jueves, 24 de enero de 2013

Para poder reconocerlo tal como es, se necesita revolucionarse



24 de enero de 2013
Jueves de la Segunda Semana Durante el Año

Lecturas:
Hebreos 7, 25—8, 6 / Salmo 39, 7-10. 17 ¡Felices los que buscan al Señor!

EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos    3, 7-12
En aquel tiempo Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió mucha gente de Galilea. Al enterarse de lo que hacía, también fue a su encuentro una gran multitud de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la Transjordania y de la región de Tiro y Sidón.
Entonces mandó a sus discípulos que le prepararan una barca, para que la muchedumbre no lo apretujara. Porque, como curaba a muchos, todos los que padecían algún mal se arrojaban sobre él para tocarlo. Y los espíritus impuros, apenas lo veían, se tiraban a sus pies, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!». Pero Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto.
Palabra del Señor.

MEDITACION
Alguien dijo que la auténtica revolución es revolucionarse. Mirado desde el evangelio, parece correcto, pero sólo como primer paso. Porque es necesario revolucionarse –o convertirse, en lenguaje de Jesús- para cambiar o revolucionar lo demás, que es el segundo paso que debe dar un cristiano, para que el Reino de Dios se haga presente.
Probablemente debido a eso, «Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto», porque veía que la gente no estaba preparada para entender qué significaba realmente que fuese el esperado para salvar a su pueblo (Mt 1,21), por lo que necesitaba más tiempo hasta que su proyecto estuviese bastante prístino para una cantidad suficiente de seguidores (por eso se retira con ellos: para formarlos). Todo esto para que, cuando él ya no estuviese, se pudiesen lanzar a cambiar el mundo, como efectivamente sucedió, porque ya estaban convencidos de que «Jesús puede salvar en forma definitiva a los que se acercan a Dios por su intermedio» (1L).
Y lo hicieron revolucionándose ellos primeros.
Pedro se convirtió del voluntarista que en un momento dice reconocer en su Maestro al Mesías y al momento siguiente se opone a su plan, porque sus «pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (Mt 16,16.21-23) para llegar a ser quien acepta que, en su debilidad, le ama con todo lo que esto implique (Jn 21,15-17); Mateo se convirtió de codicioso recaudador a seguidor (Mt 9,9); Simón y Andrés, Santiago y Juan vivieron la conversión desde la desesperanza porque habían asesinado a su maestro, el Bautista, refugiándose en su trabajo, para, escuchando el llamado de Jesús, dedicar el resto de su vida a ser discípulos suyos (Mc 1,14-20).
Claro que hubo uno, Judas, que no se convirtió y “se perdió” (Jn 17,12) para el Reino, porque no confió en la infinita misericordia de Dios.
En fin, tú, yo y todos, somos llamados a revolucionarnos, a convertirnos, desde lo que sea que se oponga al plan de amor de Dios para la humanidad hacia el hombre y la mujer nuevos, que ponen el amor como fuente, orientación y fin de sus decisiones.

Hoy y siempre, conviértenos, Señor. Derríbanos del orgullo en que nos hemos subido, para, al mirar desde abajo las cosas, encontrar el sentido más profundo de tu mensaje de servicio por la humanidad. Así sea.

Llenando las vasijas de nuestros hermanos del Vino Nuevo de la Paz, el Amor y, en consecuencia, la Alegría,
Miguel.

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