miércoles, 14 de agosto de 2024

Que Él permanezca en nosotros y nosotros en Él

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

18 de Agosto de 2024                                              

Domingo de la Vigésima Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Proverbios 9, 1-6 / Salmo 33, 2-3. 10-15 ¡Gusten y vean que bueno es el Señor! / Efesios 5, 15-20

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     6, 51-59


    Jesús dijo a los judíos:

        «Yo soy el pan vivo bajado del cielo.

        El que coma de este pan vivirá eternamente,

        y el pan que Yo daré

        es mi carne para la Vida del mundo».

    Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?»

    Jesús les respondió:

«Les aseguro

que si no comen la carne del Hijo del hombre

y no beben su sangre,

no tendrán Vida en ustedes.

El que come mi carne y bebe mi sangre

tiene Vida eterna,

y Yo lo resucitaré en el último día.

Porque mi carne es la verdadera comida

y mi sangre, la verdadera bebida.

El que come mi carne y bebe mi sangre

permanece en mí

y Yo en él.

Así como Yo,

que he sido enviado por el Padre que tiene Vida,

vivo por el Padre,

de la misma manera, el que me come

vivirá por mí.

Éste es el pan bajado del cielo;

no como el que comieron sus padres y murieron.

El que coma de este pan vivirá eternamente».

    Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Sabemos que «los que buscan al Señor no carecen de nada» (Sal), porque Él es inmensamente dadivoso. De hecho, invita permanentemente: «Vengan, coman de mi pan, y beban del vino que yo mezclé» (1L), más aún: su generosidad llega hasta lo que no podemos imaginar, ya que nos dice que quien «come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él» (Ev). Nada menos… Por eso, si su amor nos habita, entonces, es necesario que nos preocupemos por «saber cuál es la voluntad del Señor» (2L) acerca de lo que tenemos que hacer con esos dones. Que podamos descubrirla y hacerla vida. Amén.

…Y que aquello se note en la vida de los creyentes.

Los cristianos, especialmente los católicos, veneramos fuertemente todo lo relacionado con el pan eucarístico. Llegamos a afirmar que es Jesús mismo quien está ahí, por lo que en cada liturgia lo comemos físicamente. Pero, veamos estas escenas reales experimentadas en ambientes católicos:

Una persona, en lo que se supone es el momento más importante de la Misa, la Consagración (cuando ocurre la “transubstanciación” de las especies en cuerpo y sangre del Señor), está de espaldas a lo que ocurre en el altar, ocupada en rezarle a una imagen de un santo…

En otra celebración, en una pequeña comunidad, es el instante del Ofertorio (cuando se levanta el pan y el vino): todos, menos uno, el nuevo, se ponen de rodillas, provocando en todos ellos movimientos nerviosos hacia quien rompe el hábito, impidiéndoles vivir ese momento por estar preocupados de la postura del otro…

Una reunión de catequesis preparatoria para la Primera Comunión. Uno le pregunta al formador: ¿cómo comer el pan eucarístico? Su respuesta fue: “evitando mascarlo”. ¿Cómo se puede comer algo sin mascarlo? Así, un exceso de respeto lleva a dar una instrucción absurda…

También es habitual ver que después de que las personas han comulgado, cuando el ministro lleva de vuelta las especies consagradas al sagrario (la cajita donde se guarda a la espera de volver a utilizarlo), se ponen de pie. Pero el copón que se transporta no es más “sagrado” que las personas que ya han recibido la Comunión, por lo que no corresponde esa veneración posterior…

Esto y más ocurre por la práctica habitual de los creyentes (unos más, otros menos) de suspender el razonamiento cuando de asuntos de fe se trata. A eso se suma la poca disposición, en general, a instruirse sobre aspectos que son o debiesen ser tan centrales para ellos.

Lo reseñado antes y muchas otras situaciones y palabras demuestran que no necesariamente comprendemos qué ocurre en lo que se supone es la "fuente y culmen de toda la vida cristiana" (Lumen Gentium 11, Concilio Vaticano II).

Sin embargo, dejemos hasta ahí la nota crítica y tratemos de orientarnos por nuestro Maestro y Guía.

¿Qué habrá querido decir con aquella sentencia central del texto de hoy: «El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él»?

En nuestra opinión y, como dijimos en otra ocasión, estas palabras que hemos venido meditando hace semanas, el capítulo 6 del evangelio de Juan, excede el sentido eucarístico que habitualmente le damos.

Demos vuelta, para esto, la frase: ¿qué produce el alimentarse de su persona? Una “permanencia” en él y de él en nosotros. Pidamos ayuda al mismo evangelista para hacernos una idea acerca de cómo comprende ese concepto de la “permanencia”.

A saber: el Bautista dice «Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo". Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios» (Jn 1,33).

Entendemos, por lo tanto, que en Jesús se quedó el Espíritu de Dios de tal manera que Juan, después, puede afirmar que él es Su Hijo. Y la consecuencia de esto es la siguiente:

«Su mandamiento es este: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros como él nos ordenó. El que cumple sus mandamientos permanece en Dios, y Dios permanece en él» (1 Jn 3,23-24).

Es decir, creer en el Hijo lleva a cumplir sus mandamientos, sus orientaciones, sus invitaciones para la vida y aquello conlleva acoger al propio Dios en nosotros, mostrándolo en nuestro actuar: «El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto» (Jn 15,5).


Todo esto, porque, como insiste Juan: «Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él» (1 Jn 4,16).

Sintetizando, si no somos preocupados-ocupados por las necesidades de los hermanos y no vivimos el amor servicial que nos propone nuestro Maestro, él no permanece en nosotros, aunque vayamos a Misa todos los días y hayamos comulgado miles o millones de veces.

Dicho de otra manera: quien come este pan, normalmente, refleja la permanencia de Jesús en su persona así «Traten de imitar a Dios, como hijos suyos muy queridos. Practiquen el amor, a ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros» (Ef 5,1-2).

 

Es un desafío enorme y ocupa toda la vida, pero vale la alegría intentarlo: que sea patente para todos que permaneces entre nosotros, Señor, manifestando esto en nuestras acciones de servicio por los demás. Te pedimos ayuda para acercarnos a ese ideal. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, descubrir permanentemente cómo alimentarnos del Señor, para, también permanentemente, dar frutos de vida como los suyos,

Miguel.

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