jueves, 17 de enero de 2013

Dios ama nuestra alegría



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
20 de enero de 2013
Segundo Domingo Durante el Año

Lecturas:
Isaías 62, 1-5 / Salmo 95, 1-3. 7-10 Anuncien las maravillas del Señor por todos los pueblos / I Corintios 12, 4-11

EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     2, 1-11
    Se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos. Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino». Jesús le respondió: «Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía». Pero su madre dijo a los sirvientes: «Hagan todo lo que él les diga».
    Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: «Llenen de agua estas tinajas». Y las llenaron hasta el borde. «Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete». Así lo hicieron.
    El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: «Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento».
    Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en Él.
Palabra del Señor.

MEDITACION
Podemos tener la certeza de que nuestro Dios trabajará incansablemente por nosotros «hasta que irrumpa su justicia como una luz radiante y su salvación, como una antorcha encendida» (1L). Para eso actúa desde nosotros mismos, por ello «en cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común» (2L). Es decir, tu inteligencia, tu habilidad, tu capacidad fue puesta en ti no para guardarla egoístamente, sino para servir. Como María, quien, atenta a las necesidades de quienes la rodean, busca solucionarlas, recurriendo a lo mejor que tiene: el Señor mismo (Ev). Si cada uno vive su fe de la misma manera, se cumple no con palabras vacías, sino con acciones concretas el envío: «Anuncien las maravillas del Señor por todos los pueblos» (Sal).
Todos tenemos la experiencia de haber participado de una fiesta de matrimonio: suelen ser encuentros de mucho cariño y alegría.
Además, nos guste o no el alcohol, sabemos que es un ingrediente muy importante para aportarle desinhibición y espontaneidad a nuestras celebraciones. Por lo tanto, contribuye a fomentar la alegría.
Por otro lado, pese a lo que pueda parecer –porque así son las actitudes y hasta las enseñanzas de algunos cristianos- el Señor no era un ser depresivo, melancólico y siempre sufriente. Veremos hoy que a Jesús, por el contrario, le gusta que estemos alegres y que compartamos la alegría junto a otros.
Es más, a Él también le gustaba ir a fiestas. ¿Recuerdas que alguna vez contó que había exagerados que, al compararlo con el Bautista, lo describían como «un glotón y un borracho» (Mt 11,19)? Es que el Maestro disfrutaba la vida; no la sufría.
En otro momento, buscando una forma gráfica para describir el Reino de los Cielos, lo comparó con un banquete de bodas (Mt 22): así de gozoso imaginaba el encuentro con el Padre Bueno.
Tomando en cuenta todo lo anterior, miremos ahora el Evangelio de este Domingo.
Nos cuenta de unas bodas, donde Jesús estaba invitado, junto a sus amigos y su madre.
En la fiesta lo estaban pasando genial.
Hasta que ocurrió algo inesperado: quién sabe por qué se terminó el vino mucho antes de lo conveniente. ¿Qué hacer? En esa época no había negocios abiertos para comprar más.
María miró hacia donde estaba Jesús con sus amigos y dijo a los mozos que no se preocuparan: «Hagan todo lo que él les diga». Entonces, lo llamó y le contó la situación. Él, en principio, se resistió: no era “su hora”, dijo. Probablemente María reflejó en su rostro su desacuerdo.
Y fue así que Jesús se acercó a los mozos y les pidió que llenaran de agua las enormes jarras que se usaban para “purificarse” ritualmente las manos.
Como sabemos, el agua se convirtió en vino y la gente comentaba: este vino es más rico que el anterior. Así la fiesta pudo seguir por mucho tiempo más.
Nosotros aprendimos, con todo esto, que Dios quiere que transformemos los ritos exteriores (el agua de la purificación) –lo que todos hacen sin saber por qué, suponiendo mal que así le agradamos- por los litros de alegría que Él mismo aporta (el vino), porque nos ama tanto que sólo da cosas buenas. Y en abundancia.
Por su parte, Jesús aprendió de su madre algo que después enseñaría con su propia vida: la alegría buena no ocurre olvidando los problemas de los demás, sino cuando todos juntos estamos felices. Mejor aún: el gozo es mayor si se contribuye a la felicidad de los demás.
Entonces, ya que establecimos que nuestro Dios es alegre y quiere que vivamos alegres, podemos preguntarnos ahora:
¿Cómo podemos fomentar la alegría?
¿Toda expresión de alegría es de Dios?
¿Dónde encontrar la verdadera alegría?
¿Podemos disfrutar de su Vino nuevo aún en medio del sufrimiento y de las dificultades? y ¿podemos ofrecerlo a los demás?

Tú quieres que llenemos nuestras vasijas hasta el límite. No nos pides más de lo que podemos, pero sí todo lo que podemos: nuestra capacidad completa de amar solidariamente, para llevar alegría a los demás. Impúlsanos, Señor.

Llenando las vasijas de nuestros hermanos del Vino Nuevo de la Paz, el Amor y, en consecuencia, la Alegría,
Miguel.

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