PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
12 de Marzo de 2023
Tercer Domingo de Cuaresma
Lecturas de la Misa:
Éxodo 17, 1-7 / Salmo 94, 1-2. 6-9 Cuando escuchen la voz del Señor, no endurezcan el corazón / Romanos 5, 1-2. 5-8
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 4, 5-15. 19-26. 39-42
Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.
Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber».
Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos.
La samaritana le respondió: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.
Jesús le respondió:
«Si conocieras el don de Dios
y quién es el que te dice:
"Dame de beber",
tú misma se lo hubieras pedido,
y Él te habría dado agua viva».
«Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?»
Jesús le respondió:
«El que beba de esta agua
tendrá nuevamente sed,
pero el que beba del agua que Yo le daré,
nunca más volverá a tener sed.
El agua que Yo le daré
se convertirá en él en manantial
que brotará hasta la Vida eterna».
«Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla». «Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar».
Jesús le respondió:
«Créeme, mujer, llega la hora
en que ni en esta montaña ni en Jerusalén
ustedes adorarán al Padre.
Ustedes adoran lo que no conocen;
nosotros adoramos lo que conocemos,
porque la salvación viene de los judíos.
Pero la hora se acerca, y ya ha llegado,
en que los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en espíritu y en verdad,
porque esos son los adoradores
que quiere el Padre.
Dios es espíritu,
y los que lo adoran
deben hacerlo en espíritu y en verdad».
La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo».
Jesús le respondió: «Soy yo, el que habla contigo».
Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en Él. Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y Él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en Él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es verdaderamente el Salvador del mundo».
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Durante nuestra vida muchas veces nos asaltará la duda: «¿El Señor está realmente entre nosotros, o no?» (1L). Pero, por la fe en Jesús hemos comprendido que Él está más que “entre nosotros”; Él se encuentra en nosotros mismos, ya que «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (2L), y, gracias a eso, nos será posible tener la alegría de vivir muchos momentos, compartir con personas y experimentar situaciones a través de los que Él nos señalará: «Soy yo, el que habla contigo» (Ev). Por eso la invitación es que «Cuando escuchen la voz del Señor, no endurezcan el corazón» (Sal), sino que intentemos hacer esta Palabra parte importante de nuestra vida.
Antes que nada, un alguien.
Teniendo claro que de lo que se habla aquí no es del H2O, sino de un agua que satisface mucho más allá que la sed física, la cual no es posible saciar nunca definitivamente, suena interesante meditar en la solicitud de Jesús a la mujer, cuando le pide: «Dame de beber».
¿Qué tenía ella que el Maestro podía necesitar? ¿De qué tenía sed? Ella tenía una historia y una sensibilidad distinta a la suya. Jesús le está pidiendo que comparta el manantial de las vivencias personales y únicas de su vida.
A nosotros se nos pasa por alto el que el Nazareno era alguien que permanentemente convivía con los demás: «Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”» (Lc 15,1-2).
Como que, de alguna manera, sin darnos cuenta, tenemos la concepción de él como un proveedor automático de milagros, quitándole de esta forma lo tan humano que era, lo relacional que debió haber sido.
No es explícito, porque no era una preocupación del tiempo de los escritores de los evangelios, pero se logra intuir que cuando Jesús curaba o atendía la petición de alguien, no lo hacía de manera impersonal, sino, por el contrario, sanaba o accedía a aquella persona humana, en quien veía la imagen y semejanza de Dios, y que tenía un problema.
Lo vemos aquí, por ejemplo: «se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: “Si quieres, puedes purificarme”. Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo quiero, queda purificado”» (Mc 1,40-41), liberando al ser humano que estaba frente a él de su condición de marginación de la sociedad.
Y, así, podemos encontrarnos con muchas otras situaciones donde es a la persona, con nombre, rostro y circunstancias propias, no a un número, ni a una condición genérica, que su inmensa ternura auxilia.
Imaginemos, entonces, lo conmovedor que debe haber sido para el muy empático Jesús, encontrarse con esta mujer e ir descubriendo lo que sus condiciones de vida y relaciones con los demás, fueron haciendo de ella, para bien y para mal.
Para empezar, el hecho de que debía ir al pozo sola, pese a ser la provisión de agua una actividad habitualmente colectiva, en un horario en que nadie más iba, debido al calor de aquel territorio desértico de la tierra de Samaria. «Era la hora del mediodía», nos señala el evangelista: algo pasaba que prefería evitar a sus congéneres y compatriotas.
Probablemente descubrió, en su diálogo con ella que las mujeres de Sicar de su tiempo, como las actuales (y también los hombres, pero ellos no hacían esa labor de conseguir el vital elemento para la familia), la despreciaban por la forma de llevar su vida amorosa: «has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido» (Jn 4,18).
También, descubrir que había un gran sentimiento religioso en aquella dama del pozo, ya que era capaz de hacerse y de hacer preguntas muy interesantes, como ¿quién tiene la razón, tu pueblo o el mío, acerca del lugar correcto para adorar a Dios?
Esta le permitió al Maestro, darse cuenta, enseñarle y enseñarnos que al Todopoderoso no se lo puede circunscribir a ningún lugar físico, por sagrado que lo considere su religión o la de quien sea, saciando su sed espiritual, de paso: «Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad».
Y, para terminar, de muchas otras cosas que Jesús fue conociendo y fascinándose de la persona samaritana con quien se encontró, pudo captar que, pese a su marginación, ella tenía dotes de líder, ya que «Muchos más creyeron en Él, a causa de su palabra».
O sea, podríamos concluir que es muy importante para quien quiera difundir el mensaje de Jesús, recordar que éste y todos los signos que podamos hacer son para personas con rostro y nombre propios, con sentimientos y sensibilidades sólo de ellas, con historias y circunstancias particulares, no para masas anónimas y, por lo tanto, tomarse el tiempo necesario para conocerlas a cada una, antes de pretender enseñarles algo, porque no se trata de sumar gente al Evangelio, sino de que éste toque las vidas de una por una hasta lograr transformarla.
Nada es más importante para nuestro Dios que la persona humana; nada más importante, entonces, para su Hijo; nada más importante, en consecuencia, debiese ser a la vez para quienes nos decimos creyentes. Ayúdanos, Señor a no perder este rumbo y a mantener la coherencia al respecto. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, no olvidar nunca que es a la persona humana, con su dignidad, sus necesidades y circunstancias a la que estamos llamados a acercar la fe,
Miguel.
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