PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
23 de Febrero de
2020
Domingo de la Séptima
Semana Durante el Año
Lecturas
de la Misa:
Levítico 19, 1-2. 17-18 / Salmo 102, 1-4. 8. 10.
12-13 El Señor es bondadoso y compasivo / I Corintios 3, 16-23
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Mateo
5, 38-48
Jesús dijo
a sus discípulos:
«Ustedes
han oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente”. Pero Yo les digo que
no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una
bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere
hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te
exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él.
Da al que
te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado.
Ustedes han
oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y odiarás a tu enemigo. Pero Yo les
digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores: así serán hijos del
Padre que está en el cielo, porque Él hace salir el sol sobre malos y buenos y
hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
Si ustedes
aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo
los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de
extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
Por lo
tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.»
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
El modelo de los cristianos no puede ser menos que el Señor mismo: «Ustedes
serán santos, porque Yo, el Señor su Dios, soy santo» (1L). Y vemos que su
santidad entre nosotros actúa de esta manera: «El Señor es bondadoso y compasivo, lento
para enojarse y de gran misericordia; no nos trata según nuestros pecados ni
nos paga conforme a nuestras culpas» (Sal). Por eso Jesús se atreve a proponernos: «Amen a
sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está
en el cielo» (Ev). Pero esto sólo
es posible, gracias a que Él mismo mora en nosotros: «¿No saben
que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?» (2L). Se trata,
entonces de permitir que nos inspire y no impedir que fortalezca lo mejor que
tenemos, para, poco a poco acercarnos a la perfección.
Pero un amor eficaz.
Si hay algo
por lo que se conoce a Jesús, sea uno cristiano o no; crea uno en su existencia
o no; esté convencido de que es un ser celestial o no, es por ser un profeta
del amor. Y uno de los más grandes que ha dado la humanidad.
¿Qué
debiésemos ser (cómo debiésemos actuar permanentemente) nosotros, que nos
llamamos cristianos, es decir, seguidores suyos?
Pues bien,
se dice que la medida del amor es amar sin medida. Esto es muy semejante a las
palabras del Maestro, cuando señala que la medida del amor de los creyentes es
amar como Dios. O, en sus palabras: «sean
perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo». Porque el Padre
Dios es la fuente de él y el amor mismo (1 Jn 4,7-8).
Entonces, para
acercarnos a esa perfección en el amar, el Maestro nos habla de formas
concretas de amor, para buscar que éste sea eficaz, es decir que sirva.
Esto,
debido a que, si seguimos rutinariamente con la forma en que normalmente expresamos
nuestro amor: chiquito, calculado, egoísta, él perfectamente nos podría representar:
«¿qué recompensa merecen?, ¿qué hacen de
extraordinario?», “ustedes que se dicen amigos míos”, podría agregar…
Porque, si
para algo existimos los cristianos, debiese ser para que intentemos vivir de
manera extraordinaria, replicando, cada vez más y cada vez mejor, el estilo de
Jesús, quien es caracterizado como quien amó hasta el extremo (Jn 13,1).
Por él, por
inspirarnos en él, correspondería que fuésemos algo así como los expertos en
amar. Pero más que en su teoría, en su práctica, debido a que el amor de Dios
ha sido derramado en nuestros corazones (Rom 5,5) para que se pueda desbordar desde ellos
hacia nuestros hermanos de humanidad.
Los
cristianos, en consecuencia, sería deseable que tuviésemos, entre nosotros,
actitudes como apoyarnos unos a otros para que, orientados por nuestro Señor,
seamos quienes no hacen frente al que nos hace mal, sino quienes “presentan la
otra mejilla”; los que no regateamos, sino que damos lo necesario a quienes nos
piden; y los que tratamos de ser capaces de vencer la ira, para buscar la forma
de amar a nuestros enemigos.
Todo esto,
no como una especie de masoquismo bien intencionado, sino con convicción
–porque así lo creía y lo enseñó nuestro Maestro- de que estas acciones son la
máxima expresión del amor, uno que sirve, que es útil, para tratar de convertir
nuestro mundo, desde la violencia egoísta que a veces parece que lo domina,
hacia un mundo más humano, más a la medida de lo que soñó el Creador para
nosotros y al que Jesús llamaba el Reino de Dios.
Que podamos atrevernos, cada vez más y cada
vez mejor, a amar con generosidad y con alegría, como respuesta al amor que el
Padre Dios tiene por nosotros y como forma de ser fieles a las enseñanzas que
hemos recibido de ti, Señor. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, que se
haga efectiva en nosotros la consigna principal que implica ser cristianos:
vivir en y con cariño, ternura y preocupación por los demás,
Miguel
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