miércoles, 27 de marzo de 2024

¿Qué significa para nosotros y en nosotros que Jesús resucitó?

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

31 de Marzo de 2024                                                

Domingo de Pascua de Resurrección

 

Lecturas de la Misa:

Hechos 10, 34. 37-43 / Salmo 117, 1-2. 16-17. 22-23 Este es el día que hizo el Señor / Colosenses 3, 1-4

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     20, 1-9


    El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
    Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que habí cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Este es el gran día de la victoria final contra lo que parecía definitivo: la muerte. «Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos» (Sal). Y la “prueba” que tenemos de esto es el sepulcro vacío, sabiendo que «según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos» (Ev). La otra prueba es el testimonio de los creyentes: «Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara […] a nosotros, que comimos y bebimos con él, después de su resurrección. […] Y nos envió a predicar al pueblo» (1L). Este es, además, un gran día para nosotros, porque conlleva una promesa: «Ya que ustedes han resucitado con Cristo […] ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria» (2 L). ¿Mostraremos nuestra alegría o permitiremos que quienes nos rodean vean en nosotros que es sólo un día más?

Ver (lo que produce en los creyentes) para creer.

A lo largo de los siglos ha existido una polémica no muy visible, pero bastante persistente en el tiempo. Y muy delicada, a la vez, se trata de las respuestas a: ¿qué es creer? ¿qué hay que creer? ¿debemos ser guiados en lo que creer?

La respuesta oficial de las distintas confesiones es que «la fe es […] la plena certeza de las realidades que no se ven» (Hb 11,1), basados en lo que nos dicen las autoridades religiosas: «Obedezcan con docilidad a quienes los dirigen» (Hb 13,17).

El texto de este día va en esta línea, al resaltar que quien está jerárquicamente arriba de la mayoría, el «discípulo al que Jesús amaba», probablemente apóstol como Pedro, cuando se encuentra ante el sepulcro vacío, «vio y creyó». Así no más.

Pero ¿qué hacemos los que tenemos la convicción de que si Dios nos creó con capacidad intelectual fue para que la usásemos, pensando y cuestionando hasta llegar a nuestras propias conclusiones?

Recordemos que la suspicaz frase de que “hay que ver para creer”, se origina en el pasaje en que el apóstol Tomás exige pruebas para convencerse de que Jesús resucitó (Jn 20,25).

Hoy nos encontramos que ante la misma evidencia la actitud racional es la de María Magdalena: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

No olvidemos que estas lógicas dudas no impidieron que ellos llegasen a ser notables creyentes en que Jesús realmente venció a la muerte y resucitó. Probablemente fue un proceso normalmente gradual. ¿Cómo pudo haber sido este?

Primero, tengamos presente que un hecho muy relevante acerca de los relatos de la resurrección es que no coinciden entre sí: según Mateo (28,1) fueron 2 mujeres las que descubrieron que Jesús no estaba en la tumba; para Marcos (16,1-2) fueron 3; para Lucas (24,1.10) eran más de 3; para Juan sólo una: «cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada»

Hay más: para Mateo (28,10) el Resucitado se aparecerá a los discípulos en Galilea, mientras que para los demás esto ocurre en Jerusalén.

Como si fuera poco, tampoco están de acuerdo en el día en que ocurre la resurrección: para Lucas (23,42-43) es el mismo Viernes Santo; para Mateo (28,1), según la forma judía de contar los días (que comienzan al atardecer) habría sido a más tardar el sábado; Lucas (24,46) afirma que el domingo, igual que Juan: «El primer día de la semana, de madrugada», recordemos que para ellos la semana terminaba el sábado (que significa “descanso” en hebreo) : «Dios bendijo el séptimo día y lo consagró, porque en él cesó de hacer la obra que había creado» (Gn 2,3).

No hay concordancia porque los evangelios (lo mismo que toda la Biblia), no son, ni pretenden ser, libros de historia, sino relatos de fe.

Pues bien, cuando los primeros discípulos, después de los terribles hechos que culminaron el viernes (en lo que todos los evangelistas están de acuerdo), se dieron cuenta de que quienes lo habían negado y habían huido ahora eran capaces de proclamar su mensaje de cara a todos (Hch 2,12-36); cuando vieron que podían vencer sus naturales egoísmos (Hch 2,44-45); cuando se descubrieron, al contrario de cómo hacían antes, orando y compartiendo comunitariamente con alegría (Hch 2,46); ante todo esto, comprendieron que algo había cambiado profundamente en el mundo.


Meditando sobre lo acontecido llegaron a la conclusión de que, si su Maestro había sido tan bueno, Dios que era la Bondad perfecta misma, no podía permitir que los malos prevalecieran, resucitándolo (Hch 2,22-24).

La forma cómo entiende esto cada cual va a variar dependiendo de sus circunstancias y de su capacidad de raciocinio, pero lo que todo cristiano sabe y afirma es que «Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí (en la tumba)» (Mc 16,6).

Lo que realmente importa de esta conclusión es qué hace esta fe con nuestra forma de vivir nuestros días, de qué manera manifestamos que creemos que está vivo en nosotros quien «pasó haciendo el bien […] porque Dios estaba con él» (Hch 10,38).

 

De tus discípulos aprendimos, Señor, que, si somos capaces de vencer temores para anunciar tu mensaje de misericordia fraterna y solidaria con todos, vives en nosotros resucitado; que, si nos relacionamos de forma más generosa y unida con los hermanos de fe, vives en nosotros resucitado. Gracias, Señor.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, encontrar la forma de que nuestra fe en el fundamental hecho de la resurrección de Jesús se manifieste en nuestra forma de vivir,

Miguel.

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