PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA
DEL SEÑOR
24 de febrero de 2013
Segundo Domingo de Cuaresma
Lecturas:
Génesis 15,
5-12. 17-18 / Salmo 26, 1. 7-9. 13-14 El Señor es mi luz y mi salvación / Filipenses 3, 17—4, 1
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas
9, 28-36
Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió
a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus
vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban
con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de
la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño,
pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres
que estaban con él.
Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a
Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías.»
El no sabía lo que decía. Mientras hablaba,
una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se
llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: «Este es mi
Hijo, el Elegido, escúchenlo.» Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo.
Los discípulos callaron y durante todo ese
tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.
Palabra del Señor.
MEDITACION
Nos toca vivir un tiempo de oscuridad para la fe: tantos
dicen no creer o tener dificultades para creer. Más aún: «hay muchos que se portan como enemigos de la cruz de Cristo» (2L) y atacan y mortifican a quienes se atreven a afirmar que son creyentes.
Pero el cristiano, ve que cuando «estuvo
completamente oscuro […] una antorcha encendida [pasó] en medio» (1L) de esta penumbra: es el mismo Jesús que deslumbra, con su ejemplo
luminoso «mientras oraba, su rostro
cambió de aspecto» (Ev), es decir, unido al Padre se transforma
en luz para los demás. Por eso podemos afirmar confiados: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?» (Sal).
Hay un sitio de internet que dice reunir
a más de 23.000 medios de comunicación del mundo. Y, por supuesto, debe haber
muchos otros que no están en línea. O sea, la cantidad debe ser más de lo que
imaginamos. Y cada uno de ellos busca lo mismo: que le “escuchen”, ser tomados
en cuenta y, ojalá, influir sobre otros.
Por lo mismo es necesario que Dios nos
indique claramente quién es Jesús, su medio de comunicación con nosotros, y, en
base a eso, invitarnos: «escúchenlo».
¿Qué escucharemos si ponemos atención a
su palabra luminosa?
Podríamos decir que hay dos grandes
temas en su predicación, de los que se derivan todas sus enseñanzas.
El primero, sin duda alguna, es Dios mismo, al que llama su Padre. Cuando enseña cómo orar, o cuando quiere
explicar una forma de actuar, Jesús habitualmente habla de Dios, transmitiendo lo
que ha sido su propia experiencia sobre Él.
A propósito de iluminación, nos dice que
«el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de
manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios» (Jn 3,21); por otro lado, en el episodio de las tentaciones del Domingo anterior,
vemos que todas las respuestas que le da al demonio se fundamentan en Dios; y
si nos fijamos en las bienaventuranzas, veremos que remiten preferentemente a Él
(Mt 5,8-9).
Entre sus máximas más recordadas está Él
permanentemente: «No se puede servir a Dios y al Dinero» (Mt 6,24), «Que el hombre no separe lo que Dios ha unido» (Mt 19,6), «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios» (Mt 22,21), «¡El no es un Dios de muertos, sino de vivientes!» (Mt 22,32)…
Y cuando explica su vocación, la vincula,
una vez más, a Él: «Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que
el mundo se salve por él» (Jn 3,17), esto ocurrió porque
sólo Él es bueno (Mt 10,18), explicitándolo con el siguiente
razonamiento: «¿No se venden acaso cinco pájaros por dos monedas? Sin embargo,
Dios no olvida a ninguno de ellos […] no teman, porque valen más que muchos
pájaros» (Lc 12,6-7). Luego invita a transformar el
agradecimiento correspondiente en testimonio: «Vuelve a tu casa y cuenta todo
lo que Dios ha hecho por ti» (Lc 8,39).
El segundo tema esencial de su prédica, por lo tanto de lo que
debemos escuchar de él no sólo con los oídos, tiene relación directa con el
anterior: se trata del Reino de Dios.
Como la Buena Noticia de Dios es que el
tiempo se cumplió y el Reino se acerca (Mc 1,14-15), desde el comienzo «Jesús comenzó a proclamar: "Conviértanse,
porque el Reino de los Cielos está cerca"» (Mt 4,17.23; 9,35; 10,7), ya que comprende que para eso
fue enviado (Lc 4,43). Y siguió siendo el contenido de su
mensaje después de cumplir su misión: «Después de su Pasión, Jesús se manifestó
a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía, y durante cuarenta días se les
apareció y les habló del Reino de Dios» (Hech 1,3).
El misterio de éste (Mc 4,11) es que le pertenece a los pobres y pequeños del mundo (Lc 6,20; Mt 18,4;
19,14; 21,31), no a los poderosos de siempre (Mt 19,23); así, también, pertenece a quienes son solidarios (Mt 25,34-36) y practican la justicia (Mt 5,10.27; 6,37; 13,43), sin aferrarse egoístamente a lo que sea (cf Lc 18,29).
Es necesario pedir para que llegue a
nosotros (Mt 6,10), pero hacemos nuestro aporte para que ocurra
cuando se cumple la voluntad del Padre (Mt 7,21), que es hacer el bien
a los demás (Lc 10,9). Por lo que construir el Reino es
trabajar por las necesidades de los hermanos, poniendo en primer lugar a los
más humildes.
Todas sus parábolas son un intento de
hacer accesible a la comprensión humana la maravilla del Reino, al que es
necesario convertirse: se está cerca de Él cuando se ama a Dios y al prójimo (Mc 12,32-34).
Por todo lo anterior, podemos constatar
que pese a que hay millones de cristianos en el mundo, sólo algunos se “transfiguran”,
destacando del resto, porque se convierten desde el individualismo infértil al
servicio generoso y, por eso, fecundo: el que nace de no hacer oídos sordos a
la enseñanza del Hijo predilecto del Padre.
Algunos de esos hermanos que iluminan
nuestro caminar con su ejemplo se encuentran sobre los altares, pero muchos
otros están sobre los senderos polvorosos o el barro y con las manos ocupadas
en servir, habiendo entendido que la Palabra que hay que escuchar de Jesús se
resume en dos mandamientos principales, tanto que ellos le dan sentido a toda
la Biblia, y son: amar a Dios con todo nuestro ser y al prójimo como a nosotros
mismos (cf. Mt 22,37-40), o, en otras palabras, construir su
Reino en la tierra.
Manténnos atentos a tu Palabra
iluminadora, para que aportemos a que venga tu Reino, Señor, y se haga tu
voluntad en la tierra como en el cielo. Porque tuyo es el Reino, el Poder y la
Gloria, por los siglos de los siglos. Amén.
Intentando
proclamar con la vida la fe en Dios y en su Reino de Paz, Amor y Alegría,
Miguel.
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