miércoles, 4 de marzo de 2020

Transfigurar la vida


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
8 de Marzo de 2020
Domingo de la Segunda Semana de Cuaresma

Lecturas de la Misa:
Génesis 12, 1-4 / Salmo 32, 4-5. 18-20. 22 Señor, que descienda tu amor sobre nosotros / II Timoteo 1, 8-10

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     17, 1-9
Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo.»
Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo.»
Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Después de siglos de caminar lejos de la voluntad de Dios, conociendo que nuestra alma clamaba diciéndole: «que tu amor descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que tenemos en ti» (Sal), «Él nos salvó y nos eligió con su santo llamado, no por nuestras obras, sino por su propia iniciativa» (2L). Y el primero en ser llamado en esta historia fue Abraham, a quien le prometió: «Yo haré de ti una gran nación» (1L): que es el Pueblo de Dios a través de los siglos, el que llegará a ser encabezado por Aquel al que identificó como su «Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección» y que es a quien hay que escuchar con el corazón (Ev).
Sin temores y con ganas.
¿Qué hacemos, normalmente, cuando llegamos al hogar y este se encuentra en silencio? Encender la TV o la radio.
Por otro lado, podemos constatar que en cualquier sala de espera de lo que sea, siempre habrá un aparato que emita sonidos y palabras; que cuando estamos con otra persona sentimos que nos es necesario “romper el silencio”; que las fiestas, mientras más ruidosas, mejor consideradas son; que los centros comerciales o los locales de comida no serían lo mismo sin música a muy alto nivel, compitiendo con el elevado sonido de las conversaciones…
En fin, podemos afirmar que no nos llevamos muy bien con el silencio.
Y eso implica que entran muchos mensajes a nuestros oídos: oímos mucho, aunque no siempre escuchamos.
Bien, podríamos decir este día que si hay algo que debiese producir el periodo de Cuaresma entre quienes se sienten católicos, sería una conversión, una transfiguración, desde lo que se hace, se dice y se piensa habitualmente hacia la luminosidad interior -que se manifiesta en el exterior- de una persona que vive según la Buena Noticia del Reino predicado y anhelado por Jesús.
Esto, para obedecer la precisa instrucción que viene del Cielo: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo»
Pero ¿qué nos pasa que estamos habitualmente bastante lejos de lograrlo?
Probablemente sea, precisamente, porque no escuchamos al Hijo de Dios, nuestro Maestro y guía. Y, entre lo mucho que no escuchamos de él está este esperanzador: «Levántense, no tengan miedo».
Porque convengamos en que el temor, que suele paralizar, también nos inmoviliza en los caminos de la fidelidad a lo que decimos creer.
A veces le tememos al qué dirán, por cierto: el pudor suele ser un freno poderoso para poder expresar convicciones.
Otras, nos asusta perder comodidad, tranquilidad, hasta la rutina a la que estamos acostumbrados, por lo que evitamos movernos hacia otros.
A estas, que son razones individualmente egoístas, se suma aquella de índole más global, por lo que afecta a muchos: el amor al dinero, que está en la raíz de todos los males (1 Tim 6,10), manifestado como temor a perder privilegios y poder. De ahí provienen los muchos abusos e injusticias de los que, tristemente, está poblada nuestra historia y nuestro presente humano.
Y, además, no deja de ser parte de nuestros miedos –y, por ello, provocar “sordera” al mensaje de Jesús- el no poder aceptar sus enseñanzas como Buena Noticia, sino como una serie de normas complejas y hasta descabelladas, las que serían exigencias de un dios permanentemente malhumorado y demandante.
A ese tipo de dios –que no es el de Jesús- también nos invita a no temerle y levantarse ante él, enfrentándolo valientemente, como seres libres, pensantes y capaces de madurez que fuimos creados, para transfigurar esas creencias en fe en el Dios Vivo, que ama la vida de todas sus criaturas y que espera que nos amemos unos a otros, o sea que nos portemos como familia, hijos todos del mismo Padre, como una mínima forma de retribuirle.
Entonces, oigamos con el corazón dispuesto a transfigurar nuestra indiferencia egoísta, la Palabra de quien quiere arrancar de nuestra vida los temores paralizantes y que le quitan fertilidad a nuestra existencia.

Algunas se encuentran en formato emotivamente misericordioso, como: «vengan a mi todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré» (Mt 11,28); otras, son empáticas, como cuando se pone del lado de los cuestionados (del lado nuestro): «el que no tenga pecado, que arroje la primera piedra» (Jn 8,7); también estas, en que pone en su lugar la religión y sus normas: «el sábado [día sagrado dedicado a Dios] ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado» (Mc 2,27). Y muchas más.
Palabras que, si de verdad las escuchamos, es decir, si las acogemos en el corazón entendiéndolas como el mensaje que nuestro Padre Dios quiere que conozcamos como su voluntad, para hacer de nuestra vida personal y nuestra relación con los demás, mucho más plena, pueden transfigurar nuestra, a menudo, pesada y triste vida en Buena -por lo tanto, feliz- Noticia, renovadora para nosotros y gratificadora para muchos.

Que podamos buscar transfigurar la vida, los pensamientos, las intenciones, las acciones, todo nuestro ser, para pasar de la amargura y las tristezas cotidianas al alegre anuncio –la Buena Noticia- del amor de Dios encarnado en nuestra existencia y desde nosotros hacia todos, Señor. Así sea.

Intentando, con mucha Paz, Amor y Alegría, ir transformando la vida de tal manera de hacerla cada vez más feliz noticia de la misericordia entre todos,
Miguel

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