28 de febrero de 2013
Jueves de la Segunda Semana de Cuaresma
Lecturas:
Jeremías 17,
5-10 / Salmo 1, 1-4. 6 ¡Feliz
el que pone en el Señor toda su confianza!
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas
16, 19-31
Jesús dijo a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de
púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta,
cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo
que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.
El pobre murió y fue llevado por los ángeles
al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.
En la morada de los muertos, en medio de los
tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él.
Entonces exclamó: "Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para
que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas
llamas me atormentan."
"Hijo mío, respondió Abraham, recuerda
que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora
él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y
nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí
hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta
aquí."
El rico contestó: "Te ruego entonces,
padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos:
que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de
tormento."
Abraham respondió: "Tienen a Moisés y a
los Profetas; que los escuchen."
"No, padre Abraham, insistió el rico.
Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán."
Abraham respondió: "Si no escuchan a
Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco
se convencerán."»
Palabra del Señor.
MEDITACION
Juan Pablo II nos dejó una frase
memorable hace 26 años: “los pobres no pueden esperar”. Pero hemos permitido
como sociedad (en la que la mayoría nos decimos cristianos, hay que recordarlo)
que continúen esperando. Seremos juzgados sobre esto en su momento.
Como Dios nos conoce muy bien, es
tristemente cierto que no existe «nada
más tortuoso que el corazón humano» (1L), por lo que «aunque resucite alguno de entre los
muertos, tampoco se convencerán» de que la indiferencia con el carenciado
enceguece el corazón y, por lo mismo, «abre
un gran abismo» en el camino hacia Dios, digamos lo que digamos y hagamos
lo que hagamos en los templos, pero que no tenga correlato con la vida
cotidiana.
Sin embargo, el Señor nunca pierde la
esperanza en nosotros y continúa dándonos oportunidades, las que son más fácil
que las descubra quien «se complace en la
ley del Señor y la medita de día y de noche» (Sal) y que, siendo
inspirado de esa manera, se siente impulsado a convertirse o “transfigurarse”
en misericordioso, solidario y acogedor de los demás, partiendo por los más
desamparados (ver meditación del Domingo reciente).
Por mantener tu fe en nosotros, gracias,
Señor; por instarnos incansablemente a ablandar el corazón, gracias, Señor; por
el ejemplo iluminador de tu Hijo, gracias, Señor.
Intentando
proclamar con la vida la fe en Dios y en su Reino de Paz, Amor y Alegría,
Miguel.
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