miércoles, 16 de octubre de 2024

¿Cómo comprendemos el poder?

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

20 de Octubre de 2024                                             

Domingo de la Vigésimo Novena Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 53, 10-11 / Salmo 32, 4-5. 18-20. 22 Señor, que tu amor descienda sobre nosotros / Hebreos 4, 14-16

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     10, 35-45


    Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir».
    Él les respondió: «¿Qué quieren que haga por ustedes?»
    Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria».
    Jesús le dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que Yo beberé y recibir el bautismo que Yo recibiré?»
    «Podemos», le respondieron.
    Entonces Jesús agregó: «Ustedes beberán el cáliz que Yo beberé y recibirán el mismo bautismo que Yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados».
    Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que aquéllos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Sabemos que nuestro Dios «ama la justicia y el derecho, y la tierra está llena de su amor» (Sal). Pero ¿cómo hace concretamente esto? Ocurre cada vez que uno de sus hijos, sale de su comodidad y «ofrece su vida [porque es entonces que] la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él» (1L), siguiendo el modelo de Jesús que «fue sometido a las mismas pruebas que nosotros» (2L), para enseñarnos que nuestra comodidad egoísta puede ser vencido, y terminar haciéndose «servidor de todos» (Ev). Nosotros somos llamados a asemejarnos a él.

Como hicieron los Apóstoles.

¡Tan como nosotros que eran los hermanos de la primera comunidad! Por eso, pese al tiempo transcurrido, nos siguen sirviendo y enseñando los relatos evangélicos.

Por ejemplo, el de este día nos invita a preguntarnos ¿qué clase de Reino se imaginarían que era el que anunciaba Jesús? El hecho de estar pidiendo los lugares de privilegio unos o indignándose los otros porque se les habían adelantado, muestra que, como cualquiera de nosotros, priorizaban el tema del poder. Sin embargo, aquello se distancia mucho de lo predicado por el Maestro, quien, a propósito, les recuerda que «aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad».

Pero, si nos ponemos a sus pies para aprender (Lc 10,39), como corresponde, comprenderemos que entre quienes están en sintonía con el estilo del Reino que anunciaba Jesús «no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos».

Es decir, sus seguidores, si realmente van detrás de él (Mt 9,9), lo harán exactamente en la dirección opuesta a la de los poderosos, que se adueñan de las naciones y son autoritarios con sus pueblos. O dejarían de ser fieles discípulos de aquel que «no vino para ser servido, sino para servir», que es precisamente lo que lo hizo a él "el primero y más grande".

Respecto al tema del poder y cómo nos afecta a los cristianos, hay un par de ejemplos a observar. Uno, respecto a las actitudes de nosotros, creyentes “de a pie”: solemos entender el poder, al revés de nuestro Maestro, como una ganancia. Esto se demuestra, por ejemplo, cuando alguno de nosotros asume una responsabilidad pastoral. La reacción general, de buena fe, es felicitarla. Si se entiende como un logro personal, tendría sentido. Pero se supone que aquello es una carga, un compromiso que demandará tiempo y dedicación, restado a su familia y a sus ocupaciones. Lo correcto sería que quienes valoran el trabajo que se le ha dado a aquella persona comprometan su apoyo y sus oraciones por el buen desempeño de esta.

La otra reflexión apunta a las jerarquías, en este caso la de la Iglesia Católica. Como sabemos hasta que llegó el Papa actual -y aún sucede con muchos cardenales y obispos- incitaban a ser saludados con una genuflexión y un beso en el anillo. Ante esto, sólo recordemos esta situación: «Cuando Pedro entró, Cornelio fue a su encuentro y se postró a sus pies. Pero Pedro lo hizo levantar, diciéndole: “Levántate, porque yo no soy más que un hombre”» (Hch 10,25-26).

¡Tan como nosotros que era los primeros discípulos!, pero los de antes de la Resurrección, porque, después de ser iluminados por el ejemplo de la generosa entrega de su Señor, quien los amó hasta el extremo (Jn 13,1), de entregar su espíritu (Jn 19,30) e incluso sus últimos fluidos vitales (Jn 19,34), ellos comprendieron mejor a su Maestro y dejaron de lado aquellas aspiraciones tan terrenales, a la vez de tan poco relacionadas con el Reino.


Correspondería, si nos interesa ser fieles a nuestro Señor, que intentemos asemejarnos más a la comunidad que nace de la comprensión surgida, como aprendemos de él, de que Dios nos ama y quiere que seamos una familia. De esta manera: «Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones.

Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno. Íntimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo. Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse» (Hch 2,42-47).

 

Señor, sabes que nuestra intención es ser fieles a tus enseñanzas, por amor a ti, al Padre Bueno y para poder acercarnos a la Vida eterna, la vida plena. Pero también conoces nuestras limitaciones, apoyadas en nuestros egoísmos, indiferencias y comodidades. Ayúdanos a superar esto, auméntanos la fe. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, encontrar la forma de dominar nuestra soberbia para asemejarnos al estilo de servicio a los demás de Jesús,

Miguel.

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