miércoles, 31 de julio de 2024

Saber alimentarse del Pan de Vida

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

4 de Agosto de 2024                                                

Domingo de la Décimo Octava Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Éxodo 16, 2-4. 12-15 / Salmo 77, 3-4. 23-25. 54 El Señor les dio como alimento un trigo celestial / Efesios 4, 17. 20-24

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     6, 24-35


    Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste?»

    Jesús les respondió:

        «Les aseguro

        que ustedes me buscan,

        no porque vieron signos,

        sino porque han comido pan hasta saciarse.

        Trabajen, no por el alimento perecedero,

        sino por el que permanece hasta la Vida eterna,

        el que les dará el Hijo del hombre;

        porque es él a quien Dios,

        el Padre, marcó con su sello».

    Ellos le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?»

    Jesús les respondió: «La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado».

    Y volvieron a preguntarle: «¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura:

        "Les dio de comer el pan bajado del cielo"»

    Jesús respondió:

        «Les aseguro que no es Moisés

        el que les dio el pan del cielo;

        mi Padre les da el verdadero pan del cielo;

        porque el pan de Dios

        es el que desciende del cielo

        y da Vida al mundo».

    Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús les respondió:

        «Yo soy el pan de Vida.

        El que viene a mí jamás tendrá hambre;

        el que cree en mí jamás tendrá sed».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Quienes «fueron enseñados según la verdad que reside en Jesús» (2L) han sido invitados a acudir, generosa y solidariamente, a ayudar a aquellos que claman: «Señor, danos siempre de ese pan» (Ev), entendiendo que, si proviene de Cristo, siempre será mucho más que alimento para la vida física. Por ello, es importante que nos dispongamos a ser los instrumentos que ayuden a hacer visibles «las glorias del Señor y su poder» (Sal), de tal manera que, una vez más, Él pueda manifestar, mediante los actos de quienes lo aman: «Así sabrán que yo, el Señor, soy su Dios» (1L).

Nutriéndose de su ejemplo.

Posterior a la llamativa multiplicación de los panes, Jesús invita a reflexionar, a propósito de lo vivido, acerca de qué es lo que nutre a las personas, a qué le damos prioridad, qué nos mueve.

Su clara reconvención: «ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse», invita a estar conscientes de que los mueve el estómago y no el corazón.

Porque Jesús realizaba permanentemente signos de la misericordia activa que su Padre quería para nosotros y entre nosotros, pero aquellos sólo andaban tras satisfacer sus apetitos.

Esa contradicción podría ser frustrante para nosotros, pero para aquel que vivía inspirado y guiado por Dios, el mismo que tiene paciencia con el proceso de lo que sembró para esperar a separar el trigo de la cizaña (Mt 13,24-30), era, de la misma manera, una persona de esperanza, por lo que siempre confía en que puede remecer sus conciencias y espíritus, por lo que les indica: «Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello». En otro momento expresa una idea semejante de esta manera: «Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura» (Mt 6,33), donde resalta su permanente anuncio de que nos conviene que esa realidad se haga presente y que, para eso, debemos poner de nuestra parte.

Antes de seguir, es importante, para que nos haga algún sentido en nuestro presente este texto que acumula dos milenios de antigüedad, que reconozcamos que el reproche aquel lo merecemos nosotros también.

¿Cuáles son esos signos que ellos obviaron y hoy nosotros obviamos? ¿cuál es el alimento que no perece que les dio y hoy nos da «aquel que él (Dios) ha enviado»? ¿cómo se busca esa realidad tan anhelada por Jesús, a la que llamaba “el Reino”?

Sería muy reduccionista -e inútil para quienes no tienen fe, pero sí buena voluntad (Lc 2,14) como para dejarse guiar por lo bueno de la Buena Noticia- pensar, como lo hacen muchos, que “el pan que nos dará” será sólo el que se come en la Eucaristía.

Puede ser el pan eucarístico, por cierto, pero este sólo cumple su objetivo si a los creyentes les impulsa a hacerlo “en memoria suya”, es decir, en memoria-sintonía con quien se entrega generosamente hasta derramar la sangre por los demás (Lc 22,19-20), si estos lo necesitan. Él mismo graficó esto cuando, previo a compartir aquel alimento con sus amigos (Jn 15,13-15), se puso a sus pies, como un esclavo, para servirles y los exhortó a hacer lo mismo en adelante con sus hermanos (Jn 13,12-15). Ese es el espíritu y la forma de creerle y «realizar las obras de Dios».


Porque sus signos eran elocuentemente compasivos: «se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: “Si quieres, puedes purificarme”. Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo quiero, queda purificado”» (Mc 1,40-41).

Es que él sólo hacía lo que veía hacer al Padre (Jn 5,19), quien confiesa, por boca de un profeta: «¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!» (Is 49,15).

¿Cuántas personas en su tiempo seguían a Jesús motivados, principalmente, por el deseo de satisfacer hambres materiales? ¿Quién podría hoy juzgarlos? ¿Acaso no haríamos lo mismo?

Pero Jesús puede cumplir esta palabra «Yo soy el pan de Vida», si permitimos que nuestras existencias, manifestadas en nuestras acciones, se alimenten de su forma de vivir la voluntad todomisericordiosa del Buen Padre Dios.

 

Reconocemos, Señor, que tenemos hambre y sed de ti. Te pedimos que auxilies nuestra debilidad en ser coherentes con esta necesidad, para que sepamos estar en comunión contigo, con tu palabra y con tu acción, para que en todo lo que hagamos busquemos siempre hacer la voluntad del Padre, que es hacer que Él (su Amor eternamente misericordioso) reine entre nosotros. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, alimentar nuestro actuar en el nutritivo ejemplo de Jesús,

Miguel.

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