miércoles, 29 de octubre de 2025

Vivir como si fuéramos mortales

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

2 de Noviembre de 2025                                              

Conmemoración de todos los fieles difuntos

 

Lecturas de la Misa:

Apocalipsis 21, 1-7 / Salmo 26, 1. 4. 7-9 13-14 El Señor es mi luz y mi salvación / I Corintios 15, 20-23

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     24, 1-8


    El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado. Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
    Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes. Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que Él les decía cuando aún estaba en Galilea: "Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día". Y las mujeres recordaron sus palabras.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                                

Confiada y esperanzadamente decimos: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?» (Sal), ¿a la muerte temeremos? porque no hay nada más terrorífico que aquella… sin embargo, sabemos que «la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección» (2L). Ese hombre había dicho: «Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día» (Ev). Y lo logró: venció a la muerte para siempre, de tal manera que se nos anuncia que «el mismo Dios estará con ellos. Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó» (1L). Gracias, Señor.

Gozando la vida plenamente.

Últimamente ha provocado estupor una ola de suicidios que se dio (o se sigue dando, no sabemos) por personas lanzándose al paso del ferrocarril metropolitano. Nos parece una coincidencia impactante, pero los estudiosos de este tipo de problemas sociales señalan que es habitual el aumento al inicio de la primavera, debido a que la personas en depresión -que es una situación mucho más profunda que alguien tristón, que “no quiere tirar para arriba”; es una enfermedad de la siquis- ven un contraste violento entre sus sentimientos oscuros y los colores y la alegría que conlleva esta estación. Más de la mitad de quienes llevan a cabo esta acción tiene entre 18 y 30 años.

El motivo, como se dijo, suele ser una depresión no bien tratada, pero los gatillantes de esta conducta son muchos. Predomina fuertemente estar imbuidos en una sociedad con un estilo de vida acelerado, sumada a la excesiva importancia dada a la búsqueda de mejor status social, lo que va asociado a dilapidar el tiempo en actividades que den beneficios económicos. ¿Y los otros aspectos que racionalmente sabemos que son importantes? Ya habrá tiempo para eso. Pero ¿podemos estar seguros de que efectivamente habrá?

Por otro lado, todos conocemos a personas que alguna vez han lamentado no haber solucionado las cosas con alguien que ya partió. A veces podemos haberlo dicho nosotros mismos. ¿Por qué ocurre esta situación? En breve, porque siempre pospusieron esa acción para otro momento, suponiendo que habría más ocasiones.

Cuando pensamos en la conmemoración de este día o en la situación de los difuntos en general nunca recordamos un hecho fundamental: inevitablemente todos iremos a donde fueron ellos.

El lugar es un tema que ya no está presente en las conversaciones cotidianas como sucedía hace unas décadas. Más bien se hacen chistes acerca de quienes se van "para arriba" o "para abajo", dependiendo de criterios particulares.

No existe conciencia respecto a algo que nos concierne a absolutamente todos y con una inevitabilidad imposible de evadir, por toda la eternidad.

Pero, considerando la situación desde un punto de vista constructivo, lo que debiese ser una característica permanente de quienes se digan cristianos, sería muy bueno tener presente que, previo a esto, hay que vivir y eso sería bueno realizarlo de la forma más plena posible. Sobre todo, sabiendo con certeza absoluta que no podemos prever cuándo será nuestro último momento en esta tierra.

Por eso, es totalmente vital (literalmente) que tratemos de tener conciencia que ese abrazo que dimos (o no), esa sonrisa que dimos (o no), esa ternura que prodigamos (o no)... podría llegar a ser la última interrelación con la otra persona.

¡Qué diferente sería todo si viviéramos como si fuésemos mortales!, porque, claro, lo somos y lo sabemos, pero pasamos por nuestra vida como si no tuviésemos fecha de expiración. Es decir, haciendo nuestras cosas dándonos cuenta, de vez en cuando (también sería patológico que sea una preocupación permanente) que podríamos estar efectuándolo por última vez. En esa situación, ¡qué intensos serían nuestros abrazos! Prodigaríamos con más generosidad y frecuencia nuestras sonrisas y gestos de ternura. Leeríamos con más pasión una obra literaria, cocinaríamos más veces y con más alegría los platos más exquisitos, la música y todas las artes estarían mucho más presentes en nuestra vida… porque no sabríamos (no sabemos) si tendríamos otra ocasión de disfrutar todo lo anterior.


Y los cristianos dejaríamos de buscar «entre los muertos al que está vivo»: al Dios de la Vida (Mt 22,32) una vida plena (Jn 10,10), con ceremonias tristes o conmemoraciones como la de todos los difuntos que dan la impresión de que no creyésemos realmente en la resurrección. Y en la vida cotidiana, producto de nuestra fe en ese Dios Vital, que inyecta vida buena a nuestras existencias, saber apreciar mejor este regalo divino, disfrutarla a concho y contagiar alegría, construyendo espacios de plenitud y dignidad para ayudar a que más hermanos encuentren ese sabor dulce y nutritivo de descubrir y vivir lo mejor de lo humano, con perspectiva de resurrección, de eternidad, abrazados al Dios fuente del amor (1 Jn 4,8).

 

No sabemos qué hacer por nuestros queridos difuntos después que parten. Por eso te los confiamos Padre Bueno. Y te pedimos que nos des la sabiduría para vivir esta vida que nos das sin preocupaciones que empañen la paz, el amor y la alegría que pusiste en nuestro corazón para que fuéramos felices en tu maravillosa Creación. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, aprender a disfrutar cada día del regalo maravilloso de estar vivos,

Miguel.

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