miércoles, 22 de octubre de 2025

El buen ejemplo del malo

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

26 de Octubre de 2025                                              

Domingo de la Trigésima Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Eclesiástico 35, 12-14. 16-18 / Salmo 33, 2-3. 17-19. 23 El pobre invocó al Señor, y Él lo escuchó / II Timoteo 4, 6-8. 16-18

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     18, 9-14


    Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:
    Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: «Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas».
    En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!»
    Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se eleva será humillado y el que se humilla será elevado».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                                

Ya el antiguo libro del Eclesiástico hacía notar que Dios está del lado del pobre, indicando que Él «escucha la súplica del oprimido; no desoye la plegaria del huérfano, ni a la viuda, cuando expone su queja» (1L). Jesús hoy señala que su Padre se siente más cercano a los que se reconocen humildemente pecadores (Ev). Pablo, por su lado, recuerda que: «el Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas», ya en el final de su vida, y esto debido a que la dedicó a servir a los demás (2L). Podemos afirmar con certeza, entonces, que siempre «el Señor está cerca del que sufre y salva a los que están abatidos» (Sal). No nos perdamos esa gracia.

Las apariencias son secundarias.

Los fariseos eran el grupo más religioso y más fiel a los muchos mandamientos que tenía su religión. Tan estrictos eran en su cumplimiento que hacían mucho más de lo que la Ley exigía, para estar seguros de que no fuera a faltarles algo. Un ejemplo: la norma era pagar el diezmo de «lo que produce la tierra –tanto los campos sembrados como los árboles frutales-» (Lev 27,30). Los fariseos, para mostrarse más cumplidores, optaron por aplicarle este requisito incluso a las plantas más pequeñas del jardín, incluidas la menta, el hinojo y el comino (Mt 23,23).
Los publicanos, por su parte, eran judíos que se dedicaban a cobrar los impuestos que los romanos exigían. Eran considerados pecadores públicos por dos razones: primero, porque colaboraban con el imperio, pero ningún hebreo podía reconocer otra autoridad que no fuera la de Dios; y, segundo, porque obtenían sus ganancias de acuerdo a lo que cobraban por sobre lo establecido y ese monto lo fijaban arbitrariamente. No eran personas consideradas justas.
El evangelista comienza dejando muy claro hacia quienes irá dirigida la parábola: «refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás». Para eso la contraposición de personajes es absolutamente intencional por parte de Jesús. Como en el caso del buen samaritano, tiene la intención de sacudir a sus oyentes, haciendo el contraste entre el despreciable pecador que asume su indignidad, frente a aquellos que se vanagloriaban en el cumplimiento de la Ley y creían que con eso tenían asegurado el favor de Dios, por eso miraban en menos a otros.
El mensaje da vuelta radicalmente la comprensión de la religiosidad en cualquier época: el "bueno", el "santo" es rechazado por Dios, mientras que el "malo", claramente pecador, es aceptado. Esto será siempre un escándalo para los piadosos. 

Por cierto, el fariseo no es rechazado por cumplir la Ley, sino a pesar de ese cumplimiento tan estricto. Es rechazado por su actitud: creerse bueno; despreciar a los demás porque no hacen tanto como él; y suponer que Dios le debe algo por lo que hace.
Por su lado, tampoco el publicano es aceptado por obrar mal, sino por su actitud ante el Señor: reconoce su pecado; pide perdón; confía en que hay un Dios que tiene compasión.

Es que cuando no descubrimos lo que tenemos de malo y, por esa corta vista, nos creemos por encima de los demás, nos hacemos un daño terrible en el alma. En cambio, cuando somos capaces de descubrir lo malo en nosotros mismos, nos encontramos en mejores condiciones para adoptar la sana postura del publicano que le dio tanta riqueza a su espíritu: «volvió a su casa justificado».
Entonces, como sabemos, las buenas obras son necesarias para mostrar la fe que decimos tener
(Stg 2,18), pero, aunque éstas sean muchas. no sirven de nada, a los ojos de Dios, si conllevan una actitud de


soberbia, haciéndonos creer que somos mejores (superiores) que los demás. Y, como segunda conclusión, nos sirve aprender del "malo" a reconocernos pequeños ante Dios todopoderoso, pero, a la vez, sentirnos esperanzados al saber que Él es también todomisericordioso.

Lo que podemos entender que enseña Jesús es que quien lo sigue no es el “perfecto” (porque no lo necesita), sino el que busca un Dios que le ame sin merecerlo, porque es vital para él que así sea. 

En otra prédica provocadora, él dirá «Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios» (Mt 21,31). Para comprender bien estas palabras necesitamos entender que esa preeminencia no se da por ser pecadores, sino por saber reconocerlo humildemente y no despreciar a nadie. 

Por lo tanto, sepamos que es muy sano y sanador sentirse pecador -asumir honestamente esta verdad-, dando gracias a Dios, no por serlo, sino por poder acceder a este Señor de la Misericordia generosa y activa para nosotros (Lc 5,31-32). Y que nuestra respuesta a tan grandioso don de su parte, consista en que seamos misericordiosos a nuestra vez con nuestros hermanos de miserias (Lc 6,36), con la certeza de que no somos, de ninguna manera, superiores a ellos.


Que sepamos, Señor, no buscar ser perfectos cumplidores, sino humildes servidores tuyos y de los demás, haciendo de esta manera parte de nuestra vida y nuestro actuar tus mandamientos-invitaciones a una forma de relacionarnos más plenamente humana. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, parecernos mucho más al publicano, en su honesta humildad, intentando vencer la tentación de la soberbia que nos asemeja al fariseo,

Miguel.

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