27 de febrero de 2013
Miércoles de la Segunda Semana de Cuaresma
Lecturas:
Jeremías 18,
18-20 / Salmo 30, 5-6. 14-16 ¡Sálvame,
Señor, por tu misericordia!
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo
20, 17-28
Cuando Jesús se dispuso a subir a Jerusalén,
llevó consigo sólo a los Doce, y en el camino les dijo: «Ahora subimos a
Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y
a los escribas. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para
que sea maltratado, azotado y crucificado, pero al tercer día resucitará.»
Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se
acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo.
«¿Qué quieres?», le preguntó Jesús.
Ella le dijo: «Manda que mis dos hijos se
sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.»
«No saben lo que piden», respondió Jesús.
«¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?»
«Podemos», le respondieron.
«Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán
mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí
concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi
Padre.»
Al oír esto, los otros diez se indignaron
contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que
los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir
su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera
ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que
se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino
para servir y dar su vida en rescate por una multitud.»
Palabra del Señor.
MEDITACION
Este fragmento del evangelio pone de
relieve la conexión entre la subida a Jerusalén «donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a
los escribas. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para
que sea maltratado, azotado y crucificado» y el reconocer que se da cuenta
que esto será consecuencia de su opción contracorriente, porque Él «no vino para ser servido, sino para servir
y dar su vida en rescate por una multitud».
Todo esto nos recuerda que la vida de un
discípulo suyo debe seguir esos mismos pasos: estar dispuestos a ser
“entregado” a los poderosos, como le ocurre a aquel que dona su vida para los
demás (1L).
Como somos débiles y nos cuesta
demasiado ser fieles a esa vocación, tenemos este tiempo de penitencia para
pedir perdón, a la vez de que nos dé la fuerza necesaria para acercarnos cada
vez más a ese ideal, teniendo presente que su Palabra también nos dice que
podrá sufrir mucho, «pero al tercer día
resucitará», es decir, la vida prevalece y de una manera más plena.
Haz, Señor, que sea fiel a tu invitación
a servirte en mis hermanos, sin temor, para que se muestre que «Tú eres mi Dios, mi destino está en tus
manos» (Sal). Así sea.
Intentando
proclamar con la vida la fe en Dios y en su Reino de Paz, Amor y Alegría,
Miguel.
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