miércoles, 1 de mayo de 2024

El contenido central del cristianismo

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

5 de Mayo de 2024                                                   

Domingo de la Sexta Semana de Pascua

 

Lecturas de la Misa:

Hechos 10, 25-26. 34-36. 44-48 / Salmo 97, 1-4 El Señor reveló su victoria a las naciones / I Juan 4, 7-10

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     15, 9-17


Jesús dijo a sus discípulos:

«Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.

Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.

No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá.

Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Las Escrituras destacan como hecho relevante en la historia que «El Señor reveló su justicia a los ojos de las naciones» (Sal) y luego, a propósito, de eso, que «todo el que lo teme y practica la justicia es agradable a Él» (1L). Pero el Señor Jesús le da un sentido más profundo a esto: «Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. […] Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado» (Ev), como un potente signo de que somos hijos de su Padre, ya que sólo «el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, […] porque Dios es amor» (2L).

El centro de todo lo que decimos creer.

Si alguien quisiera saber de qué se trata el cristianismo, cuál es su contenido, qué caracteriza a esta religión, ¿qué diríamos?

Partamos reconociendo que, en general, los cristianos no dedicamos tiempo a reflexionar sobre nuestra fe. En cambio, somos, más bien, gente que repite meditaciones que han escuchado antes de otros. Insistimos en que estamos generalizando.

Después de decir eso, podemos constatar que -nuevamente en general-, quienes nos identificamos así, no respondemos concretamente a esa pregunta, sino que relevamos el “deber ser” de quienes se digan cristianos: seguir las enseñanzas de Jesús, permanecer en contacto con Dios mediante la oración.

Por otro lado, se enumeran dogmas que es obligatorio creer para poder pertenecer a la categoría de “cristiano/a”: la divinidad de Cristo, su resurrección, la Trinidad, la inspiración de las Escrituras… etc.

En otro ámbito, se resalta de manera muy llamativa la jerarquía: el Papa, los obispos, los sacerdotes, pastores u otros, como guías y proveedores de instrucciones de vida y acción.

Más gráfico que lo anterior, especialmente para los no creyentes, es identificar a esta religión con manifestaciones como las “mandas”, el rosario, las que parecen ser muchas “vírgenes” y las más llamativas partes de Semana Santa: los ramos y el Vía Crucis.

Mucho de eso puede ser parte, pero no es necesariamente lo central de ser discípulos del Maestro que no vino a ser servido, sino a servir (Mc 10,45) y nos dejó como encargo hacer lo mismo nosotros (Jn 13,4).

Un buen resumen de lo que él consideraría lo esencial de su mensaje, y por lo tanto de lo que espera que nosotros hagamos como discípulos suyos, podría ser lo que nos trae el evangelio que se nos propone para hoy.

Antes que nada, que somos amados con el mismo amor del Padre por su Hijo («Como el Padre me amó»), y llenos de la misma alegría de Jesús («para que mi gozo sea el de ustedes»), recibimos su más importante invitación-desafío (a la que él, para que lo entiendan sus contemporáneos, llama “mandamiento”): «Ámense los unos a los otros, como yo los he amado».

Hay que decir, entonces, que existe algo muy importante de lo que deshacernos, respecto a las supuestas características del ser cristiano: la nuestra es una fe que no tiene ninguna relación con las culpas y las tristezas, como nos habían enseñado.

Uno de los elementos irremplazables (pero no siempre recordados) de esta fe es el de considerar como regla de vida los mandamientos, herencia de su vinculación con el judaísmo que profesaba Jesús. Tanto que él había dicho: «Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice» (Mt 5,18), porque sus enseñanzas no pretendían eliminar los Mandamientos, sino que éstos se cumplieran de acuerdo a la voluntad que conocía de Dios (Mt 5,17).

Sin embargo, al respecto afirmó que la síntesis de este Decálogo es amar siempre y sin exclusiones: a
Dios y a los demás. Advirtiendo, además, que comprender esto es la forma de estar cerca del Reino de Dios (Mc 12,28-34).

Resumiendo, entonces, podemos decir que lo más propio de ser de los que él ha elegido para dar sus frutos, «y ese fruto sea duradero», es -debería ser-: amar, por amor a Dios, a todos sus hijos. Y que ese amor sea efectivo, concreto: sirviendo a los demás. Ese es el contenido del Reino, que fue la Buena Noticia que se dedicó privilegiadamente a anunciar.

Todo lo demás que se nos ocurra o que realicemos cuando estamos con hermanos de nuestra confesión religiosa, puede aportar más o menos, pero es definitivamente secundario.

 

Tu mayor mandamiento-desafío, Señor, es que nos atrevamos a amar a todos, a todo y por sobre todo. Nuestra mayor debilidad es que, pese a saber que es la forma de serte fieles, nos suele ganar el egoísmo indiferente y cómodo. Aumenta nuestra fe y nuestra valentía, de tal manera que sepamos amar servicialmente a los demás, para que pueda venir a nosotros tu Reino, como frecuentemente rezamos. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, lograr que nuestras acciones sean cada vez más coherentes con lo esencial del ser seguidores de Jesús,

Miguel.

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