miércoles, 8 de enero de 2020

Progresar en la fe


EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
12 de Enero de 2020
El Bautismo del Señor

Lecturas de la Misa:
Isaías 42, 1-4. 6-7 / Salmo 28, 1-4. 9-10 El Señor bendice a su pueblo con la paz / Hechos 10, 34-48

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     3, 15-16. 21-22
Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: «Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.»
    Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección.»
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Jesús es el «Hijo muy querido» del Padre Dios y cuenta con toda su predilección (Ev), ya que fue destinado «a ser la alianza del pueblo, la luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas» (1L), como una manera de que todos puedan sentir que «El Señor bendice a su pueblo con la paz» (Sal). Y a eso dedicó sus energías y su actuar, obediente y fielmente, tanto que Pedro asertivamente pudo resumir su vida con la frase «Él pasó haciendo el bien» (2L).
Paso a paso.
¿Por qué o para qué necesitaba Jesús bautizarse?
Porque recordemos que el bautismo que él recibió fue el de Juan, el cual el Bautista claramente definía como un gesto para limpiarse de los pecados (Lc 3,3)… ¿Es que Jesús tenía pecados y, por ello, requería perdón?
Nos encontramos aquí, más bien, con uno de los gestos menos relevados y tal vez uno de los más importantes del evangelio: el que nos muestra a Jesús en una actitud absolutamente sincera de búsqueda de su propia identidad. Esto, debido a que, demasiado a menudo, olvidamos que él fue verdaderamente hombre y, como todos nosotros, en todos los aspectos de su vida, debió ir paso a paso (a veces avanzando y otras retrocediendo, como nos sucede a todos) hasta lograr descubrirse a sí mismo. Y también vale esto para encontrar su relación con Dios.
Él no fue un robot ni un super humano que lo sabía todo y no necesitaba nada. Eso no habría sido verdadera encarnación, sino sólo un truco. Él fue verdaderamente hombre y, por ello, conoció en sí mismo las dificultades y alegrías de ser una persona. Él fue el Dios con nosotros, realmente, pero haciéndose uno de nosotros.
Pues bien, intentemos imaginar lo que sería para el espiritualmente inquieto Jesús descubrir a Juan Bautista.
Hacía cientos de años que no aparecían profetas (hombres de Dios) potentes en su tierra; era natural que se sintiera atraído por esta figura y que intentara aprender de él. El hecho de que se bautizara, significa que aceptó y se comprometió con la predicación de Juan. El contacto con él, con su grupo de seguidores, potenció su reflexión y le ayudó a descubrir su propia comprensión del misterio de Dios.
Porque, como ya se ha meditado antes, los énfasis de Juan y de Jesús eran muy distintos, fruto de una diversa comprensión personal de quién era Dios y qué esperaba de ellos. De hecho, el texto del evangelio de este día hace una muy clara distinción entre la misión de Juan y el hasta entonces desconocido Mesías que debía venir, según las esperanzas de su pueblo: «Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego»
Lucas nos cuenta que fue en el mismo momento del bautismo, en que, «mientras estaba orando», es decir, en comunicación con Dios, ocurrió que ese lugar que permanecía cerrado por tantos siglos se abrió por fin («¡Si rasgaras el cielo y descendieras…!» anhela Isaías 63,19) y él pudo sentir en su corazón «una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”»
Fruto de esta revelación, la de nuestro Maestro fue una relación muy personal con Dios, tanto que se atreve a llamarle algo así como “papá” (Abbá), cosa que nunca nadie antes había hecho (ni muchos ahora se atreven tampoco); y, posteriormente, vive su vida como lo haría un buen hijo: haciendo la voluntad de su Padre (Mt 6,10; Lc 22,42).
El avanzar espiritual de Jesús, su búsqueda de quien sería más poderoso que el profeta del Jordán, lo llevó a alejarse del Bautista, del desierto, y acercarse más a los hombres, sus hermanos, en la ciudad y donde se encontraran.
Su misión, a la vez, para ser coherente, fue que nosotros llegásemos a esa misma experiencia: sentirnos todos hijos, por lo que, en consecuencia, a la vez, todos hermanos.
Así, en un mundo con más fraternidad que egoísmo, la conversión que anunciaba Juan (Lc 3,10-14) estaría llevándose a cabo cada vez más en nuestra humanidad. Y, así, con más compasión y solidaridad entre todos, a la manera del Hijo predilecto, el Reino que Jesús anunciaba estaría ya en medio de nosotros (Lc 17,21).
Todo un caminar que le tomó toda una vida ir descubriendo. Y es el mismo plazo (hasta nuestro último día) que tiene cada uno para comprender e intentar vivir nuestra relación con el Padre de los Cielos y de todos.

Que no nos apure nada ni nadie, ya que todo tiene su tiempo bajo el sol. Pero que, a la vez, no dejemos de buscar la forma de encontrarnos contigo, Señor. Y de ir manifestando los signos que produce esta búsqueda en nuestra relación con los hermanos y la Creación entera. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, ir creciendo en la medida de nuestras capacidades, honestamente, para encontrar nuestra forma propia de creer,
Miguel

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