domingo, 17 de marzo de 2013

DEJARSE AMAR POR DIOS, TAL COMO UNO ES, ES DECIR PECADOR



De mañana, Jesús está sentado en el patio del Templo, rodeado de mucha gente allí reunida. Jesús habla y enseña.
Más allá se forma un tumulto. Unos hombres traen arrastrando a una mujer. La muchedumbre se aparta y forma un círculo: "ha engañado a su marido... merece la muerte, según la Ley de Moisés..."
¡Cuál no ha de ser su vergüenza, así desenmascarada, sorprendida en flagrante delito!
Jesús, con delicadeza, no levantas tu mirada hacia ella, porque sabes su vergüenza...
Bajas los ojos al suelo.
Tú, Señor, eres el único que no la juzgas. Te compadeces de ella.
Tú miras el corazón de esta mujer.
Querían que Tú la condenaras.
No, Tú los remites a su propia conciencia. Mirad pues dentro de vosotros. Cuando me siento tentado de juzgar duramente, es también conveniente que busque en mí, para ver si yo mismo estoy "sin pecado". ¿Hay quizás en mí pecados equivalentes o peores... o por lo menos, raíces de esas mismas tendencias que condeno en los demás? Mis propias debilidades deberían hacerme indulgente para con las debilidades de los demás.
"Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?" Dijo ella "Nadie, Señor".
Jesús dijo: "Ni yo te condeno tampoco...".
Este es un diálogo todo belleza y todo delicadeza. Lo vuelvo a escuchar como si me encontrase en él. Imagino tus gestos sucesivos. Tus ojos se dirigen por fin a ella, ahora que estáis solos. La tranquilizas sugiriéndole esta frase: "nadie te ha condenado..." a la que hay que contestar "nadie"... Eres Tú quien le sugieres su primera frase. Quieres levantarla a sus propios ojos, en su honor.
En el límite, son los otros los que se han condenado públicamente al confesar sus propios pecados, con su fuga.
Tú solo conoces verdaderamente lo que es el "pecado"... no porque tengas de él experiencia, sino porque lo has tomado sobre ti, y has pagado por él, en nuestro lugar. Has adquirido muy caro el derecho para decir "Yo no te condeno" pues has derramado tu sangre por su adulterio...
Tú eres el-que-carga-sobre-sí-los-pecados-del- mundo.
“Vete, y no peques más”
Dejo que esta palabra resuene en mí. Tú me la repites en el día de hoy.
Es así como acoges a los pecadores, a mí el primero. Eres bueno, Señor. ¿Me dejaré, por fin, amar por ti, tal como soy? para llegar a ser, con el tiempo, poco a poco, lo que Tú quieres que yo sea.

Noel Quesson

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