lunes, 11 de marzo de 2013

El Reino se manifiesta a través de signos y prodigios que muestran la misericordia de Dios



11 de marzo de 2013
Lunes de la Cuarta Semana de Cuaresma

Lecturas:
Isaías 65, 17-21 / Salmo 29, 2. 4-6. 11-13 ¡Te glorifico, Señor, porque me libraste!

EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan    4, 43-54
Jesús partió hacia Galilea. El mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta.
Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaún. Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo moribundo.
Jesús le dijo: «Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen.»
El funcionario le respondió: «Señor, baja antes que mi hijo se muera.»
«Vuelve a tu casa, tu hijo vive», le dijo Jesús.
El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y le anunciaron que su hijo vivía. El les preguntó a qué hora se había sentido mejor. «Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre», le respondieron.
El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive.» Y entonces creyó él y toda su familia.
Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.
Palabra del Señor.

MEDITACION
La novedad de Jesús, su Buena Nueva, que es la creación de «un cielo nuevo y una tierra nueva» (1L), o el Reino, como le ha llamado, se manifiesta a través de «signos y prodigios», por medio de los cuales, como decíamos sobre el evangelio de ayer, Jesús nos habla, no sólo con palabras, acerca de la misericordia de Dios, porque así lo ha comprendido y aprendido durante su existencia: Él es Padre y «su bondad [dura] toda la vida» (Sal).
Por eso, y como también hemos dicho, Dios no quiere el dolor de sus hijos, sino, al contrario, se compadece y se pone del lado del que sufre. Y eso mismo demuestra su Hijo sanando a todo el que lo requiera.
El Padre y su Hijo se comprometen con cada uno de los que están pasando dolor y necesidad, ¿qué haces tú como hijo o hija de este Padre misericordioso?.

Contágianos de tu mirada compasiva, Señor, haz que nuestras manos, inteligencias y corazones estén siempre dispuestos al servicio que sana, alivia y auxilia a cada hermano que has puesto en nuestro camino. Así sea.

Recibiendo con Paz, Amor y Alegría agradecidas la inagotable misericordia de nuestro Dios,
Miguel.

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