PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
24 de Marzo de 2024
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor
Lecturas de la Misa:
Marcos (evangelio de la procesión)
Isaías 50, 4-7 / Salmo 21, 8-9. 17-20. 23-24 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? / Filipenses 2, 6-11
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 15, 1-39
(Versión Breve del Evangelio de la Pasión)
En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín. Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.
Este lo interrogó: «¿Tú eres el rey de los judíos?». Jesús le respondió: «Tú lo dices».
Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra él.
Pilato lo interrogó nuevamente: «¿No respondes nada? ¡Mira de todo lo que te acusan!».
Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy admirado a Pilato.
En cada Fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso, a elección del pueblo.
Había en la cárcel uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habían cometido un homicidio durante la sedición. La multitud subió y comenzó a pedir el indulto acostumbrado.
Pilato les dijo: «¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos?».
Él sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad de Barrabás.
Pilato continuó diciendo: «¿Qué debo hacer, entonces, con el que ustedes llaman rey de los judíos?». Ellos gritaron de nuevo: «¡Crucifícalo!».
Pilato les dijo: ¿Qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: ¡Crucifícalo!
Pilato, para contentar a la multitud, les puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado. Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio, y convocaron a toda la guardia. Lo vistieron con un manto de púrpura, hicieron una corona de espinas y se la colocaron. Y comenzaron a saludarlo: «¡Salud, rey de los judíos!». Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando la rodilla, le rendían homenaje.
Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto de púrpura y le pusieron de nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir para crucificarlo.
Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús.
Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa: «lugar del Cráneo».
Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó.
Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno. Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron.
La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: «El rey de los judíos».
Con él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: «¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y baja de la cruz!».
De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí: «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!». También lo insultaban los que habían sido crucificados con él.
Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: «Eloi, Eloi, lamá sabactani», que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».
Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: «Está llamando a Elías». Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo: «Vamos a ver si Elías viene a bajarlo».
Entonces Jesús, dando un grito, expiró.
El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él exclamó: «¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!».
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Todos podríamos decir, como el Profeta: «el mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo» (1L). Eso para que nos atrevamos a afirmar después: «Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos» (Sal), no sólo con palabras, por cierto, sino con hechos que sean consecuentes con ese decir, siguiendo el ejemplo de nuestro Maestro y Señor, quien, de esa forma, demostró ser «el que viene en nombre del Señor» (Ev 1), de tal manera que, pese a ser, según lo que creemos, el Hijo Único de Dios, «se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor» (2L), entregándose hasta el punto de ser llevado a la muerte como consecuencia de esto (Ev 2). ¿Qué menos que buscar servir nosotros a nuestros hermanos, también, debiese esperarse de quienes nos digamos cristianos?
¿Para satisfacer un deseo de venganza?
Hemos naturalizado tanto la cruz que ya no notamos ahí a una persona sufriendo. Vemos, por el contrario, una imagen “bonita” y la teologizamos pensando cosas como «me amó y se entregó por mí» (Gal 2,20), lo que puede no estar mal si entendemos como bello lo sublime de su actitud, porque su vida entregada lo fue por el plural de los hijos de Dios (“nosotros”, “todos” [1 Jn 2,2]), no con esa mala práctica espiritual que acostumbramos de pensarlo todo individualmente (“por mí”).
Parece ser que muchos ven la cruz como un fin, debido a una serie de prédicas escuchadas, a nuestro juicio erróneas. La cruz, creemos nosotros, es la consecuencia más o menos inevitable de alborotar a una sociedad intolerantemente teocrática e injusta.
Nos resistimos a creer lo que se ha enseñado por siglos: que Dios quiso que Jesús muriese de esa forma. Nos resistimos a creer en ese dios sádico, principalmente porque esa imagen choca violentamente con la del Padre Bueno que enseñó nuestro Maestro.
De él aprendimos, en efecto, que Dios quiere que sus hijos vivan plenamente esa bella y buena vida para la que nos creó (Lc 4,18-21). Dios no quiere el sufrimiento de nadie, por eso envío a su Hijo a sanar, sanar y seguir sanando los dolores de la gente.
Entonces, ¿por qué murió Jesús? ¿qué fue lo que lo llevó a la cruz?
Para encontrar una respuesta, proponemos una mirada más adulta y racional que esa que identifica al Padre como un castigador de inocentes por pecados ajenos y que actúa como una especie de titiritero que manipula a sus adversarios para conseguir ese fin.
Notemos que el Nazareno tuvo serios enfrentamientos con las autoridades de su tiempo por poner en primer lugar a la persona humana, así que no respetaba de la manera que a ellos les parecía adecuado el Día Sagrado (Mc 2,27), no observaba las normas de pureza que ellos prescribían (Mc 7,1-5), modificaba el espíritu con el que ellos entendían la ley de Moisés (Mt 5,20-48), se rodeaba de gente excomulgada por ellos (Mc 2,13-14), comía con personas que ellos juzgaban de mala fama (Mc 2, 15-17), tocaba a los leprosos y a los muertos, contradiciendo las prácticas y enseñanzas de ellos (Mc 1,40-41).
Todas estas actitudes provocaron el que «los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra él» y que «los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con él» (Mc 3,6).
Además, hay un importante hecho, muy disimulado en los evangelios, por razones políticas y religiosas: otro gran motivo era que los romanos lo consideraban un revoltoso «La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: “El rey de los judíos”», lo que debía acarrear la condena a muerte en un pueblo que estaba sometido a un imperio extranjero…
Por lo tanto, sí, él, enviado por su Padre (Jn 3,16), nos amó -sirviéndonos, entregándonos su tierna preocupación, siendo generosamente misericordioso- hasta el punto de entregarse -no resistirse (Lc 22,42)- a las consecuencias que tendría el oponerse de esa forma a quienes imponían sus privilegios y su poder sobre los marginados y despreciados de su tiempo. Por eso, finalmente «lo crucificaron».
En fin, la importancia de diferenciar estas visiones del motivo de la muerte de Jesús es que, si nos quedamos con la tradicional (“Dios quería que él muriese en pago por el pecado de todos”), no nos sentimos demasiado afectados en nuestra forma de vivir, aparte de vivir con culpa…
Pero si lo vemos de la otra forma (“murió castigado por quienes son afectados por ponerse al servicio de los demás”), tenemos una inspiración para intentar ser fieles al Padre de manera semejante a la suya: «Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros» (Jn 13,34).
De esta última manera, ser cristiano/a deja de ser una condición irrelevante, como lamentablemente lo es hoy, y vuelve a ser, como lo fue en los principios, tiempos en que muchos quisieron unírseles, porque aquel generoso ejemplo de vida los motivó (Hch 2,44-47).
Señor, que nos amaste hasta el extremo de gastar y entregar tu vida, concédenos el asemejarnos a ti en tu fidelidad a la voluntad del Padre Todomisericordioso, quien quiere una vida plena y en abundancia para todos sus hijos, sin dejarnos inmovilizar por las consecuencias que esto pueda traernos. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, dejarnos inspirar por el ejemplo de Jesús, de tal manera de atrevernos a enfrentar las dificultades que conlleve el ser fieles a Dios,
Miguel.
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