miércoles, 5 de febrero de 2020

Para que el mundo tenga mejor sabor y luminosidad


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
9 de Febrero de 2020
Domingo de la Quinta Semana Durante el Año

Lecturas de la Misa:
Isaías 58, 7-10 / Salmo 111, 4-7. 8-9 Para los buenos brilla una luz en las tinieblas / I Corintios 2, 1-5

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     5, 13-16
Jesús dijo a sus discípulos:
 «Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.
 Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa.
 Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.»
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Pese a que cada uno de nosotros, individualmente, es «débil, temeroso y vacilante» (2L), el Señor no deja de confiar en las capacidades con que nos ha dotado para que, como comunidades, brille «ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo» (Ev). Concretamente: «Si compartes tu pan con el hambriento y albergas a los pobres sin techo; si cubres al que veas desnudo. Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna… tu luz se alzará en las tinieblas» (1L), porque es «dichoso el que se compadece y da prestado. Él da abundantemente a los pobres» (Sal). ¿Qué otra manera puede haber de ser más luminosos y brindar mejor sabor a la humanidad que esto?
Más rico y brillante.
¡Qué tremendo y hermoso desafío propone nuestro Maestro de vida para nuestra vida, la de quienes nos decimos amigos, hermanos, suyos, hijos del Padre Dios!: que los demás vean las buenas obras que hagamos y, debido a eso, «glorifiquen al Padre que está en el cielo».
Es una invitación que permanece desde hace dos milenios. Algunos se han dedicado a hacerlo de manera tan destacada que realmente hicieron «brillar ante los ojos de los hombres la luz» que los habitaba: muchos de ellos alimentados por el evangelio; otros tenían otras fuentes.
Así, a simple vista puede parecer una tarea titánica, pero no lo es tanto. No, al menos, si tenemos la prudencia y la sabiduría de acometerla unidos a otros. Es que aquello de que “la unión hace la fuerza” es indesmentible. Y, para los que creemos, la “soldadura” de esa unidad es el Espíritu Santo (Ef 4,4).
En nuestro país, por ejemplo, conocemos el caso del Padre Hurtado, quien dedicaba gran parte de su vida a aunar voluntades, de tal forma que conseguía que muchos se volcasen a apoyar sus obras en beneficio de los más pobres.
Los hermanos adventistas, tomando otro caso, crearon la OFASA para un fin semejante a nivel mundial. Y así, muchos han comprendido que el cristianismo conlleva una acción en favor de los más necesitados y han hecho algo al respecto, unidos a otros. De esa manera, gracias a Dios, son incontables las iniciativas que permiten que muchos se involucren en el servicio a los demás.
Pero, como decíamos, la preocupación por los dolores y carencias de los semejantes no proviene exclusivamente de la fe. Es así que, hace más de 150 años, Dunant creó la siempre necesaria y servidora Cruz Roja internacional; o, hace mucho menos tiempo, pero tan imprescindible como la anterior, Irving Stowe y otros, crearon la ecologista Greenpeace, que ha estado luchando por proteger nuestra casa común, la Tierra. Y de esa manera, muchas agrupaciones más.
Podríamos entender, entonces, que, idealmente, sería bueno para el mundo (o para nuestra porción de mundo) el que busquemos unirnos a otros para sumar capacidades y habilidades por el bien de otros, aunque no tengan la resonancia de las mencionadas anteriormente sólo como muestra. Porque también existen comedores populares, para ayudar a quienes pasan por malos momentos; gente que visita y cuida ancianos o niños hospitalizados o presidiarios; otros llevan alimento, abrigo y compañía a personas en situación de calle; y, así, tantas otras actividades más humildes, pero tan necesarias para quienes son sus beneficiarios.
Todo lo anterior, bajo la consigna de que nadie es tan pobre que no tenga nada para dar y entendiendo que una sonrisa, un poco de tiempo, algo de compañía, pueden ser la sal que le dé sazón a la vida de alguien que ha sufrido sólo sinsabores.
«Ustedes son la sal de la tierra. Ustedes son la luz del mundo» Él lo creía así. ¿Acogeremos esta invitación del incorregiblemente optimista Jesús, para hacerla carne de alguna manera en nuestros días?

Que podamos sentir, de tal manera de hacer práctica de vida aquella frase del Apóstol: «el amor de Cristo nos apremia» (2 Cor 5,14) y, así, junto a otros, aportar a darle algo de sabor y claridad a nuestro mundo, como aprendimos de ti, Señor. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, aprender a salar y a iluminar desde nuestra vida las vidas de los demás,
Miguel

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Servir para ser cristianos

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo 22 de Septiembre de 2024                          ...