PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
26 de Marzo de 2023
Quinto Domingo de Cuaresma
Lecturas de la Misa:
Ezequiel 37, 12-14 / Salmo 129, 1-5. 6-8 En el Señor se encuentra la misericordia / Romanos 8, 8-11
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 11, 1-7. 20-27. 33-45
Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo.
Las hermanas de Lázaro enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas, está enfermo».
Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».
Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que éste se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea».
Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas».
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará».
Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día».
Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»
Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo».
Jesús, conmovido y turbado, preguntó: «¿Dónde lo pusieron?»
Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás».
Y Jesús lloró.
Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!»
Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podía impedir que Lázaro muriera?»
Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: «Quiten la piedra».
Marta, la hermana del difunto, le respondió: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto».
Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste.
Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».
Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!»
El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.
Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar».
Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en Él.
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
La esperanza cristiana, que es la fe en la resurrección, se sustenta en la promesa de Dios: «Yo pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán» (1L), y es explicada posteriormente por el Apóstol de esta manera: «si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes» (2L). Y esto gratuita y generosamente para todos nosotros, pecadores, «Porque en Él se encuentra la misericordia y la redención en abundancia» (Sal). Lo que sí se requiere es la fe: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?» (Ev). Es probable que respondamos rápidamente de manera afirmativa, pero para que sea fe en el Dios de la Vida, debe manifestarse en acciones que mejoren la vida de los demás.
Nadie, nunca, es “monedita de oro”.
Existe un cuentito que narra las peripecias de un anciano, su nieto y un burro en un viaje que estaban haciendo.
Primero, el abuelo, considerado y cariñoso, deja que sea el niño quien monte el animal, mientras él hace el camino andando. Pero se encontraron con que a la gente le pareció mal esto y los criticaban: “¡qué desconsiderado el niño que permite que el viejito haga tanto esfuerzo!”.
Hacen el cambio, pero a la gente le pareció mal esto y los criticaban: “¡viejo malo! ¿cómo puede ir cómodamente montado, mientras el niño tiene que caminar?”.
Modifican las formas de nuevo y esta vez ambos montan el burro, pero a la gente le pareció mal esto y los criticaban: “¡abusadores que recargan a ese pobre animal!”.
Deciden irse caminando ambos, pero a la gente le pareció mal esto y los criticaban: “¡ridículos que van a pie teniendo un burro para montar!”.
La moraleja, por cierto, es que nunca se debe tratar de agradar a “la gente”, porque nunca lo lograremos. Hay que guiarse por lo que se cree correcto e ir aprendiendo de las experiencias propias a descubrir qué se debe corregir y cómo, pero no de aquellos que critican desde su comodidad.
A Jesús le tocó muchas veces la crítica por lo que hacía y cómo. Podríamos decir que fue objeto de la incomprensión, la crítica y la persecución durante toda su vida: desde cuando su familia tuvo que escapar a Egipto porque Herodes lo quería eliminar ya bebé, hasta la misma cruz.
Se hizo enemigos por hacer el bien el día Sábado (Lc 6,6-11), se ganó la incomprensión por disfrutar las cosas buenas de la vida (Mt 11,19), fue cuestionado por compartir con los demás sin discriminar (Mc 2,16)… y un larguísimo etcétera.
Con todo esto, concluimos que, ni él, que pasó haciendo el bien (Hch 10,38), era lo que llamamos “una monedita de oro”. Pero que tampoco se interesó por serlo…
En el evangelio de este día, se reitera lo comentado: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto», «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podía impedir que Lázaro muriera?». Y hasta surgió la crítica velada desde lo racional: «(Jesús) dijo: “Quiten la piedra”. Marta, la hermana del difunto, le respondió: “Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto”»…
Si Jesús se hubiese dejado influenciar “por lo que dice la gente” poco o nada hubiese hecho y, por ello, habría sido olvidado hace siglos. Gracias a Dios, para él era más importante realizar lo que le parecía correcto, sin dejarse influenciar por lo que dice la gente.
Un ítem más en el que nos sería muy provechoso (y con ello, muy útil a los demás) tratar, cada vez más y cada vez mejor, de imitar las actitudes de nuestro Maestro.
Hay una frase muy audaz que dice “es mejor pedir perdón que pedir permiso”, porque sólo se equivocan los que hacen algo. Ayúdanos, Señor, a ser más fieles seguidores tuyos, buscando hacer lo correcto según la voluntad del Padre y pese a lo que puedan decir otros. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, abrir los ojos a la necesidad de ser audaces en la manifestación de la fe y a la mínima trascendencia que tienen los prejuicios y otros decires de la gente,
Miguel.
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