miércoles, 22 de enero de 2020

Invitados a salvar/liberar


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
26 de Enero de 2020
Domingo de la Tercera Semana Durante el Año

Lecturas de la Misa:
Isaías 8, 23—9, 3 / Salmo 26, 1. 4. 13-14 El Señor es mi luz y mi salvación / I Corintios 1, 10-14. 16-17

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     4, 12-23
    Cuando Jesús se enteró de que Juan Bautista había sido arrestado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:
        «¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí,
        camino del mar, país de la Transjordania,
        Galilea de las naciones!
        El pueblo que se hallaba en tinieblas
        vio una gran luz;
        sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte,
        se levantó una luz».
    A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca».
    Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres».
    Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.
    Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó.
    Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.
    Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y sanando todas las enfermedades y dolencias de la gente.
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Jesús, sabiamente, se retira al «otro lado del Jordán, el distrito de los paganos» (1L), al conocer lo que le sucede a Juan, porque se da cuenta que es tiempo de replegarse para realizar una «espera en el Señor» haciéndose fuerte (Sal). Para eso comenzará creando una comunidad con los pescadores de la periférica Galilea, quienes no están contaminados con la forma de vivir la religión de las grandes autoridades de la capital: ellos tienen la disposición humilde de dejarlo todo por seguir su caminar en pos del «Reino de los Cielos [que] está cerca» (Ev). El Maestro sigue llamado hoy a «anunciar la Buena Noticia, y esto sin recurrir a la elocuencia humana» (2L), sino, más bien, haciendo carne sus enseñanzas en la vida cotidiana.
Pero no solos.
A todos nos atormentan situaciones o estados eventuales o probables. Todos tenemos miedos, preocupaciones, angustias.
Y, como hemos descubierto por la fuerza de los acontecimientos, en nuestro país había todo un caudal de estas acumuladas de tal manera que se transformaron en una explosión social, de una forma que no creíamos posible.
¿Dónde estábamos los cristianos antes de esto? ¿Dónde estamos ahora?
Más de alguien se podría preguntar: ¿y qué tenemos que ver nosotros? La respuesta, en primer término, podría ser que esto se debe a que, como escribió un poeta romano hace mucho: “Soy hombre (ser humano), nada de lo humano me es ajeno”; todo debiese tener que ver con nosotros. Pero eso que vale para cualquier persona, por una mínima coherencia, implicaría que, para quienes nos decimos seguidores de Jesús, sería, más aún, así, ya que su característica era que siempre estaba «sanando todas las enfermedades y dolencias de la gente».
Esto, porque lo principal que enseñó Jesús fue a involucrarse, a no ser indiferentes, cuando veamos que alguien pasa por alguna dificultad. Más aún si estos son muchos. «Denles de comer ustedes mismos» (Mc 6, 37), les ordenó a sus discípulos ante la muchedumbre hambrienta.
¿Cómo podríamos guardarnos en nuestros hogares o en nuestros templos?
Miremos el contexto de las palabras del Nazareno a los primeros apóstoles.
El pueblo del que provenía Jesús no era de navegantes. Por el contrario, su relación con el mar era más bien de distancia y temor.
En sus textos sagrados se recoge esto. Para Jonás, es el símbolo de lo peor que le puede pasar a un judío: alejarse de Dios. «Tú me arrojaste a lo más profundo, al medio del mar: la corriente me envolvía, ¡todos tus torrentes y tus olas pasaron sobre mí! […] Las aguas me rodeaban hasta la garganta y el Abismo me cercaba; las algas se enredaban en mi cabeza.» (Jon 2,4-6)
Es sinónimo de enemigo de Dios: «¿Acaso yo soy el Mar o el Dragón marino para que dispongas una guardia contra mí?» (Job 7,12); «Tú dominas la soberbia del mar y calmas la altivez de sus olas» (Sal 89,10)
Incluso, en el propio Evangelio, el mar sigue siendo el lugar satánico a donde van a precipitarse los puercos endemoniados (Mc 5,13), por ejemplo. También se nos muestra a Jesús tratándolo como adversario: «Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: “¡Silencio! ¡Cállate!”. El viento se aplacó y sobrevino una gran calma» (Mc 4,39)
Entonces, el Maestro, nuestro Maestro de Vida, desafía a sus amigos pescadores -a quienes había conocido en la comunidad de Juan Bautista-, con esta bella metáfora: «Síganme [aseméjense a mí], y yo los haré pescadores de hombres». Es decir, los insta a trabajar por salvar gente de los males representados en el amenazante mar, a ayudarlos a liberarse de temores y amenazas concretas.
Pero, ojo, no le dice a Simón o a Andrés o a Santiago o a Juan -o a nadie- que rescate a una
muchedumbre solo, a la manera de los héroes de películas hollywoodenses. Él siempre habla en plural. Su estilo es pensado para ser comunitario. Porque solos no salvamos/liberamos a nadie; ni a nosotros mismos.
Y segunda llamada de atención: usa esta metáfora debido al oficio que desempeñaban estos primeros discípulos, deliberadamente, como una forma de decirnos que no espera que quienes reciban esta invitación -todos nosotros- hagan nada fuera de lo normal, sino que utilicen sus habilidades, sus capacidades y su experiencia para auxiliar a sus hermanos de humanidad, comenzando por quienes están más cerca nuestro.
Por todo esto es que tenemos todo que ver con lo que suceda a nuestro pueblo, del que formamos parte, ya que en él, proverbialmente, Dios nos ha puesto.

Que queramos y nos atrevamos a utilizar nuestros talentos en la hermosa misión, heredada de ti, Señor, de ser servidores en las dificultades y dolores que veamos y vayamos descubriendo en nuestro pueblo. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, estar cada vez más atentos y cada vez más dispuestos para las necesidades de nuestros hermanos,
Miguel

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