miércoles, 13 de marzo de 2024

Querer producir los buenos frutos del Reino

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

17 de Marzo de 2024                                                

Domingo de la Quinta Semana de Cuaresma

 

Lecturas de la Misa:

Jeremías 31, 31-34 / Salmo 50, 3-4. 12-15 Crea en mí, Dios mío, un corazón puro / Hebreos 5, 7-9

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     12, 20-33


    Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: «Señor, queremos ver a Jesús». Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. Él les respondió:
    «Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.
Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.
El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.
El que quiera servirme que me siga, y donde Yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.
Mi alma ahora está turbada. ¿Y qué diré: "Padre, líbrame de esta hora"? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!»
Entonces se oyó una voz del cielo: «Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar». La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: «Le ha hablado un ángel».
Jesús respondió: «Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Si somos honestos con nosotros mismos y con los demás, debiésemos necesitar hacer nuestra la oración: «Crea en mí, Dios mío, un corazón puro» (Sal), para que Él pueda, a la vez, cumplir en nosotros su promesa: «pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones» (1L) y, luego, guiándonos por ella, podamos cambiar nuestra forma de relacionarnos entre nosotros, lo que nos permitiría estar en condiciones de aceptar la invitación del Señor: «El que quiera servirme que me siga, y donde Yo esté, estará también mi servidor» (Ev), entendiendo que servirlo es servir a los pequeños del mundo, que es con quienes se identifica. De esa manera nos hacemos parte de su misión: «llegó a ser causa de salvación eterna» (2L), y nosotros podemos aportar en aquello.

La soledad como consecuencia.

Se dice, más o menos espontáneamente, que la soledad mata. Pero los estudios al respecto demuestran que esta frase contiene una dolorosa verdad.

Por ejemplo, se descubrió que ésta aumenta significativamente el riesgo de una persona de morir prematuramente por muchas causas, un riesgo que podría rivalizar con el del tabaquismo, la obesidad y la inactividad física.

Se asocia también a un aumento del 29% del riesgo de enfermedad cardiaca y a un aumento del 32% del riesgo de accidente cerebrovascular, además de a mayores tasas de depresión, ansiedad y suicidio.

Todo esto es sólo una muestra tomada de entre otras muchas cifras y datos que reflejan lo letal que es esa condición, gravísima situación sanitaria para la cual no hay políticas públicas que la enfrenten.

No olvidemos que, como si fuera poco, nuestras sociedades van siendo conformadas cada vez más por adultos mayores, quienes, tristemente, suelen padecer más que otros rangos etarios de este mal social.

Si comprendemos lo grave que puede llegar a ser la soledad, es necesario, en sentido macro, que nuestra sociedad cree una legislación y condiciones que la combatan; y, en sentido micro, que cada uno de nosotros, los que nos decimos cristianos, estemos atentos/as a quienes nos rodean para que nuestro cuidado cariñoso ayude a paliar su condición.

En lo que respecta a nuestras meditaciones, nos sirve el texto de hoy para aprender de Jesús a ser más generosos con nuestra vida (nuestro tiempo, nuestra ternura, nuestra solidaridad fraterna) para ayudar a los solitarios… y para no terminar solos…

¡Qué desastre «si el grano de trigo» tuviese la capacidad de decidir no “morir” a su estado de semilla!

En cambio, si ese “grano” (nosotros) acepta que su condición es “morir” a su ser semilla (nuestro individualismo indiferente de los dolores y carencias de los demás), es decir si no se quiere quedar estancado, si no quiere finalmente tener una vida infértil, puede transformarse en un germen que dé frutos del Reino de Dios (que nuestra vida sirva a los demás).

Todos conocemos a personas a los que siempre se los busca para conversar, para compartir, gente sociable con la que todos se quieren asociar, gente generosamente humana, quienes siempre están rodeados de otros.

Como sucedía a nuestro Maestro, quien era muy generoso con su tiempo: «Junto con Jesús iba un gran gentío» (Lc 14,25); «Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados» (Mc 5,24); «Lo seguían grandes multitudes» (Mt 4,25), etc.


La actitud contraria, como dice Jesús, produce que «queda solo», la semilla se pudre y su existencia es inútil: «el que tiene apego a su vida» es alguien que se aísla y es aislado; es alguien que se ha “ganado” la soledad.

Si existe el dicho “no hay peor ciego que el que no quiere ver”, refiriéndose a quienes no padecen la discapacidad, pero eligen bloquear su visión, de manera semejante, en total distancia con la triste situación que mencionábamos al principio, totalmente impuesta, no escogida, “no hay peor solitario que quien ha elegido esa soledad”, aferrándose a su comodidad egoísta, no fraterna ni solidaria. Lo que también es humanamente muy triste.

 

Impúlsanos, Señor, a tratar de ser generosos granos de trigo, mejor dispuestos a dar frutos de vida según tus enseñanzas, lo que implica dejar de aferrarnos a nuestras comodidades y temores, para confiar más en que, si tenemos la disposición, tú mismo potencias nuestra capacidad de servir. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, descubrir el sentido concreto que tiene para nuestra vida el relato de la expulsión de los mercaderes del Templo,

Miguel.

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