miércoles, 26 de noviembre de 2025

Tenemos motivos para ser personas de esperanza

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

30 de Noviembre de 2025                                              

Domingo de la Primera Semana del Adviento

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 2, 1-5 / Salmo 121, 1-2. 4-9 Vamos con alegría a la Casa del Señor / Romanos 13, 11-14

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     24, 37-44


En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos:
Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada.
Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor.
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.
Palabra del Señor.

 

MEDITACION

Con el lenguaje apocalíptico propio de la Biblia, Jesús nos hace esta advertencia: «Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor» (Ev), pero lejos de intimidarnos, debiese producir en nosotros el anhelo de que ocurra pronto, porque ese “día” «Él será juez entre las naciones y árbitro de pueblos numerosos. Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra» (1L), esto debido a que ya no serán necesarias las armas, porque el todos contra todos será reemplazado por el todos con todos, unidos en Él, que es la fuente del amor. En preparación de aquello, «vistámonos con la armadura de la luz» (2L) para dar el combate de la fraternidad que nos haga cantar y repetir: «Por amor a mis hermanos y amigos, diré: “La paz esté contigo”» (Sal).

Tenemos razones para que nuestra espera sea alegremente esperanzada.

Adviento es un tiempo para recordarnos que es bueno y necesario estar atentos, porque, según lo que se nos ha prometido y creemos, el Señor viene. Es adecuado preguntarnos: ¿le abriremos las puertas de nuestro corazón? ¿seremos capaces de reconocerlo cuando quiera entrar? ¿Lo identificaremos cuando se cruce por nuestro camino en la calle, en nuestro barrio, en el mundo? Y después, ¿estamos conscientes de que una espera fructífera consiste en estar despiertos y dispuestos a hacer llegar la luz y la paz de Cristo a este nuestro mundo de hoy y a transformarlo en el mundo de mañana soñado por Dios? Porque una persona de fe, si cree en el Jesús que anduvo por Galilea, quien dedicó su vida a anunciar la Buena Noticia de que Dios es un Padre misericordioso y lleno de amor por nosotros, es una persona de esperanza. Por ello, si nos decimos cristianos, no debemos vivir sin soñar, sin ideales que nos inspiren (e inspiren a otros) y que incluso nos impacienten (y fomenten la santa impaciencia), a veces, porque aún no viene a nosotros su Reino (Lc 11,2).

Si, como decimos, somos creyentes en que resucitó, creemos, entonces, en que está vivo y es parte de nuestras vidas y de nuestras comunidades: «yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Ojalá nos hiciéramos conscientes de esa presencia, de tal manera que todos puedan encontrarlo y amarlo inspirándose en el amor que nosotros nos tenemos unos a otros; en nuestros esfuerzos para traer paz a este mundo; en nuestro compromiso por la justicia y la dignidad de todos, en el cuidado preferente por los más humildes y abandonados.

Vivir el espíritu de Adviento debería implicar, como siempre, pero con más intensidad en estas cuatro semanas antes de la Navidad, que nos hagamos conscientes del bello hecho de que Dios también nos espera para crear entre sus hijos, toda la humanidad, la paz y la libertad, la luz, la justicia y el amor; que podamos dar testimonio ante todos de que creemos en el que ha de venir, pero que, a la vez, de un modo misterioso, también está aquí, que vive, y que, como hizo en su tiempo (Hch 10,38) quiere sólo hacer el bien a sus hermanos, nuestros hermanos.

Dicho todo lo anterior, les invitamos a leer el evangelio para este día desde esa óptica, no de la de aquellos


que entienden en clave terrorífica palabras como estas: «el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada». Recordemos que Jesús le está hablando a gente de su tiempo con mentalidad de la época que vivió. Nosotros rescatemos que también nos puede suceder que nos distraigamos excesivamente (porque no es malo, pero no puede ser exclusivo) en fiestas y diversiones; preocupaciones y ocupaciones materialistas e inmediatas, porque, en esas condiciones nos alienamos y nos ponemos desprevenidos y nos puede suceder como se nos cuenta en esta historia, con aquellos que «no sospechaban nada» antes de que ocurrieran esos potentes eventos.

La invitación para nosotros es, por el contrario: «estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor». Y eso es, justamente, lo que debería espantar el temor y ser esperanzador: la preparación que reseñamos al comienzo es para recibir a nuestro Señor, quien «vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10), a semejanza de cómo veía él actuar a su Padre, el Buen Dios, quien es capaz de dejar 99 “buenos” para ir a buscar uno que se había perdido por los caminos de la vida y al recuperarlo invita: «alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido» (Lc 15,6).

Los cristianos somos (debemos ser) personas de esperanza. ¿Cómo no serlo si sabemos que quien vino, está viniendo y debe venir es aquel ser lleno de amor misericordioso para todos?

 

Señor, tú sabes que somos incapaces de construir sin ti un mundo nuevo y mejor. Ven, quédate y camina con nosotros en nuestro peregrinar por la vida; enséñanos a descubrir, entre muchos que se nos ofrecen, el sendero que conduce a la vida plena, buena, en abundancia, que dé esperanzas a todos nuestros hermanos de humanidad. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, tener el corazón, las manos, los labios y todo el ser preparado para las distintas y sorpresivas venidas del Señor,

Miguel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tenemos motivos para ser personas de esperanza

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo 30 de Noviembre de 2025                         ...