miércoles, 24 de julio de 2024

Multiplicando humanidad

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

28 de Julio de 2024                                                  

Domingo de la Décimo Séptima Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

II Reyes 4, 42-44 / Salmo 144, 10-11. 15-18 Abres tu mano, Señor, y nos colmas con tus bienes / Efesios 4, 1-6

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     6, 1-15


    Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.
    Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?»
    Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.
    Felipe le respondió: «Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan».
    Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?»
    Jesús le respondió: «Háganlos sentar».
    Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.
    Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada».
    Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.
    Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: «Éste es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo».
    Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Creemos que «Hay un solo Dios y Padre de todos» (2L), y que, en su bondad, es extremadamente generoso y providente, al punto que se le puede reconocer: «abres tu mano y colmas de favores a todos los vivientes» (Sal). Pero Él espera que los creyentes pongan su parte: sus «cinco panes de cebada y dos pescados» (Ev), es decir, sus brazos, su inteligencia, su voluntad, para poder multiplicarlas «porque así habla el Señor: Comerán y sobrará» (1L): el Señor -más quienes son sus amigos- todo lo pueden.

Un milagro que va más allá de lo que se percibe a simple vista (o simple entendimiento).

Hablaremos de algo tan dolorosamente actual que, según el Informe Mundial sobre Crisis Alimentarias de Naciones Unidas de este año, unos 281,6 millones de personas sufrieron hambre aguda en 2023, destacando que más del 20% (una de cada 5 personas) de la población en 59 países padecieron ese lastre.

Entre las crisis más graves al respecto, subrayan los casos de Gaza (agredida por Israel) y Sudán (en una guerra civil que lleva tanto tiempo que ya los medios de comunicación la olvidaron), donde, por causas relacionadas con la situación bélica, la gente claramente está muriendo de hambre.

Pues bien, ocurre que cuando nos enfrentamos a textos como el de este día, surge la legítima pregunta acerca de qué sentido tendría, si Dios es Todopoderoso, que rompa las leyes naturales a veces sí y a veces no, cuando claramente sus hijos lo necesitan permanentemente, como reflejan los datos que ya destacamos.

¿Por qué sería más importante alimentar a esas cinco mil personas en esa ocasión y no hacerlo con los millones que han padecido hambre antes, durante y después de este evento a través de la historia?

Y, de manera semejante, ¿por qué Jesús curó a muchos de sus enfermedades, pero quedaron otros millones, nuevamente, durante la historia, que no se vieron beneficiados por el poder sanador de Dios?

La misma situación ocurre con resurrecciones, liberaciones de pueblos, expulsiones de demonios y muchos otros signos portentosos... ¿Es que acaso nuestro Dios no es, como nos enseñó Jesús, un Padre amoroso de todos y, en cambio, tiene preferencias odiosas como cualquier otro ser? 

Creemos que no. Nos negamos a creer en un dios así.

¿Cómo podríamos, entonces, responder sana, inteligente y maduramente estas cuestiones?

Como sabemos, una característica fundamental del cristianismo es la invitación a “seguir a Jesús”, entonces, los evangelistas buscaban inspirar a sus lectores para que viesen en sus actitudes guías para ir aplicando en las distintas circunstancias en que cada quien vivía. Lejos de ellos, por lo tanto, debido a que sería inútil para lograr ese objetivo, era el destacar los aspectos “mágicos” de las acciones que relataban, porque ningún cristiano tenía poderes semejantes, pero todos eran humanos como él.

Nos encontramos en el evangelio de este día que «Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: “¿Dónde compraremos pan para darles de comer?”». Dios es amor. Jesús, que es quien mejor lo revela, esta y muchas veces se ocupa de las necesidades y la felicidad de las personas.
«Felipe le respondió: “Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan”». Los seres humanos, sobre todo cuando puede afectar nuestra comodidad o, más aún, nuestro patrimonio, solemos buscar problemas, no soluciones.
«Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: “Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?”». Otros, intentarán parecer preocupados, proponiendo algo, pero sin mucho entusiasmo.

Jesús, que es el amor activo de Dios, «le respondió: “Háganlos sentar” […] eran unos cinco mil hombres». Él no se deja amilanar ni influir por esas actitudes “razonables”, ni por la magnitud de la tarea y empieza a tomar decisiones para buscar resolver la situación.

«…tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados…». Ellos, sentados, viéndose las caras y con Dios como testigo, entendieron que la buena voluntad no es suficiente para que dos alcance a cinco mil… Entonces, se “acuerdan” de que, como hacían todos en aquel tiempo, andaban con sus propias provisiones y las sacaron, y las compartieron y «todos quedaron satisfechos». Así se logró derrotar al individualismo egoísta que nos parece inexpugnable: todo un milagro.

Y la coronación humanista de todo esto: «Jesús dijo a sus discípulos: “Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada», que es una réplica del terremoto solidario anterior, comprendiendo que también hay que vencer el acaparamiento para enfrentar la próxima inevitable necesidad de alimentos.


Con esta forma de interpretarlo, comprenderemos que Dios siempre quiere actuar para paliar las necesidades de sus hijos y aliviar sus dolores, pero para eso no tuerce la biología, sino que busca remecer nuestra naturaleza en la forma de relacionarnos. Así lo hizo su hijo predilecto (que se puede considerar así porque llevaba a cabo su voluntad de amor, por sobre todo). Y de la misma manera enseñó y encargó a sus discípulos de entonces y de siempre: ámense, sirvan, cuiden, protejan, es decir, «sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso» (Lc 6,36).

Ninguno de sus seguidores -de los receptores de los textos evangélicos ni los actuales- tenemos (normalmente) capacidades para realizar los milagros que hacía Jesús, pero todos, absolutamente todos, podemos tener esas actitudes tan maravillosas que son lo esencial de lo humano que van construyendo «la vida en abundancia» (Jn 10,10): abundancia de pan y de salud, que son frutos de la mucha misericordia, empatía, solidaridad, fraternidad. O sea, de lo que vale, de lo que sirve, más que situaciones irrealizables para los seres comunes como todos los demás, excepto Jesús.

 

Señor, haznos disponibles a vivir tus enseñanzas de amor a los demás, construyendo el muy necesario milagro de humanidad, que se expresa en vencer el egoísmo indiferente, construyendo la solidaridad fraterna que logra multiplicar el pan y la vida plena que todos necesitamos. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, ser parte del gran milagro de la solidaridad que vence al individualismo, lo que es tan necesario para nuestra humanidad,

Miguel.

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