PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA
DEL SEÑOR
20 de enero de 2013
Segundo Domingo Durante el Año
Lecturas:
Isaías 62, 1-5
/ Salmo 95, 1-3. 7-10 Anuncien las maravillas del Señor por todos
los pueblos / I Corintios 12,
4-11
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 2, 1-11
Se
celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí.
Jesús también fue invitado con sus discípulos. Y como faltaba vino, la madre de
Jesús le dijo: «No tienen vino». Jesús le respondió: «Mujer, ¿qué tenemos que
ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía». Pero su madre dijo a los
sirvientes: «Hagan todo lo que él les diga».
Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación
de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los
sirvientes: «Llenen de agua estas tinajas». Y las llenaron hasta el borde.
«Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete». Así lo
hicieron.
El
encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo
sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo:
«Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae
el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este
momento».
Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de
Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en Él.
Palabra del Señor.
MEDITACION
Podemos
tener la certeza de que nuestro Dios trabajará incansablemente por nosotros «hasta
que irrumpa su justicia como una luz radiante y su salvación, como una antorcha
encendida» (1L). Para eso actúa desde nosotros mismos, por ello «en cada uno,
el Espíritu se manifiesta para el bien común» (2L). Es decir, tu inteligencia,
tu habilidad, tu capacidad fue puesta en ti no para guardarla egoístamente,
sino para servir. Como María, quien, atenta a las necesidades de quienes la
rodean, busca solucionarlas, recurriendo a lo mejor que tiene: el Señor mismo
(Ev). Si cada uno vive su fe de la misma manera, se cumple no con palabras
vacías, sino con acciones concretas el envío: «Anuncien las maravillas del
Señor por todos los pueblos» (Sal).
Todos tenemos la experiencia de haber
participado de una fiesta de matrimonio: suelen ser encuentros de mucho cariño
y alegría.
Además, nos guste o no el alcohol, sabemos
que es un ingrediente muy importante para aportarle desinhibición y espontaneidad
a nuestras celebraciones. Por lo tanto, contribuye a fomentar la alegría.
Por otro lado, pese a lo que pueda
parecer –porque así son las actitudes y hasta las enseñanzas de algunos
cristianos- el Señor no era un ser depresivo, melancólico y siempre sufriente. Veremos
hoy que a Jesús, por el contrario, le gusta que estemos alegres y que
compartamos la alegría junto a otros.
Es más, a Él también le gustaba ir a
fiestas. ¿Recuerdas que alguna vez contó que había exagerados que, al compararlo
con el Bautista, lo describían como «un glotón y un borracho» (Mt 11,19)? Es que el Maestro disfrutaba la vida; no la sufría.
En otro momento, buscando una forma
gráfica para describir el Reino de los Cielos, lo comparó con un banquete de
bodas (Mt 22): así de gozoso imaginaba el encuentro
con el Padre Bueno.
Tomando en cuenta todo lo anterior, miremos
ahora el Evangelio de este Domingo.
Nos cuenta de unas bodas, donde Jesús
estaba invitado, junto a sus amigos y su madre.
En la fiesta lo estaban pasando genial.
Hasta que ocurrió algo inesperado: quién
sabe por qué se terminó el vino mucho antes de lo conveniente. ¿Qué hacer? En
esa época no había negocios abiertos para comprar más.
María miró hacia donde estaba Jesús con
sus amigos y dijo a los mozos que no se preocuparan: «Hagan todo lo que él les diga». Entonces, lo llamó y le contó la
situación. Él, en principio, se resistió: no era “su hora”, dijo. Probablemente
María reflejó en su rostro su desacuerdo.
Y fue así que Jesús se acercó a los
mozos y les pidió que llenaran de agua las enormes jarras que se usaban para
“purificarse” ritualmente las manos.
Como sabemos, el agua se convirtió en
vino y la gente comentaba: este vino es más rico que el anterior. Así la fiesta
pudo seguir por mucho tiempo más.
Nosotros aprendimos, con todo esto, que
Dios quiere que transformemos los ritos exteriores (el agua de la purificación)
–lo que todos hacen sin saber por qué, suponiendo mal que así le agradamos- por
los litros de alegría que Él mismo aporta (el vino), porque nos ama tanto que
sólo da cosas buenas. Y en abundancia.
Por su parte, Jesús aprendió de su madre
algo que después enseñaría con su propia vida: la alegría buena no ocurre olvidando
los problemas de los demás, sino cuando todos juntos estamos felices. Mejor
aún: el gozo es mayor si se contribuye a la felicidad de los demás.
Entonces, ya que establecimos que nuestro
Dios es alegre y quiere que vivamos alegres, podemos preguntarnos ahora:
¿Cómo podemos fomentar la alegría?
¿Toda expresión de alegría es de Dios?
¿Dónde encontrar la verdadera alegría?
¿Podemos disfrutar de su Vino nuevo aún
en medio del sufrimiento y de las dificultades? y ¿podemos ofrecerlo a los
demás?
Tú quieres que llenemos nuestras vasijas
hasta el límite. No nos pides más de lo que podemos, pero sí todo lo que
podemos: nuestra capacidad completa de amar solidariamente, para llevar alegría
a los demás. Impúlsanos, Señor.
Llenando las
vasijas de nuestros hermanos del Vino Nuevo de la Paz, el Amor y, en
consecuencia, la Alegría,
Miguel.
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