miércoles, 15 de enero de 2020

Más vivencia, menos teorías


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
19 de Enero de 2020
Domingo de la Segunda Semana Durante el Año

Lecturas de la Misa:
Isaías 49, 3-6 / Salmo 39, 2. 4. 7-10 Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad / I Corintios 1, 1-3

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     1, 29-34
Juan Bautista vio acercarse a Jesús y dijo: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A Él me refería, cuando dije:
        Después de mí viene un hombre que me precede,
        porque existía antes que yo.
    Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que Él fuera manifestado a Israel».
    Y Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre Él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre Él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo".
    Yo lo he visto y doy testimonio de que Él es el Hijo de Dios».
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Ya no existen –gracias a Dios y al progreso de la conciencia humana- sacrificios de animales para “agradar a los dioses”, pero Jesús sigue siendo «Cordero de Dios», en el sentido de la humildad con que entendió que «Tú no quisiste víctima ni oblación; pero me diste un oído atento; no pediste holocaustos ni sacrificios, entonces dije: “Aquí estoy”» (Sal), por lo que se entregó a la misión de ser «la luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra» (1L), de manera de permitir que llegásemos a estar entre los que «han sido santificados en Cristo Jesús y llamados a ser santos» (2L). Cuando, quienes hemos sido bautizados «en el Espíritu Santo» (Ev), como respuesta a todo esto, buscamos ser humildemente fieles al llamado de Dios, seguimos ayudando a quitar el pecado del mundo junto a Jesús.
Un tema que no necesita profesionales.
Si hay una característica que identifica claramente a muchos hermanos de otras denominaciones cristianas es su celo por proclamar en lo que creen; y, por el contrario, una característica muy católica, lamentablemente, es la actitud opuesta.
Esto tiene una explicación histórica.
En algún momento, el cristianismo se clericalizó, es decir, hizo del evangelio, la evangelización y todo lo relacionado con el anuncio de esta fe, una “profesión”: había gente dedicada casi exclusivamente a ello, para hacerlo “bien”: los clérigos, y entre ellos, de manera destacada los teólogos, que eran personas especializadas en crear teorías incomprensibles para la inmensa mayoría, aunque muy bien elaboradas.
Pues bien, todo lo anterior implicaba que quien no tuviese los estudios que ellos tenían no sería capaz de realizar esta tarea. Con el tiempo ampliaron su influencia más allá de lo “religioso”, y comenzaron a dar cátedra en todo lo que respecta a la vida de los seres humanos en sociedad. Es así que hubo un tiempo en que sólo quienes usaban sotanas podían hablar con propiedad de fe y del propio Señor, pero también de relaciones humanas (y muy machaconamente de las relaciones sexuales entre los humanos). Y todo esto los seglares (no ordenados, los laicos) lo aceptaron, lo toleraron y hasta lo alentaron.
Todo lo anterior, salvo por las sotanas, para muchos sigue siendo así (un poco más atenuada, pero en espíritu se mantiene igual). De hecho, es una gran crítica que hace permanentemente el propio Papa a la vida de su Iglesia.
Pues bien, las denominaciones que provienen de aquellos que se separaron de la autoridad de Roma, en el siglo XVI, entre los motivos de su alejamiento estaba, precisamente, el que reivindicaban que cualquier cristiano podía –y debía- hablar de su fe, entendiendo como universal, y no “de los curas”, el llamado de Jesús: «Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos […] enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado» (Mt 28,19-20). Y, por eso, «con ocasión o sin ella» (2 Tim 4,2) se dedican a hablar abiertamente de lo que creen.
Estamos en otro tiempo. Los consagrados católicos, triste, pero merecidamente, no gozan de preeminencia en cuanto a opiniones sobre la vida de la sociedad. Y tampoco sobre la fe de los demás, o cada vez menos.
Se está cumpliendo mejor lo que encontramos en uno de los principales textos del catolicismo, en el cual se dice que todos, religiosos, presbíteros, laicos… todos dentro de la Iglesia, somos pueblo de Dios, en igualdad, pero con diferentes servicios (Lumen Gentium, Concilio Vaticano II).
Pues bien, estamos en el tiempo de los laicos. Nuestra herencia puede ser pesada, pero, como para ser libres nos liberó Cristo (Gal 5,1), ya es momento de dejarse guiar por el evangelio -por sobre lo que digan otras personas por buenas que sean-, teniendo presente que «hay que obedecer a Dios, antes que a los hombres» (Hch 5,29) -sin excepciones-, por lo que es necesario tomar decisiones autónomas y razonadas respecto a la propia fe.

Pero eso debe provenir de un convencimiento profundo, no de la repetición de lo que otros dicen que hay que decir.
Porque, si ese testimonio es sincero, es imposible que no contagie a otros.
De hecho, esa fue la forma en que gente sin mayor preparación intelectual, como el ermitaño Juan Bautista, los pescadores Pedro, Andrés, Santiago y Juan y tantos otros, impulsaron la fe en «el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» y pudieron convencer a millones de personas durante la historia: no con elaboradas teorías, sino con la experiencia personal que cada uno tuvo de su encuentro con el Señor.

Que podamos atrevernos a cambiar la pasividad que nos invade, Señor, y podamos salir (a la calle, a la vida cotidiana, a las redes sociales, a donde nos toque) a dar testimonio de tu inmenso amor por nosotros, pese a nuestra tímida respuesta a este. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, ir siendo, cada vez más y cada vez mejor, testimonio del amor de Dios,
Miguel

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