De mañana, Jesús
está sentado en el patio del Templo, rodeado de mucha gente allí reunida. Jesús
habla y enseña.
Más allá se forma un
tumulto. Unos hombres traen arrastrando a una mujer. La muchedumbre se aparta y
forma un círculo: "ha engañado a su marido... merece la muerte, según la
Ley de Moisés..."
¡Cuál no ha de ser
su vergüenza, así desenmascarada, sorprendida en flagrante delito!
Jesús, con
delicadeza, no levantas tu mirada hacia ella, porque sabes su vergüenza...
Bajas los ojos al
suelo.
Tú, Señor, eres el
único que no la juzgas. Te compadeces de ella.
Tú miras el corazón
de esta mujer.
Querían que Tú la
condenaras.
No, Tú los remites a
su propia conciencia. Mirad pues dentro de vosotros. Cuando me siento tentado
de juzgar duramente, es también conveniente que busque en mí, para ver si yo
mismo estoy "sin pecado". ¿Hay quizás en mí pecados equivalentes o
peores... o por lo menos, raíces de esas mismas tendencias que condeno en los
demás? Mis propias debilidades deberían hacerme indulgente para con las
debilidades de los demás.
"Mujer, ¿dónde
están? ¿Nadie te ha condenado?" Dijo ella "Nadie, Señor".
Jesús dijo: "Ni
yo te condeno tampoco...".
Este es un diálogo
todo belleza y todo delicadeza. Lo vuelvo a escuchar como si me encontrase en
él. Imagino tus gestos sucesivos. Tus ojos se dirigen por fin a ella, ahora que
estáis solos. La tranquilizas sugiriéndole esta frase: "nadie te ha
condenado..." a la que hay que contestar "nadie"... Eres Tú quien
le sugieres su primera frase. Quieres levantarla a sus propios ojos, en su
honor.
En el límite, son
los otros los que se han condenado públicamente al confesar sus propios
pecados, con su fuga.
Tú solo conoces
verdaderamente lo que es el "pecado"... no porque tengas de él
experiencia, sino porque lo has tomado sobre ti, y has pagado por él, en
nuestro lugar. Has adquirido muy caro el derecho para decir "Yo no te
condeno" pues has derramado tu sangre por su adulterio...
Tú eres
el-que-carga-sobre-sí-los-pecados-del- mundo.
“Vete, y no peques
más”
Dejo que esta
palabra resuene en mí. Tú me la repites en el día de hoy.
Es así como acoges a
los pecadores, a mí el primero. Eres bueno, Señor. ¿Me dejaré, por fin, amar
por ti, tal como soy? para llegar a ser, con el tiempo, poco a poco, lo que Tú
quieres que yo sea.
Noel Quesson
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