miércoles, 15 de marzo de 2023

Una fe ciega es una que no conoce todas las opciones

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

19 de Marzo de 2023                                                

Cuarto Domingo de Cuaresma

 

Lecturas de la Misa:

I Samuel 16, 1. 5-7. 10-13 / Salmo 22, 1-6 El Señor es mi pastor, nada me puede faltar / Efesios 5, 8-14

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     9, 1. 6-9. 13-17. 34-38


    Jesús, al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. Escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa «Enviado».
    El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: «¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?»
    Unos opinaban: «Es el mismo». «No, respondían otros, es uno que se le parece».
    Él decía: «Soy realmente yo».
    El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver.
    Él les respondió: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo».
    Algunos fariseos decían: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado».
    Otros replicaban: «¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?» Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?» El hombre respondió: «Es un profeta».
    Ellos le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?» Y lo echaron.
    Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?»
    Él respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?»
    Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando».
    Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Para la gente de su tiempo, ser enfermo era sinónimo de ser pecador, por consiguiente, alguien a quien se debía mantener marginada. Sin embargo, tal como «el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón» (1L), Jesús, no mira el pecado, sino a la persona y, sin que se lo pidan siquiera, sana a quien lo necesita (Ev) para devolverle su dignidad: «Antes, ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor» (2L). Nosotros, enfermos de tantas cosas y sanados tantas veces como lo permitimos, podemos cantar confiados, entonces: «Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida» (Sal) y, después, como el ciego del evangelio, creer y honrar al Señor.

¿Y si estuviésemos equivocados?

Si lo miramos sin apasionamientos, con frialdad (es decir utilizando la cabeza e inteligencia que Dios nos dio para usarla, no para anularla), podríamos descubrir que si somos cristianos es debido a circunstancias ajenas a nuestra voluntad que nos tocaron en la vida.

Tomemos nota: la mayoría provenimos de una familia con tradición cristiana (con mayor o menor compromiso con alguna de sus iglesias: da lo mismo);

Por su lado. nuestra familia se ha desarrollado en un país de fuerte influencia cristiana (hablamos de Chile, pero vale para casi toda Latinoamérica);

Si lo recordamos, nuestro país es cristiano, a su vez, debido a que fuimos colonizados por un imperio que se decía inspirado en esa fe. De hecho, como sabemos, expandir esta creencia (evangelizar) era uno de sus objetivos declarados al dominar a todo nuestro continente;

Por su lado, los antepasados de los españoles adscribieron a esta religión porque, en su momento, así lo ordenaba el imperio bajo el cual vivían sometidos: el romano;

Y, si tenemos algo de conocimientos al respecto, sabremos que aquel Estado, como sucedía con las tiranías de su tiempo, adoptó esta fe, y todos debieron aceptarla, después de que el emperador (Constantino) la hiciera propia.

Pues, bien, ninguna de estas circunstancias las decidimos nosotros, por lo que hay que asumir que somos cristianos por motivos más bien fortuitos… porque cualquiera de estos datos pudo haber sido distinto y, probablemente, la fe que defenderíamos sería otra.

Hay que agradecer, por cierto, el don de tener la posibilidad de ser seguidores del Dios que es Amor (1 Jn 4,9), del Profeta del servicio misericordioso (Mt 20,28) y poder ser impulsados por el Espíritu que derrama ese amor servicial en nuestros corazones (Rom 5,5).

Pero, a la vez, debiésemos tener conciencia de que somos producto de esta cadena que describimos, por lo que correspondería que fuésemos más humildes y muchísimo más comprensivos con aquellos que no creen o no lo hacen igual que nosotros.

Ocurre algo así en este evangelio, cuando los fariseos, fieles seguidores de las leyes divinas, tal como se las habían transmitido hombres tan falibles como cualquiera, se enfrentan a alguien que tiene una visión propia (nunca mejor utilizada la expresión): «dijeron nuevamente al ciego: “Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?” El hombre respondió: “Es un profeta”. Ellos le respondieron: “Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?” Y lo echaron».

De esta manera, demostraron que se aferraban tanto a esa concepción de Dios, a esa tradición que les tocó eventualmente por vivir donde vivían y en el tiempo que les tocó, que no permitían ninguna otra percepción que no fuese la suya, descalificando al que había sido no vidente, con un insulto proveniente de su comprensión de cómo actuaba el Señor: por ser ciego, había nacido “lleno de pecado”. Y, de paso, desacreditaban al tremendamente misericordioso Jesús, quien tampoco hacía las cosas como ellos creían que se debía: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado».

Ojalá (que significa “quiera Dios”) que no lleguemos a ser ciegos incurables, de los peores que hay, por no querer ver algo tan evidente como el hecho de que ninguna verdad humana es perfecta. Y todas las religiones lo son, ya que son traducciones de un tiempo y una cultura determinada de lo que se entiende como sagrado y puede ir cambiando con el tiempo. De hecho, hay más de 33.000 inspiradas en Cristo y, como sabemos, cada una siente que es la correcta, por lo que las demás estarían equivocadas…


Ojalá, también, que aceptemos humildemente que algo, bastante o mucho de lo que creemos puede estar errado y que, por lo mismo, puede haber algo, bastante o mucho en las otras formas de expresar el cristianismo que estén en lo correcto, porque tener “una fe ciega” no necesariamente es bueno, ya que es una que se rehúsa a verlo todo, por lo que está creyendo sobre información incompleta.

Y, ojalá, por último, que, si vamos a “competir” entre quienes creemos en Jesús, no sea en conocimientos o cercanía con algunas prácticas bíblicas (que era, recordémoslo, en lo que se destacaban los fariseos), sino que sea en quiénes son los más fraternos, solidarios y tiernos con los hermanos, poniendo al ser humano por encima de las normas y reglas, es decir, quiénes se asemejan más a su Maestro, el Señor Jesús.

 

El ciego hizo lo que Jesús le indicó, no lo que la centenaria y respetable fe de su pueblo señalaba, y, de esa manera, obtuvo la vista y la fe. Ayúdanos, Señor, a aprender a estar abiertos a otras formas, otras ideas, otras prácticas, que podrían llegar a ser más fieles a tus enseñanzas, pero sólo podrán corregirnos si logramos vencer los prejuicios. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, saber abrirnos a las otras verdades que tienen nuestros hermanos para poder rescatar lo bueno que en ellas debe existir,

Miguel.

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