PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
26 de Octubre de 2025
Domingo de la Trigésima Semana Durante el Año
Lecturas de la Misa:
Eclesiástico 35, 12-14. 16-18 / Salmo 33, 2-3. 17-19. 23 El pobre invocó al Señor, y Él lo escuchó / II Timoteo 4, 6-8. 16-18
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 18, 9-14
Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:
Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: «Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas».
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!»
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se eleva será humillado y el que se humilla será elevado».
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Ya el antiguo libro del Eclesiástico hacía notar que Dios está del lado del pobre, indicando que Él «escucha la súplica del oprimido; no desoye la plegaria del huérfano, ni a la viuda, cuando expone su queja» (1L). Jesús hoy señala que su Padre se siente más cercano a los que se reconocen humildemente pecadores (Ev). Pablo, por su lado, recuerda que: «el Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas», ya en el final de su vida, y esto debido a que la dedicó a servir a los demás (2L). Podemos afirmar con certeza, entonces, que siempre «el Señor está cerca del que sufre y salva a los que están abatidos» (Sal). No nos perdamos esa gracia.
Las apariencias son secundarias.
Los fariseos eran el
grupo más religioso y más fiel a los muchos mandamientos que tenía su religión.
Tan estrictos eran en su cumplimiento que hacían mucho más de lo que la Ley
exigía, para estar seguros de que no fuera a faltarles algo. Un ejemplo:
la norma era pagar el diezmo de «lo que produce la tierra –tanto los campos
sembrados como los árboles frutales-» (Lev 27,30). Los fariseos, para mostrarse más cumplidores,
optaron por aplicarle este requisito incluso a las plantas más pequeñas del
jardín, incluidas la menta, el hinojo y el comino (Mt
23,23).
Los publicanos, por su parte, eran judíos que se dedicaban a cobrar los
impuestos que los romanos exigían. Eran considerados pecadores públicos por dos
razones: primero, porque colaboraban con el imperio, pero ningún hebreo podía
reconocer otra autoridad que no fuera la de Dios; y, segundo, porque obtenían
sus ganancias de acuerdo a lo que cobraban por sobre lo establecido y ese monto
lo fijaban arbitrariamente. No eran personas consideradas justas.
El evangelista comienza dejando muy claro hacia quienes irá dirigida la
parábola: «refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a
los demás». Para eso la contraposición de personajes es absolutamente
intencional por parte de Jesús. Como en el caso del buen samaritano, tiene la
intención de sacudir a sus oyentes, haciendo el contraste entre el despreciable
pecador que asume su indignidad, frente a aquellos que se vanagloriaban en
el cumplimiento de la Ley y creían que con eso tenían asegurado el favor de
Dios, por eso miraban en menos a otros.
El mensaje da vuelta radicalmente la comprensión de la religiosidad en
cualquier época: el "bueno", el "santo" es rechazado por
Dios, mientras que el "malo", claramente pecador, es aceptado. Esto
será siempre un escándalo para los piadosos.
Por cierto, el fariseo
no es rechazado por cumplir la Ley, sino a pesar de ese cumplimiento tan
estricto. Es rechazado por su actitud: creerse bueno; despreciar a
los demás porque no hacen tanto como él; y suponer que Dios le debe algo por lo
que hace.
Por su lado, tampoco el publicano es aceptado por obrar mal, sino por su
actitud ante el Señor: reconoce su pecado; pide perdón; confía en que hay
un Dios que tiene compasión.
Es que cuando no
descubrimos lo que tenemos de malo y, por esa corta vista, nos creemos por
encima de los demás, nos hacemos un daño terrible en el alma. En cambio,
cuando somos capaces de descubrir lo malo en nosotros mismos, nos encontramos
en mejores condiciones para adoptar la sana postura del publicano que le dio
tanta riqueza a su espíritu: «volvió a su casa
justificado».
Entonces, como sabemos, las buenas obras son necesarias para mostrar la fe que
decimos tener (Stg 2,18),
pero, aunque éstas sean muchas. no sirven de nada, a los ojos de Dios, si
conllevan una actitud de
soberbia, haciéndonos creer que somos mejores (superiores) que los demás. Y, como segunda conclusión, nos sirve aprender del "malo" a reconocernos pequeños ante Dios todopoderoso, pero, a la vez, sentirnos esperanzados al saber que Él es también todomisericordioso.
Lo que podemos entender que enseña Jesús es que quien lo sigue no es el “perfecto” (porque no lo necesita), sino el que busca un Dios que le ame sin merecerlo, porque es vital para él que así sea.
En otra prédica provocadora, él dirá «Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios» (Mt 21,31). Para comprender bien estas palabras necesitamos entender que esa preeminencia no se da por ser pecadores, sino por saber reconocerlo humildemente y no despreciar a nadie.
Por lo tanto, sepamos que es muy sano y sanador sentirse pecador -asumir honestamente esta verdad-, dando gracias a Dios, no por serlo, sino por poder acceder a este Señor de la Misericordia generosa y activa para nosotros (Lc 5,31-32). Y que nuestra respuesta a tan grandioso don de su parte, consista en que seamos misericordiosos a nuestra vez con nuestros hermanos de miserias (Lc 6,36), con la certeza de que no somos, de ninguna manera, superiores a ellos.
Que sepamos, Señor, no buscar ser perfectos cumplidores, sino humildes
servidores tuyos y de los demás, haciendo de esta manera parte de nuestra
vida y nuestro actuar tus mandamientos-invitaciones a una forma de
relacionarnos más plenamente humana. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, parecernos mucho más al publicano, en su honesta humildad, intentando vencer la tentación de la soberbia que nos asemeja al fariseo,
Miguel.

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