destinado a las mujeres; en casa la mujer no era considerada para pronunciar la bendición después de la comida; tampoco tenía derecho a prestar testimonio en un juicio…
Sin embargo, Jesús, cosa no habitual, tenía relación pública con ellas y hasta discípulas (Lc 8,1-3; Mc 15,40-41); como si fuera poco, a la primera persona a quien se revela como Mesías es a la samaritana, ya mencionada al comienzo (Jn 4,26) y también la primera en ver y anunciar al Resucitado fue una fémina, María Magdalena (Mc 16,9), reconocida, por ello, como “la apóstol de los apóstoles”.
Y, la más importante frontera, aquella entre las ideas de Dios y las de los hombres (M
t 16,23), fuente de todas las fronteras mencionadas anteriormente.
Todas estas barreras derribadas, y más, provocaron el que al profeta nazareno se lo respetara, se lo valorara y se lo admirara, ni más ni menos que como representante de Dios: «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».
Se esperaría, entonces, de los cristianos, quienes nos consideramos sus amigos y seguidores en nuestro tiempo, que ayudemos a derribar barreras, límites, fronteras, mentales, culturales, religiosos, etc., que buscan segregar y discriminar entre los hijos del mismo Dios.
¡Hosana, a ti, Hijo de David e Hijo predilecto de Dios! Te pedimos, Señor, que sigas guiando nuestro camino hacia ser testigos fieles, como tú, del inmenso y eterno amor compasivo y misericordioso del Padre, respetando y valorando a nuestros hermanos siempre y en todo lugar y circunstancia. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, ser más acogedores, más inclusivos, más hermanos de nuestros hermanos, tal como hemos aprendido del Señor.
Miguel.
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