PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
10 de marzo de 2013
Cuarto Domingo de Cuaresma
Lecturas:
Josué 4, 19;
5, 10-12 / Salmo 33, 2-7 ¡Gusten
y vean que bueno es el Señor! / Corintios 5, 17-21
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas
15, 1-3. 11-32
Todos los publicanos y pecadores se acercaban
a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo:
«Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos.» Jesús les dijo entonces
esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos
dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me
corresponde." Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió
todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una
vida licenciosa.
Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha
miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
Entonces se puso al servicio de uno de los
habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El
hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero
nadie se las daba.
Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos
jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de
hambre!" Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre,
pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame
como a uno de tus jornaleros."
Entonces partió y volvió a la casa de su
padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió
profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: "Padre, pequé contra
el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo."
Pero el padre dijo a sus servidores:
"Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo
y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y
festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido
y fue encontrado." Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver,
ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y
llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso.
Él le respondió: "Tu hermano ha
regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado
sano y salvo."
Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió
para rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace tantos años que te
sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste
un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha
vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el
ternero engordado!"
Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú
estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y
alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido
y ha sido encontrado."»
Palabra del Señor.
MEDITACION
Este Domingo
recibimos un gran anuncio, como para «que
lo oigan los humildes y se alegren» (Sal): Dios «nos reconcilió con él por intermedio de
Cristo» (2L), de manera que esté permanentemente a nuestra
disposición su perdón cuando reconozcamos: «Padre,
pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo».
Pero sabemos que su reacción será: «Comamos
y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba
perdido y fue encontrado» (Ev). Y, así, gracias a su acogida, celebraremos el ingreso a
la «tierra prometida» (1L) de su
misericordia.
Jesús,
a propósito de la actitud discriminadora de la gente “religiosa” de su tiempo,
muestra el contraste que hay entre ellos y Dios, a quien se supone que conocen
bien y, peor aún, en nombre de quien segregan a los demás, llamándolos
“pecadores”, como si ellos no lo fuesen. O como si hubiese alguien que no lo
fuese…
Cuando
el profeta Jeremías anunció, de parte de Dios, que establecería una Nueva
Alianza, distinta a la que había hecho con su pueblo, recién liberado de la
esclavitud, dice que lo haría poniendo su Ley (la del amor) en nuestro corazón:
«yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo […] todos me conocerán […] Porque yo
habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado» (Jer 31,31-34).
Necesitamos
hacer un nuevo pacto con Dios, necesitamos cambiar el corazón, necesitamos
convertirnos desde las actitudes pequeñas y egoístas que miran, ya no con amor
al prójimo, sino con envidia, para aprender a ser misericordiosos a ejemplo de
nuestro Padre y descubrir en la generosidad un sentido de vida más pleno y
bello. Porque, de lo contrario, nos domina la amargura y nuestra vida se hace
miserable.
Jesús
es la concreción, el guía de esta Alianza nueva, ya que no sólo habla, sino que
vive en sintonía con ese Padre, en quien se inspira para crear al personaje del
padre asombrosamente misericordioso de esta parábola y, de esa manera, ilumina
el sendero hacia su amor totalmente generoso, y, tal como Él, recibe con amor a
los humildes, más que a los “sabios” y “puros".
Es
que es el “Dios de puertas abiertas”, como leí que alguien acertadamente lo
calificó. Por ello, al Reino, o al corazón del Padre, son todos bienvenidos,
sin embargo sólo entrarán quienes humildemente acojan su misericordia.
El
padre de la parábola sale al encuentro de ambos hijos, y a los dos los invita,
pero sólo el que vuelve arrepentido entra a la fiesta; mientras que quien
prefiere su amargura, ha optado voluntariamente por quedarse fuera.
Lo
mismo sucede con nosotros: o reconocemos nuestro pecado evidente, la falta de
amor con que vivimos y nos volvemos al Padre o ponemos nuestro orgullo por
delante, exigiendo nuestros presuntos derechos y nos quedamos de brazos cruzados
(posición que no permite recibir a los hermanos ni dar generosamente nada)
mientras la fiesta del Reino comienza con publicanos y pecadores, pero sin
fariseos y escribas…
¿Qué
clase de fe es la tuya? ¿servirá de algo si es discriminadora?
«Glorifiquen
conmigo al Señor, alabemos su Nombre todos juntos», glorifiquémoslo en el
hermano humilde, su predilecto, amándolo; glorifiquémoslo en su misericordia
generosa que alcanza para todos y cada uno. Gracias, Señor.
Recibiendo con
Paz, Amor y Alegría agradecidas la inagotable misericordia de nuestro Dios,
Miguel.
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