«La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo
dijeron de inmediato.
Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar.
Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos» (Mc
1,30-31)
El primer milagro que el evangelio nos ofrece
parece de tan poca monta que corre el riesgo de pasar desapercibido: el milagro
sigue siendo un signo que remite a otra cosa; así, la simple curación de una fiebre,
que ciertamente no llama la atención, lleva en sí un significado fundamental.
La suegra de Pedro vuelve a estar en
condiciones de “servir”. Este “servir”, con el que se cierra este primer
milagro, encierra el programa mesiánico de Jesús, que está entre nosotros “como
el que sirve” (Lc 22, 27). Ésa es la característica fundamental dejada por
Jesús en herencia a sus discípulos antes de morir; en este sentido, la suegra
de Pedro se convierte en el prototipo del creyente liberado que puede ofrecer
su servicio a los hermanos.
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