miércoles, 21 de agosto de 2024

¿Hacia quién decidimos ir nosotros?

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

25 de Agosto de 2024                                              

Domingo de la Vigésimo Primera Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Josué 24, 1-2. 15-18 / Salmo 33, 2-3. 16-23 ¡Gusten y vean que bueno es el Señor! / Efesios 5, 21-33

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     6, 60-69


    Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?»
    Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?
        El Espíritu es el que da Vida,
        la carne de nada sirve.
        Las palabras que les dije son Espíritu y Vida.
    Pero hay entre ustedes algunos que no creen».
    En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
    Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede».
    Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de Él y dejaron de acompañarlo.
    Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?»
    Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Nuestra fe le puede decir a Jesús: «Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios» (Ev), también podemos reconocer que «Cristo es la Cabeza y el Salvador de la Iglesia» (2L), que es la asamblea de los creyentes. Porque, por intermedio suyo «el Señor, nuestro Dios […] realizó ante nuestros ojos […] grandes prodigios» (1L). Y esto lo ha realizado para que, en agradecimiento, nuestra vida haga realidad para todos, creyentes o no, que «El Señor está cerca del que sufre y salva a los que están abatidos» (Sal).

Sin escandalizarse.

Ante el remezón producido al escuchar del Maestro señalar que «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida», ocurrió que «muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: "¿También ustedes quieren dejarme?"». Es entonces que Pedro manifiesta el sentir de la primera comunidad: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna».

Notemos que Simón no pregunta "a dónde", sino "a quién" iremos. Esto es importante porque nos recuerda que creemos y seguimos no en abstracto ni a un lugar (o institución), sino a una persona: Jesús. Es él quien alimenta nuestras búsquedas, nuestros pasos, nuestros anhelos, nuestras esperanzas y nuestras alegrías.

Como sabemos, los seres humanos somos extremadamente falibles. Y las iglesias las forman seres humanos, aunque muchas veces lo olvidemos. Esto torna inevitable que surjan conflictos y escándalos que provocan terremotos en las convicciones de muchos.

En esos momentos, ante esos acontecimientos, se pone a prueba en qué se cree realmente. O, más bien, en quién se cree. Si se lo hace en personas, por buenas que sean, el riesgo de desplome es muy alto. Hay que construir sobre roca, no sobre arena (Mt 7,24-26). Y la roca es Cristo (1 Cor 10,4).

Pero también puede ser la misma palabra de Jesús que, como en el caso del evangelio para este día, haga abandonar su seguimiento. Recordemos que él ha dicho que no traía la paz, sino la división: «he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa» (Mt 10,35-36).

Es que él no es el buenito que camina sobre nubes, un Cristo impermeable a lo que sucede en el mundo a las personas: él permanentemente está cuestionándonos; haciéndonos revisar nuestras acciones y


dichos individuales y colectivos. O no hemos estado entendiendo nada de lo que dice su palabra y su actuar.

Por todo lo anterior, volvemos a manifestar nuestra convicción de que la invitación a alimentarse de él se queda corta si la entendemos solamente como un gesto eucarístico que dura la milésima de segundos en que se deglute la comunión. Si a Él vamos, si en Él confiamos, si en Él creemos, sus palabras realmente «son Espíritu y Vida» que pueden tener efecto en las existencias de quienes lo "comemos" y, por medio nuestro, en muchos que nos rodean. Y esos efectos debiesen ir en la misma línea de lo que fue el modo de ser «el Santo de Dios» de nuestro Maestro: haciendo el bien (Hch 10,38), acogiendo (Mt 8,2-3), protegiendo (Jn 8,7), alimentando (Mc 6) y, por cierto, sanando. Es decir, aportando a que todos tengan Vida plena, como Dios soñó para sus hijos desde el comienzo (Gn 1,31).

 

Que la forma en que realizamos nuestro caminar tras tus pasos, Señor, ayude a que tus palabras puedan hacerse efectivamente Espíritu elevado hacia el Buen Padre Dios y también Vida buena, digna, para todos nuestros hermanos de la tierra. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, las formas más coherentemente misericordiosas y servidoras de los demás de ir siempre hacia el Señor,

Miguel.

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