PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
13 de Octubre de 2024
Domingo de la Vigésimo Octava Semana Durante el Año
Lecturas de la Misa:
Sabiduría 7, 7-11 / Salmo 89, 12-17 Señor, sácianos con tu amor / Hebreos 4, 12-13
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 10, 17-30
Jesús se puso en camino. Un hombre corrió hacia Él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?»
Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre».
El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».
Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme».
Él, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!»
Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: «Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios».
Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?»
Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Él todo es posible».
Pedro le dijo: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».
Jesús respondió: «Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna».
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
En el tiempo de Jesús se creía que los ricos eran bendecidos por Dios, por eso asombra tanto a sus discípulos la dificultad que señala Jesús para que estos entraran al Reino (Ev). Pero él sabía que, no es el dinero, sino sólo la sabiduría la que «tenía en sus manos una riqueza incalculable» (1L). Por eso, «para que nuestro corazón alcance la sabiduría» (Sal), es necesario tener presente que, como «la Palabra de Dios penetra hasta la raíz del alma y del espíritu» (2L), hay que confiar más en ella que en los medios económicos. Esa es auténtica sabiduría, la sabiduría del Reino.
Lo que enseñan las palabras y los silencios de Jesús.
Los cristianos nos guiamos (o deberíamos hacerlo) por las enseñanzas de Jesús, las cuales encontramos en sus palabras, por supuesto, pero muy fundamentalmente en sus acciones, Por eso sus contemporáneos comentaban y se asombraban de que lo hacía, al contrario de sus líderes religiosos, «como quien tiene autoridad» (Mc 1,22; Mt 7,29). Sin embargo, él usaba, además, otra forma pedagógica, que era una que se desprendía de lo que omitía, aunque era muy bien comprendido por quienes lo escuchaban, ya que conocían perfectamente el origen de sus palabras.
Un ejemplo es cuando proclama e inaugura la que será su misión, en la sinagoga de su pueblo, donde «Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor". Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó [...] Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír"» (Lc 4,16-20).
Así Jesús dice claramente que la profecía se está cumpliendo en él, quien ha sido enviado para dar esperanzas a los afligidos: pobres, ciegos, cautivos, oprimidos, anunciando la bondad de Dios. Pero sus oyentes, buenos conocedores de las escrituras como solían serlo en aquel tiempo, notaron que él no terminó de leer el texto, el cual, después de aquello decía que aquel enviado también debía advertir que venía «un día de venganza para nuestro Dios» (Is 61,2).
Por lo tanto, ¿qué dijo sin decirlo? Que, para él, el Dios Padre que lo enviaba no andaba anunciando violencias, sino sólo buenas cosas para la gente, porque «Dios es bueno».
Algo semejante ocurre con el evangelio que se nos ofrece este día.
Revisemos: una persona de buena voluntad (Lc 2,14) muestra la duda que lo urge, corriendo hacia Jesús «y, arrodillándose, le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?”». Ni más ni menos. Su contestación es recordarle que para eso están los diez mandamientos. Claro que, significativamente, al nombrarlos se salta los cuatro primeros, los principales, nada menos. Revisemos en nuestra Biblia:
En primer lugar, se identifica el hablante: «Yo soy el Señor, tu Dios» (Ex 20,2), el que ordena: 1. «No tendrás otros dioses delante de mí» (Ex 20,3); 2. «No te harás ninguna escultura y ninguna imagen de lo que hay arriba, en el cielo, o abajo, en la tierra, o debajo de la tierra, en las aguas. No te postrarás ante ellas, ni les rendirás culto» (Ex 20,4-5); 3. «No pronunciarás en vano el nombre del Señor, tu Dios» (Ex 20,7); y 4. «Acuérdate del día sábado para santificarlo […] es día de descanso en honor del Señor» (Ex 20,8-10).
Obviando estos, como decíamos, Jesús sólo menciona los siguientes: «Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre».
La enseñanza sería, sabiendo lo muy importante que es Dios para nuestro Maestro -a quien califica como el único «bueno»- que, si alguien quiere amarlo y adorarlo, la forma correcta es cuidar y servir a los demás (Mt 22,36-40). Esto lo entendió muy bien un discípulo de Jesús, quien cuestiona: «El que dice: “Amo a Dios”, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?» (1 Jn 4,20).
Podemos concluir, entonces, que, si hubiese que resumir toda la Buena Noticia, el evangelio que somos llamados a anunciar por todo el mundo (Mc 16,15), ésta sería, tomando los dos ejemplos que utilizamos hoy, que Dios es un Padre amoroso y que, quien quiera responder a ese cariño, la forma correcta de hacerlo es querer a sus hijos muy amados.
Ese claramente es un buen anuncio, porque, cuando se traduce
en acciones coherentes, se transforma en noticia feliz que permite a todo el
mundo poder encontrar caminos de plenitud, salvándonos de la inhumanidad que
nos rodea, porque Dios lo quiere así y «para Él todo es posible».
Que nunca dejemos de buscar los caminos para entrar a la vida buena; que nunca dejemos de preguntarte, Señor, qué debemos hacer para lograrlo; y que nunca nos permitamos evadir tus enseñanzas para que vivamos anunciando la Buena Noticia del Reino. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, para evitar confundirnos entre tantas enseñanzas, poder encontrar lo esencial del evangelio e intentar hacerlo vida ,
Miguel.
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