PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
Domingo de la Tercera Semana del Adviento
Lecturas de la Misa:
Isaías 35, 1-6. 10 / Salmo 145, 6-10 Señor, ven a salvarnos / Santiago 5, 7-10
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 11, 2-11
Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?»
Jesús les respondió: «Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!»
Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo:
«¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes.
¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. Él es aquel de quien está escrito: "Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino".
Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él».
Palabra del Señor.
MEDITACION
Hoy y siempre, en medio de las dificultades de la vida, debemos recordar: «¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios!» (1L), y también: «tomen como ejemplo de fortaleza y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor» (2L). Esto para que, sin importar cuán débiles nos sintamos, sepamos que «El Señor mantiene su fidelidad para siempre, hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos» (Sal). Eso es «lo que ustedes oyen y ven» (Ev), si tenemos los sentidos de la fe despiertos y lo que debiésemos anunciar si tenemos los ojos y los oídos del corazón atentos y fieles.
Mejorar cada vez más su producción.
Nuestros tiempos se caracterizan por destacar y promover la productividad, de tipo material, principalmente. En algunas empresas, por ejemplo, existen bonos de producción para quienes alcanzan las metas que la institución determina.
Pero, éste es un concepto que cruza culturalmente nuestra sociedad, influyendo en nuestra forma de pensar. Es así que entre nosotros no es bien visto el ocio; no ser permanentemente productivos.
De algún modo, la Biblia incentiva a algo semejante, pero no para obtener beneficio económico propio, sino para crecer en cercanía a la voluntad de Dios, o sea, en mejor humanidad.
Juan Bautista, al comienzo de los evangelios, exhorta: «Produzcan el fruto de una sincera conversión» (Mt 3,8), animando a que los cambios que se pretenda hacer para ajustar la vida a las enseñanzas divinas, se demuestren con obras. Es decir, que, desde el criterio de la Biblia, es necesario comprender que la fe necesita ser “productiva”, dando frutos que manifiesten de manera concreta y eficaz lo que se cree.
Un profeta del Antiguo Testamento alaba a quienes así lo hacen, fiándose de Dios: «¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su confianza! Él es como un árbol plantado al borde de las aguas, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme cuando llega el calor y su follaje se mantiene frondoso; no se inquieta en un año de sequía y nunca deja de dar fruto» (Jer 17,7-8).
Jesús, por su parte, utiliza la siguiente imagen para graficar la unidad que se produce entre él y quienes creen: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos» (Jn 15,5.8). Es decir que sus seguidores, quienes nos decimos cristianos, unidos como estamos a él, tenemos esa capacidad. En otro momento dirá: «Por sus frutos los reconocerán» (Mt 7,16).
Pues bien, cuando los discípulos del Bautista le consultan al Maestro acerca de su misión como Mesías, su respuesta es mostrar los frutos de «el que ha de venir», el Mesías. Les dice que éstos son, ni más ni menos, «lo que ustedes oyen y ven»; sólo cosas buenas: «los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan…». Por lo tanto, sus frutos, los que él produce, son mucha «vida en abundancia» (Jn 10,10), en plenitud de humanidad.
Este tipo de frutos produce alegría, por eso se puede entender que él vino, para que, con su forma de actuar, ocurra que «la Buena Noticia es anunciada a los pobres», a los muchos sencillos que lo necesitan.
Y esta tarea es encomendada a sus seguidores cuando se despide de nuestra tierra: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación» (Mc 16,15).
Teniendo presente el ejemplo y las enseñanzas de nuestro Maestro, entonces, debemos recordar, junto con las anteriores, estas palabras suyas: «No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero […] Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros» (Jn 15,16-17).
La Buena Noticia, la noticia feliz, del Dios lleno de misericordia compasiva que quiere que todos se sientan amados por Él, a través del amor que seamos capaces de darles quienes nos sabemos sus hijos, es el mejor fruto que podemos producir quienes nos atrevemos a llamarnos cristianos y lo que nos hace más grandes que el gran mensajero que preparó el camino al Señor.
Señor, te pedimos la gracia de tener una fe que sea fértil, de tal manera de dar frutos de paz, amor y alegría, como necesita nuestra tierra y nuestros hermanos de humanidad. A la vez, que podamos ser tierra buena para que desde nosotros crezca tu Palabra y logremos reflejar tu Buena Noticia, además de ayudar a otros a dar los frutos del Reino. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, dar buenos frutos, los mejores, porque Dios puso una semilla excelente en nosotros,
Miguel.

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