miércoles, 22 de mayo de 2024

Padre, Palabra y Protector

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

26 de Mayo de 2024                                                 

Solemnidad de la Santísima Trinidad

 

Lecturas de la Misa:

Deuteronomio 4, 32-34. 39-40 / Salmo 32, 4-6. 9. 18-20. 22 Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra / Romanos 8, 14-17

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     20, 19-23


    Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»

    Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.

    Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Nosotros creemos que «el Señor es Dios -allá arriba, en el cielo, y aquí abajo, en la tierra- y no hay otro» (1L). Él es el Padre, origen de todo bien, ya que «él ama la justicia y el derecho, y la tierra está llena de su amor» (Sal); Él es el Hijo, quien ha «recibido todo poder en el cielo y en la tierra» (Ev), para que seamos liberados; y Él es el Espíritu Santo, nuestro guía en los caminos de la felicidad, con la confianza que da el saber que «todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (2L).

Un solo gran amor por toda su Creación.

Lo de la Trinidad se nos presenta como un problema complejo que habitualmente despachamos con algo así como "hay que creer y no entender". Esto que puede serte útil, no sirve para que otros, personas adultas y racionales, quieran aceptar esta fe bautizándose como encarga el Señor.

Un obstáculo para lograrlo, por lo tanto, lamentablemente, es el grave déficit en el uso de nuestra cabeza que tenemos los cristianos, encontrándonos, en cambio, con muchos fanáticos de fe ciega e infantil que, encima, pretenden imponérsela a los demás.

Pedro invita a estar preparados a responder a «cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen» (1 Pe 3,15). Y, para eso, Pablo ruega que Dios «les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que […] ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados» (Ef 1,17-18).

A ver si un recurso didáctico nos sirve para entender, y ayudar a otros a hacerlo, este gran misterio de nuestra fe, que es el que Dios es Uno y Tres: Él es, en relación a nosotros, Padre, Palabra y Protector, además de muchísimos otros atributos que se desprenden de estos.

Dios es Padre

Jesús nos enseñó que el Creador era un Padre, uno que no necesitaba ni pretendía descansar, ni el séptimo ni ningún día, porque por sus criaturas «trabaja siempre» (Jn 5,17) y el decir eso provoca el odio de los adoradores de sábados, más que de Dios (Jn 5,18).

Este Dios incansable en su amor servidor a sus criaturas, lo reconoce y lo releva a él como su «Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección», agregando inmediatamente después lo que espera de nosotros respecto a él: «escúchenlo» (Mt 17,5).

Y escuchándolo descubrimos que Él es también Padre de todos. De hecho, nos sugiere llamarlo así: «Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro» (Mt 6,9). Es para exclamar: «¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente» (1 Jn 3,1).

Dios es Palabra

Un gran motivo para prestarle oído a lo que tenga para decir es que Él es el Verbo Divino: «Al principio existía la Palabra, […] y la Palabra era Dios […] Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,1.14)

Esa Palabra, como todo lo que proviene de Dios, está en nuestra vida para servirnos. Y nos sirve siendo nuestro guía por los caminos de la vida en abundancia (Jn 10,10): «Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy» (Jn 13,13).

Sus enseñanzas transmiten el mensaje que el Señor quería que supiéramos: «el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar», como siempre para nuestro bien, como agrega: «y yo sé que su mandato es Vida eterna» (Jn 12,49-50).

Dios es Protector

Uno de los grandes consuelos para nosotros que extraemos de esas palabras de Jesús es que, después de que se vaya de nuestro lado: «yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes» (Jn 14,16).

El término griego Paráclito no es fácil de traducir. Debido a eso, en nuestras Biblias podemos encontrarla tal cual; en muchas otras usarán Consolador, pero los estudiosos de la lengua nos dicen que podría traducirse también como Abogado, Defensor o Intercesor.

Él nos protege de lo que nos puede dañar: que olvidemos esas palabras tan importantes para nosotros: «el Paráclito […] les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho» (Jn 14,26); que tengamos actitudes contra el Reino (Gal 5,21-22); de que no sepamos dirigirnos al Padre (Rom 8,26); y de que caigamos en el anti-evangélico exceso de individualismo: «En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común» (1 Cor 12,7).

Dios es nuestro amoroso Padre, la Palabra que nos guía y nuestro imprescindible Protector

Entonces, puede que no tengamos el calibre teológico para comprender y explicar el misterio de la Santísima Trinidad (y probablemente a Él no le importe), pero sí podemos entender y sentir que Dios es para nosotros el Padre con el que podemos contar, porque nos ama inmerecida y generosamente.

Es también la Palabra activa, siempre actual, original y libre que puede guiar nuestra vida. Y es el más poderoso Protector ante las muchas dificultades que la vida va teniendo y las que nos creamos por comodidad o egoísmo.

Y así como hemos aprendido de Jesús a conocerlo, aprendamos de él cómo se comporta alguien que se deja conducir por este Dios, que no es otra manera que buscar amar servicial y generosamente a los demás, como reflejo de que hemos sido creados a imagen y semejanza (Gen 1,27) de esta comunidad de amor a la que llamamos la Trinidad.

Esta es la mejor manera de ayudar a hacer posible el que Jesús esté entre nosotros «todos los días hasta el fin del mundo».

 

Amado Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, en quien creemos y confiamos, te damos gracias por tantas muestras de amor generoso a todos y cada uno de nosotros. Te pedimos que nos ayudes a ser cada vez más coherentes en la forma que manifestamos nuestro cariño agradecido a Ti. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, permitir a la Divina Trinidad manifestarse desde nosotros, los que nos decimos creyentes, para el bien de todos, crean o no,

Miguel.

 

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