PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
9 de Noviembre de 2025
Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán
Lecturas de la Misa:
2 Macabeos 6, 1; 7, 1-2. 9-14 / Salmo 16, 1. 5-6. 8. 15 ¡Señor, al despertar me saciaré de tu presencia! / II Tesalonicenses 2, 16—3, 5
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 20, 27-38
Se le acercaron algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: «Maestro, Moisés nos ha ordenado: "Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda". Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?». Jesús les respondió: «En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque él no es Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él».
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
La Buena noticia para este día es que nuestro Dios «nos amó y nos dio gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza» (2L), la cual es que «son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección» (Ev). Pudiendo decir, entonces, con confianza: «Él está a mi lado, nunca vacilaré» (Sal). Y, en medio de las dificultades, afirmar «Es preferible morir a manos de los hombres, con la esperanza puesta en Dios de ser resucitados por él» (1L). Gracias, Señor.
Amando sus templos vivientes.
En nuestro tiempo todas las religiones, incluso las que parecen tener más fieles, están en crisis. Pero, a la vez, notamos que surgen y se expanden con fuerza, muy masivamente, distintas espiritualidades, de inspiración religiosa o no.
Probablemente esto se deba a que, en la concepción general las religiones se ven como proclamadoras y guardianas de mandamientos, normas y leyes rígidas que pretenden guiar la vida de los demás, pero, lamentablemente, sin demasiada vivencia de bondad ni de coherencia.
Para meditar eso tengamos presente que la palabra religión, significa ligarse (unirse) fuertemente a Dios. Y el Dios que nos presentó Jesús, que es el que nos importa a los cristianos, es uno muy preocupado y ocupado de lo humano: «Señor, ¿qué es el hombre para que tú lo cuides, y el ser humano, para que pienses en él?» (Sal 144,3).
Recordemos, a la vez, que el pueblo del que provenía el Maestro entendía que para lograr esa comunión con el Señor, para saber cómo relacionarse con quien era tan importante para ellos, y con los demás, debía cumplir los mandamientos que Él señaló a su líder Moisés. Sin embargo, con el paso del tiempo fueron explicando aquellos primeros diez preceptos, ampliándolos reiteradas veces hasta llegar a constituir una amplia y detallista legislación con más de 600 normas, del tipo de la que se nos recuerda en este texto: «Maestro, Moisés nos ha ordenado: "Si alguien está casado y muere sin tener hijos..."» complicando lo que quería ser una ayuda del Señor para que hubiese una mejor humanidad.
Jesús, quien no vino a cambiar ninguno de esos mandamientos, sino a darles la plenitud que estaba en el corazón de Dios cuando los promulgó (Mt 5,17), sintetiza todo este largo reglamento en sólo dos: el amor a Dios y el amor al prójimo (Mt 22,37-40). Así, podemos comprender que, en su visión, la ligazón con Dios se da amándolo, pero como Él está fuera de nuestro alcance, la forma correcta es amarlo en los demás, de una manera real y eficaz, como hizo el mismo Maestro (Hch 10,38).
Lo anterior, como respuesta adecuada al amor que Él tiene por nosotros en primer lugar (1 Jn 4,19). Y esto, entendiendo que como nuestro Dios es Perfecto y Eterno, su amor no puede agotarse con nuestra muerte, por eso «no es Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él».
Este día se nos invita a celebrar la Dedicación de la Basílica de Letrán, esto es conmemorar uno de los primeros lugares reservados para Dios, por parte del cristianismo, un templo construido alrededor de los años 320 D.C., una vez terminada la persecución romana. Esta basílica, además, tiene importancia para los católicos, porque es la sede del obispo de Roma, el Papa.
Pues bien, los judíos del tiempo de Jesús creían que para conseguir esa ligazón con Dios de la que hablábamos, era necesario ir al templo porque allí habitaba Su Gloria (Ez 43,4). Allí se podía “tocar” a Dios. Pero Jesús replica que si de verdad queremos encontrarnos con el Padre celestial debemos acudir al templo de su cuerpo (Jn 2,21). Es decir, a su vida, con sus criterios y modos de comportarse.
Al respecto es muy adecuado recordar que, en su criterio, llegaría un tiempo en que no se alabaría a Dios en construcciones humanas (Jn 4,21-24). Más claro, aún: que el templo más sagrado y más preciado para Él es la persona humana (Mc 2,27). Y para más detalles y certezas, nos indicó que Él, Dios Hijo, vive privilegiadamente en los que más sufren de entre nosotros (Mt 25,34ss).
Sus discípulos, nosotros y nosotras hoy, debiésemos recordar que el templo no es un edificio de piedra sino la vida del Dios Vivo, «de vivientes», en medio del mundo; y que el culto que a Dios le agrada para ese templo (1 Cor 6,19) es la relación misericordiosa, el amor, de unos por otros (Mt 10,13; Os 6,6).
Que no olvidemos nunca, Señor, que te podemos encontrar en los templos construidos por nuestras manos humanas, pero que tú habitas con mayor alegría en esos templos de carne y hueso que somos nosotros y muy especialmente nuestros hermanos más necesitados. Y que actuemos en consecuencia ante esta realidad. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, hacer el aprendizaje necesario de adorar a Dios en espíritu y en verdad, en sus templos más sagrados, nuestros hermanos,
Miguel.

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