miércoles, 18 de marzo de 2020

Es posible tener una fe ciega, sin creer realmente


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
22 de Marzo de 2020
Domingo de la Cuarta Semana de Cuaresma

Lecturas de la Misa:
I Samuel 16,1. 5-7. 10-13 / Salmo 22, 1-6 El Señor es mi pastor, nada me puede faltar / Efesios 5, 8-14

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     9, 1-41
Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?»
 «Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.»
 Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa «Enviado.»
 El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: «¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?»
 Unos opinaban: «Es el mismo.» «No, respondían otros, es uno que se le parece.»
 Él decía: «Soy realmente yo.»
 Ellos le dijeron: «¿Cómo se te han abierto los ojos?»
 Él respondió: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: "Ve a lavarte a Siloé". Yo fui, me lavé y vi.»
 Ellos le preguntaron: «¿Dónde está?»
 Él respondió: «No lo sé.»
 El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver.
 Él les respondió: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo.»
 Algunos fariseos decían: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado.»
 Otros replicaban: «¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?»  Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?» El hombre respondió: «Es un profeta.»
 Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: «¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?»
 Sus padres respondieron: «Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta.»
 Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: «Tiene bastante edad, pregúntenle a él.»
 Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: «Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.»
 «Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo.»
 Ellos le preguntaron: «¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?»
 Él les respondió: «Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?»
 Ellos lo injuriaron y le dijeron: «¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de donde es este.»
 El hombre les respondió: «Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada.»
 Ellos le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?» Y lo echaron.
 Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?»
 Él respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?»
 Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando.»
 Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él.
 Después Jesús agregó: «He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven.»
 Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «¿Acaso también nosotros somos ciegos?» 
 Jesús les respondió: «Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: "Vemos", su pecado permanece.»
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Para los de su tiempo, ser enfermo era sinónimo de ser pecador, por consiguiente, alguien a quien se marginaba. Sin embargo, como «el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón» (1L), Jesús, no mira el pecado, sino a la persona y, sin que se lo pidan siquiera, sana a quien lo necesita (Ev) para devolverle su dignidad: «Antes, ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor» (2L). Nosotros, enfermos de tantas cosas y sanados tantas veces como lo permitimos, podemos cantar confiados, entonces: «Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida» (Sal).
Aprender a ver.
Bartimeo iba al templo cuando sus ocupaciones se lo permitían.
Bartimeo era despreciado por no ser un fiel practicante de su fe.
Bartimeo sufría porque, pese a su esfuerzo, no lograba ver a Dios.
Sus críticos, en cambio, parecían poder verlo muy bien
en el culto que practicaban.
Quiso la suerte, el destino ¿o el mismo Dios?
que se cruzase en el camino de un tal Jesús,
profeta de Nazaret,
con fama de sabio de cabeza
y sabio también de humanidad y ternura.
Él no lo vio con desagrado,
él no le preguntó por qué no iba al templo
ni se interesó en cuánto ayunaba
o si cumplía y cómo con las normas religiosas
él lo miró con ojos de hermano
nadie lo había mirado así nunca,
ni sus padres.
Bartimeo sintió que algo cambiaba en su forma de ver el mundo
algo confuso, pero que se sentía maravilloso
ahora le parecía que, en ese hombre y su actuar,
podía ver a Dios,
¿no sería aquello una imperdonable blasfemia?
Sus vecinos se preguntaban
si no era el mismo que hasta hace muy poco
pasaba grismente entre ellos.
¿Qué podía saber él de ver a Dios?
¿Y qué podía saber ese tal Jesús
que no respetaba el día sagrado siquiera?
Sin embargo, su forma de mirar,
de tocar,
de acoger,
de decir,
de empatizar…
Sólo podían ser imagen de Dios.
Pero ¿cómo se atrevía este,
que no era capaz de ver al Señor en su templo,
decirles a ellos, ¡a ellos!, a quién debían creerle?
¿Y tenía el descaro, incluso,
de burlarse de estos serios religiosos,
insinuándoles que querían hacerse seguidores
de aquel que actuaba lejos del Lugar Sagrado?
¡Ellos, que sólo seguían, y al pie de la letra,
lo dicho por el Gran Legislador!
Pero Bartimeo insistía:
«Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada»
Y eso fue el colmo: lo expulsaron.

Ahora, menos que nunca, no era uno de ellos.
Pero fuera de la rígida religión estaba Jesús.
Bartimeo fue acogido una vez más por el Nazareno.
Bartimeo ya no fue más ciego a «la luz del mundo»
Bartimeo creyó y se postró ante «el Hijo del hombre»
Porque él ya podía ver mucho más allá de los soberbios
refugiados en el Templo,
en las normas,
en las prácticas estáticas…
de quienes «como dicen: "Vemos", su pecado permanece»
¡Pobres ciegos que no quieren ver!

Danos cada vez más tu luz, Señor, para ir aprendiendo, cada vez más y cada vez mejor, a ver dónde te manifiestas libremente, sin dejarte encerrar ni en las estructuras físicas ni las mentales de esa fe que es tan ciega que no logra encontrarte. Así sea.

Intentando, con mucha Paz, Amor y Alegría, inundarnos de la luminosa presencia, palabra y acción de nuestro Maestro de vida, Jesús,
Miguel

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