PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
22 de Marzo de
2020
Domingo de la Cuarta
Semana de Cuaresma
Lecturas
de la Misa:
I Samuel 16,1. 5-7. 10-13 / Salmo 22, 1-6 El Señor es mi pastor, nada me puede
faltar / Efesios 5, 8-14
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan
9, 1-41
Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le
preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido
ciego?»
«Ni él ni sus padres han pecado,
respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios.
Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega
la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz
del mundo.»
Después que dijo esto, escupió en
la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego,
diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa «Enviado.»
El ciego fue, se lavó y, al
regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se
preguntaban: «¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?»
Unos opinaban: «Es el mismo.»
«No, respondían otros, es uno que se le parece.»
Él decía: «Soy realmente yo.»
Ellos le dijeron: «¿Cómo se te
han abierto los ojos?»
Él respondió: «Ese hombre que se
llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: "Ve a lavarte a
Siloé". Yo fui, me lavé y vi.»
Ellos le preguntaron: «¿Dónde
está?»
Él respondió: «No lo sé.»
El que había sido ciego fue
llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los
ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver.
Él les respondió: «Me puso barro
sobre los ojos, me lavé y veo.»
Algunos fariseos decían: «Ese
hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado.»
Otros replicaban: «¿Cómo un
pecador puede hacer semejantes signos?»
Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al
ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?» El hombre respondió: «Es
un profeta.»
Sin embargo, los judíos no
querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta
que llamaron a sus padres y les preguntaron: «¿Es este el hijo de ustedes, el
que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?»
Sus padres respondieron: «Sabemos
que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le
abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por
su cuenta.»
Sus padres dijeron esto por temor
a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al
que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: «Tiene bastante
edad, pregúntenle a él.»
Los judíos llamaron por segunda
vez al que había sido ciego y le dijeron: «Glorifica a Dios. Nosotros sabemos
que ese hombre es un pecador.»
«Yo no sé si es un pecador,
respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo.»
Ellos le preguntaron: «¿Qué te ha
hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?»
Él les respondió: «Ya se lo dije
y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También
ustedes quieren hacerse discípulos suyos?»
Ellos lo injuriaron y le dijeron:
«¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés!
Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de donde es este.»
El hombre les respondió: «Esto es
lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto
los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra
y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un
ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada.»
Ellos le respondieron: «Tú
naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?» Y lo echaron.
Jesús se enteró de que lo habían
echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?»
Él respondió: «¿Quién es, Señor,
para que crea en él?»
Jesús le dijo: «Tú lo has visto:
es el que te está hablando.»
Entonces él exclamó: «Creo,
Señor», y se postró ante él.
Después Jesús agregó: «He venido
a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los
que ven.»
Los fariseos que estaban con él
oyeron esto y le dijeron: «¿Acaso también nosotros somos ciegos?»
Jesús les respondió: «Si ustedes fueran
ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: "Vemos", su pecado
permanece.»
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Para los de su tiempo, ser enfermo era sinónimo de ser pecador, por
consiguiente, alguien a quien se marginaba. Sin embargo, como «el hombre
ve las apariencias, pero Dios ve el corazón» (1L), Jesús, no mira el pecado, sino a la persona y, sin que se lo pidan
siquiera, sana a quien lo necesita (Ev) para devolverle su dignidad: «Antes, ustedes eran tinieblas, pero ahora
son luz en el Señor» (2L). Nosotros,
enfermos de tantas cosas y sanados tantas veces como lo permitimos, podemos
cantar confiados, entonces: «Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo
largo de mi vida» (Sal).
Aprender a ver.
Bartimeo iba al templo cuando sus ocupaciones
se lo permitían.
Bartimeo era despreciado por no ser un fiel
practicante de su fe.
Bartimeo sufría porque, pese a su esfuerzo,
no lograba ver a Dios.
Sus críticos, en cambio, parecían poder verlo
muy bien
en el culto que practicaban.
Quiso la suerte, el destino ¿o el mismo Dios?
que se cruzase en el camino de un tal Jesús,
profeta de Nazaret,
con fama de sabio de cabeza
y sabio también de humanidad y ternura.
Él no lo vio con desagrado,
él no le preguntó por qué no iba al templo
ni se interesó en cuánto ayunaba
o si cumplía y cómo con las normas religiosas
él lo miró con ojos de hermano
nadie lo había mirado así nunca,
ni sus padres.
Bartimeo sintió que algo cambiaba en su forma
de ver el mundo
algo confuso, pero que se sentía maravilloso
ahora le parecía que, en ese hombre y su
actuar,
podía ver a Dios,
¿no sería aquello una imperdonable blasfemia?
Sus vecinos se preguntaban
si no era el mismo que hasta hace muy poco
pasaba grismente entre ellos.
¿Qué podía saber él de ver a Dios?
¿Y qué podía saber ese tal Jesús
que no respetaba el día sagrado siquiera?
Sin embargo, su forma de mirar,
de tocar,
de acoger,
de decir,
de empatizar…
Sólo podían ser imagen de Dios.
Pero ¿cómo se atrevía este,
que no era capaz de ver al Señor en su
templo,
decirles a ellos, ¡a ellos!, a quién debían
creerle?
¿Y tenía el descaro, incluso,
de burlarse de estos serios religiosos,
insinuándoles que querían hacerse seguidores
de aquel que actuaba lejos del Lugar Sagrado?
¡Ellos, que sólo seguían, y al pie de la
letra,
lo dicho por el Gran Legislador!
Pero Bartimeo insistía:
«Si este hombre no viniera de Dios,
no podría hacer nada»
Y eso fue el colmo: lo expulsaron.
Ahora, menos que nunca, no era uno de ellos.
Pero fuera de la rígida religión estaba
Jesús.
Bartimeo fue acogido una vez más por el
Nazareno.
Bartimeo ya no fue más ciego a «la luz del mundo»
Bartimeo
creyó y se postró ante «el Hijo del
hombre»
Porque él
ya podía ver mucho más allá de los soberbios
refugiados en
el Templo,
en las
normas,
en las
prácticas estáticas…
de quienes «como dicen: "Vemos", su pecado
permanece»
¡Pobres
ciegos que no quieren ver!
Danos cada
vez más tu luz, Señor, para ir aprendiendo, cada vez más y cada vez mejor, a
ver dónde te manifiestas libremente, sin dejarte encerrar ni en las estructuras
físicas ni las mentales de esa fe que es tan ciega que no logra encontrarte.
Así sea.
Intentando, con mucha Paz, Amor y Alegría, inundarnos
de la luminosa presencia, palabra y acción de nuestro Maestro de vida, Jesús,
Miguel
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