miércoles, 13 de noviembre de 2024

Aunque el cielo y la tierra se terminen

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

17 de Noviembre de 2024                                        

Domingo de la Trigésima Tercera Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Daniel 12, 1-3 / Salmo 15, 5. 8-11 Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti / Hebreos 10, 11-14. 18

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     13, 24-32


     Jesús dijo a sus discípulos:

    En aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y Él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.

    Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta.

    Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto.

El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Habrá un tiempo en que «se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria» (Ev) y eso, a quienes lo amamos y confiamos en su amor, a quienes nos hizo «conocer el camino de la vida» (Sal), debiese sólo alegrarnos, porque «los que hayan enseñado a muchos la justicia brillarán como las estrellas» (1L), entre quienes, si somos fieles, debiésemos ser contados nosotros, ya que «Él ha perfeccionado para siempre a los que santifica» (2L). Y, como ya sabemos que será así, tenemos toda la vida para ir practicándolo.

Crecer en fe confiada.

¿Cuántas palabras de Jesús permanecen en el habla popular hasta hoy, aún en boca de personas no creyentes? “Arrojar la primera piedra” (Jn 8,7), “No sólo de pan vive el hombre” (Mt 4,4), “sólo la verdad los hará libres” (Jn 8,32), “La fe mueve montañas” (Mt 17,20). Y así…

Pero hay muchas palabras más que han remecido las vidas de quienes creemos en él, que nos mueven y que guían nuestro caminar (o así debería ser).

Entre tantas otras, las siguientes:

Podríamos empezar con esta que es una motivación para seguirlo para quienes queremos llegar a Dios: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí» (Jn 14,8).

Recordando siempre en quién nos invita a confiar, identificándolo: «Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro» (Mt 6,9), porque no le hablamos a -ni creemos en- un Dios lejano, sino paternal, que nos hace hermanos entre todos. Y uno a quien no le ganan en generosidad y cuidado por sus hijos: «Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan» (Lc 11,13).

Como sabemos bien, lo que es bueno cuesta. Entonces, los caminos de vida plena a los que nos guía el Maestro no serán fáciles, por eso «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16,24).

Una renuncia muy importante es a la comodidad egoísta e indiferente de la situación de los demás: «Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros» (Jn 13,34).

Esta es la forma de llegar a construir un mundo a la medida de Dios: «Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes», recordándonos que él, que es el camino, nos ha dejado su ejemplo: «como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mt 20,25-28).

Esto sería un gran aporte para que, como nos enseñó a orar, venga el Reino (Mt 6,10): que sea Dios. y no el dinero (que está en la raíz de todos los males que sufre nuestra humanidad), quien reine entre nosotros. Por eso Jesús advierte que «el Reino de Dios está entre ustedes» (Lc 17,21), porque cuando hacemos parte de nuestra forma de accionar lo que aprendimos de él se puede ver a Dios reinando entre nosotros, desde nosotros.

Debido a lo anterior, son «Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados» (Mt 5,6). Teniendo presente que en ese y en todos los desafíos de la vida no estaremos solos: «Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

La explicación de esa permanencia, más allá de lo físico, está en la comunidad que busca ser fiel a sus palabras: «Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos» (Mt 18,20).


Pues bien, si nos fijamos, al comienzo de este evangelio, Jesús anuncia: «el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán». Esto puede sonar terrorífico para los que no creen o no entienden. Pero «los hijos de la luz» (Lc 16,8), quienes tratamos de dejarnos guiar por él, confiamos en la misma Palabra en que confiaba nuestro Señor: «¡Sean fuertes y valientes! […] Porque el Señor, tu Dios, te acompaña, y él no te abandonará ni te dejará desamparado» (Dt 31,6).

Por eso sabemos que, aunque «el cielo y la tierra», es decir, todo lo que creemos más firme y estable, se acaben, nada nos destruirá: el mal, el dolor, la tristeza, el miedo, la desesperanza y la muerte no tienen ni tendrán la última palabra en nuestras vidas. Porque esta es nuestra esperanza: nada «podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8,39).

No necesitamos más garantías y seguridades que esta.

 

Señor, sabemos que tienes palabras de Vida eterna. A ellas queremos aferrarnos y en ellas confiar. Por eso, te pedimos que suplas, por favor, nuestras deficiencias en la confianza y aumentes nuestra débil fe. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, las formas efectivas de confiar en la Palabra del Señor,

Miguel.

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