PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
13 de Julio de 2025
Domingo de la Décimo Quinta Semana Durante el Año
Lecturas de la Misa:
Deuteronomio 30, 9-14 / Salmo 68, 14. 17. 30-31. 36-37 Busquen al Señor, y vivirán / Colosenses 1, 15-20
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 10, 25-37
Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?»
Jesús le preguntó a su vez: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»
Él le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo».
«Has respondido exactamente, -le dijo Jesús-; obra así y alcanzarás la vida».
Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?»
Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver".
¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?»
«El que tuvo compasión de él», le respondió el doctor.
Y Jesús le dijo: «Ve, y procede tú de la misma manera».
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Ser fiel a Dios, o «heredar la Vida eterna», se logra amándolo generosamente, al igual que al prójimo (Ev). ¿Cómo podemos estar seguros de eso? Porque nos lo ha enseñado quien es, de manera visible, «la Imagen del Dios invisible» (2L), su Hijo, el que hizo llegar su mensaje hasta nosotros, de tal manera que comprendimos aquello de: «La palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la practiques» (1L), para, luego, con la alegría del salmista cantar: «proclamaré su grandeza dando gracias» (Sal).
Ampliando la mirada.
Podemos afirmar que Dios se caracteriza por la coherencia. Él afirma: «yo, el Señor, no he cambiado» (Mal 3,6) y el salmista le reconoce: «fundaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos; ellos se acaban, y tú permaneces» (Sal 102,27).
Jesús, el Maestro, espera algo semejante de sus seguidores: «No son los que me dicen: “Señor, Señor”, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo» (Mt 7,21), porque decir lo hace cualquiera, pero lo dicho gana legitimidad cuando se lo lleva a la vida, tanto que considera parte preponderante de su familia a «los que escuchan la Palabra de Dios y la practican» (Lc 8,21).
Y recordemos que su gran distancia y controversias con las autoridades religiosas de su pueblo no tienen tanto que ver con motivos teológicos, sino con la hipocresía que demostraban «porque no hacen lo que dicen» (Mt 23,3).
Entonces, ¿qué utilidad tiene para uno mismo -y qué decir para el mundo- que alguien se diga creyente, o cristiano en nuestro caso, si no hay una coherencia entre ese decir y el hacer? Conviene recordar al respecto el poderoso cuestionamiento bíblico: «¿De qué le sirve a uno (...) decir que tiene fe, si no tiene obras? (...) ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: "Vayan en paz, caliéntense y coman", y no les da lo que necesitan para su cuerpo? (Es que) la fe (...) si no va acompañada de las obras, está completamente muerta» (Stg 2,14-17).
Entonces, en la situación del texto para este día, vemos que Jesús conoce a alguien que, en lo hondo de su corazón, parece querer encontrar coherencia entre lo que ha aprendido y la vida, más allá de la intención superficial: «para ponerlo a prueba»
Debido a esto es la fundamental pregunta: «¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?», más allá de lo que ya sabía, lo que había leído en las Escrituras, como le recuerda el Maestro, lo que lleva al «doctor de la Ley» a repetir de memoria lo más importante de su tradición religiosa: el amor a Dios en primerísimo lugar (Dt 6,5), pero también al prójimo (Lv 19,18), que es el próximo a uno. Reacciona Jesús: «obra así y alcanzarás la vida» (la vida plena, vivificante, humanizante).
Pero entre los estudiosos de la Biblia había una controversia: ¿el prójimo era sólo el miembro del pueblo elegido? ¿era sólo el miembro de mi clan? ¿se podía ampliar el concepto a quienes, pese a no ser judíos eran “temerosos de Dios”, es decir, creyentes?
Por eso, ahí surge el deseo oculto de coherencia: para poder ser fiel ¿dónde se pone el límite entre tanta gente para identificar a ese prójimo a quien tengo que amar, según la Ley de Dios?
El Maestro, en vez de soltar una gran explicación teórica, llena de citas bíblicas, le cuenta una pequeña
historia: alguien cualquiera, parte del pueblo, como ellos, fue asaltado y dejado herido en un camino que conectaba a una aldea cercana con la capital. Por ahí pasaron sucesivamente dos prójimos, según las normas. Pero ambos tenían cosas en su criterio más importantes que hacer que cumplir aquella ley… Entonces, Jesús agrega un giro dramático a la narración: surge un no-prójimo, según sus criterios. Se trata de un miembro de un pueblo rival religiosamente, un hereje formalmente. Sin embargo, éste que no tenía “obligación” de sangre, hizo lo que su humanidad le dictó: atender al necesitado, porque «lo vio y se conmovió». Y con creces; hizo de todo y más por este “enemigo”.
La pregunta para el Maestro, al contrario de la que le había hecho el experto en las Escrituras, debiese ser, para alguien conectado con Dios, no quién es, sino ¿quién se porta como prójimo? Es a ese a quien hay que imitar: «Ve, y procede tú de la misma manera».
Es decir, hace notar al doctor de la ley y a todos los que quieran ser coherentes con la palabra “cristiano/a” que amar al prójimo y, debido a que estos amores están íntimamente relacionados (Mt 22,39), amar a Dios a la vez, no es un sentimiento infértil, sino un impulso: hacer el bien a los demás hermanos de humanidad, hacerse prójimo-próximo de quien esté en necesidad, mostrando así una fe viva.
Señor, ayúdanos a amar coherentemente a Dios y a nuestro prójimo como debiésemos hacer porque así está inscrito en nuestra naturaleza. Permítenos saber reconocer tu presencia en cada persona. Que tu amor nos inspire a construir un mundo de compasión y dignidad, donde todos puedan experimentar tu amor y misericordia. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, no olvidar nunca que decirse cristianos es decirse misioneros del Reino,
Miguel.
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