15 de marzo de 2013
Viernes de la Cuarta Semana de Cuaresma
Lecturas:
Sabiduría 2, 1.
12-22 / Salmo 33, 17-21. 23 El
Señor está cerca del que sufre.
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan
7, 1-2. 10. 25-30
Jesús recorría la Galilea; no quería
transitar por Judea porque los judíos intentaban matarlo.
Se acercaba la fiesta judía de las Chozas.
Cuando sus hermanos subieron para la fiesta, también él subió, pero en secreto,
sin hacerse ver.
Algunos de Jerusalén decían: «¿No es este
aquel a quien querían matar? ¡Y miren como habla abiertamente y nadie le dice
nada! ¿Habrán reconocido las autoridades que es verdaderamente el Mesías? Pero
nosotros sabemos de dónde es este; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie
sabrá de dónde es.»
Entonces Jesús, que enseñaba en el Templo,
exclamó:
«¿Así que ustedes me conocen y saben de dónde
soy? Sin embargo, yo no vine por mi propia cuenta; pero el que me envió dice la
verdad, y ustedes no lo conocen. Yo sí lo conozco, porque vengo de él y es él
el que me envió.»
Entonces quisieron detenerlo, pero nadie puso
las manos sobre él, porque todavía no había llegado su hora.
Palabra del Señor.
MEDITACION
Jesús,
por su palabra y su acción encarnaba para las autoridades de su época al que
describe la escritura de esta manera: «Es
un vivo reproche contra nuestra manera de pensar y su sola presencia nos
resulta insoportable, porque lleva una vida distinta de los demás y va por
caminos muy diferentes. Nos considera como algo viciado y se aparta de nuestros
caminos como de las inmundicias. El proclama dichosa la suerte final de los
justos y se jacta de tener por padre a Dios.» (1L). Por eso, se preveía
que esto no terminaría bien para él. Sin embargo, hasta ese momento no
sucedería, «porque todavía no había
llegado su hora».
Es
que al Maestro no lo pillarían de sorpresa. Él era muy consciente de lo que
realizaba y las consecuencias que esto tendría. Sabía que estaba entregando la
vida (o arriesgándola), por ser consecuente al enseñar los criterios de su
Padre, que no siempre eran los mismos que entendían sus contemporáneos. Que eso
le atraería la inquina de los que se sentían y hacían sentir a los demás que
eran “puros”, y no le permitirían a este provinciano que los cuestionara. Pero
eso no lo amilanaba. Él quería ser fiel a lo que Dios esperaba de su enviado:
que por intermedio de su paso por la tierra se pudiera sentir con fuerza que «el Señor está cerca del que sufre y salva a
los que están abatidos» (Sal), por sobre todas las cosas. Debido a
eso afirmaba: «El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me
la quita, sino que la doy por mí mismo» (Jn 10,17-18).
Eso
mismo espera el Padre de cada uno de sus hijos. Porque él nos ama
gratuitamente, quisiera que, en respuesta a ese amor, nosotros, con las
capacidades que cada cual ha recibido y en los lugares donde nos toque
desenvolver nuestra vida, transmitamos de palabra, pero mucho más importante
aún, con nuestro actuar, que quien quiera que sufra o esté abatido, puede
sentir a Dios cercano en el cristiano, que es el embajador del Señor (2
Cor 5,20).
Conocemos
a muchos que padecen dolor físico y moral. Danos, Señor, la palabra oportuna y
el gesto valiente para cada uno y para todos. Así sea.
Recibiendo con
Paz, Amor y Alegría agradecidas la inagotable misericordia de nuestro Dios,
Miguel.
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