domingo, 27 de octubre de 2024

Con los ojos de Bartimeo

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

27 de Octubre de 2024                                             

Domingo de la Trigésima Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Jeremías 31, 7-9 / Salmo 125, 1-6 ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros! / Hebreos 5, 1-6

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     10, 46-52


    Cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo -Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!» Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!»

    Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo».

    Entonces llamaron al ciego y le dijeron: «¡Animo, levántate! Él te llama».

    Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia Él. Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?»

    Él le respondió: «Maestro, que yo pueda ver».

    Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

En el momento de la conversión, cuando «tu fe te ha salvado» (Ev) del mundo de tinieblas que es la sociedad consumista, competitiva y egoísta, cada uno/a puede sentir en su corazón la voz del Creador diciendo: «Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy» (2L). En esas circunstancias, es comprensible si «nuestra boca se llenó de risas y nuestros labios, de canciones» (Sal). Pero no debe quedar en una alegría interna; hay que salir, hay que comunicarlo, que mucha más gente lo sepa y se alegre: «Háganse oír, alaben y digan: ¡El Señor ha salvado a su pueblo!» (1L), salvándolo de la ceguera de no ser capaces de ver a los demás como hermanos, hijos del mismo Padre Dios y portarnos como tales entre nosotros.

Reconociendo nuestra carencia y nuestro deseo.

(Texto de Dolores Aleixandre, www.feadulta.com)

Desde la hondura de mi noche, escuché un rumor en el camino, ese camino por el que mi ceguera no me permitía aventurarme. Mi sitio era una cuneta a la salida de Jericó, un lugar marginal, una prisión en la que permanecía encadenado y ajeno a la vida que circulaba ante mí. Escuché un murmullo: -“Mirad, pasa Jesús, ese profeta galileo de quien todos hablan…”

Nunca he podido explicar después por qué supe en aquel preciso momento que la luz estaba pasando a mi lado y que había llegado para mí la ocasión única de dejarme alumbrar por ella. No tenía más instrumento que mi voz y me puse a gritar con todas mis fuerzas y a llamar al caminante “hijo de David”: quizá el nombre de un antepasado común rompiera las distancias que separaban a galileos y judíos: - “¡Ten compasión de mí!”

Mis gritos hicieron reaccionar a lo que le acompañaban que en seguida intentaron levantar ante mí un muro de recriminaciones y prohibiciones: - ¡Silencio! ¡Cállate! No nos molestes… Pero yo seguí gritando por si mi llamada alcanzaba al que estaba del otro lado del muro antes de que siguiera avanzando alejándose de mí.

De pronto, oí otra voz que ordenaba: -¡Llamadlo! y hacía saltar por los aires la distancia que nos separaba. Di un salto y corrí hacia él, abandonando el viejo manto que era mi única posesión, y llegué a tientas junto al que me había llamado. Ahora me reprochará mis pecados que son seguramente la causa de mi ceguera”, pensé. “O me hará preguntas sobre por qué vivo mendigando.

En vez de eso me preguntó: - ¿Qué quieres que haga contigo?


Algo me movió a dirigirme a él como Maestro, un título que jamás había dado a nadie, y expuse ante él el deseo más hondo de mi corazón: recobrar la vista. Miles de veces había soñado con la posibilidad de curarme y volver de nuevo a Jericó para comenzar allí una vida digna y segura.

Me quedé atónito al oírle decir: “Ve, tu fe te ha salvado” y escuchar por debajo de aquellas palabras: “Tu impotencia, reconocida y gritada, te ha hecho salir de tu noche y correr a mi encuentro, reconociendo tu carencia y tu deseo. Y es eso lo que ha abierto en ti el camino para la llegada de la salvación”.

Mis ojos se abrieron y le miré. Y supe al instante que la vida con la que antes soñaba se quedaba atrás, lo mismo que mi viejo manto: ahora que le había visto, lo único que deseaba era ser su discípulo, quedarme a su lado, hacer de su camino mi propio camino.

Y me decidí a seguirle en su subida a Jerusalén.

 

Decimos ver. Sin embargo, nuestro accionar demuestra una ceguera evidente a los sufrimientos de los favoritos de Dios: los pobres y pequeños. ¿Qué queremos que hagas por nosotros? Maestro, que podamos ver con tus ojos compasivos y misericordiosos para luego seguirte por los caminos de la solidaridad y la fraternidad del Reino. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, estar permanentemente pidiendo al Señor que abra nuestros ojos, que purifique nuestra mirada, que cure nuestra ceguera y luego seguirlo por el camino,

Miguel.

 

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