miércoles, 25 de marzo de 2020

Para que otros (nos) crean


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
29 de Marzo de 2020
Domingo de la Quinta Semana de Cuaresma

Lecturas de la Misa:
Ezequiel 37, 12-14 / Salmo 129, 1-8 En el Señor se encuentra la misericordia / Romanos 8, 8-11

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     11, 1-45
Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas, está enfermo.»
 Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
 Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea.»
 Los discípulos le dijeron: «Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá?»
 Jesús les respondió: «¿Acaso no son doce las horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él.»
 Después agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo.»
 Sus discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, se curará.» Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte.
 Entonces les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo.»
 Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él.»
 Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días.
 Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dio a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas.»
 Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»
 Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
 Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»
 Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo.»
 Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama.» Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.»
 Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: «¿Dónde lo pusieron?»
 Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás.»
 Y Jesús lloró.
 Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!»
 Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?»
 Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: «Quiten la piedra.»
 Marta, la hermana del difunto, le respondió: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto.»
 Jesús le dijo: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?»
 Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»
 Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!»
 El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.
 Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar.»
 Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
La esperanza cristiana, la fe en la resurrección, se sustenta en la promesa de Dios: «Yo pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán» (1L), explicada posteriormente por el Apóstol de esta manera: «si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes» (2L). Y esto gratuita y generosamente para todos nosotros, pecadores, «Porque en Él se encuentra la misericordia y la redención en abundancia» (Sal); lo que sí se requiere es la fe: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?» (Ev). Es probable que respondamos rápidamente de manera afirmativa, pero para que sea fe en el Dios de la Vida, debe manifestarse en acciones que mejoren la vida de los demás.
Una vez más, llamados a ser coherentes.
¿Qué hace Jesús para ayudar a la fe de sus contemporáneos y la de quienes vendríamos después?
Todo: «Al ver lo que hizo Jesús, muchos […] creyeron en él»
Y la palabra clave en esa pregunta es “hace”, porque, si bien predicaba, y bastante bien por lo que se nos dice: «Nadie habló jamás como este hombre» (Jn 7,46), sin embargo, su enseñanza era «de una manera nueva, llena de autoridad» (Mc 1,27), la autoridad de la coherencia de vida de quien hacía lo mismo que decía.
Entonces, si él dice: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?» Es para creerlo, aunque aún no sepamos bien cómo será esto. Pero lo que está claro es que el Maestro no se queda en palabras, sino que además ejecuta: Lázaro, tal como sus hermanas, tenían fe en él, por lo que Jesús lo rescata de la muerte.
Todo esto lo tenían muy claro los primeros cristianos, a quienes se les había dicho cosas como «Que todos sean uno […] para que el mundo crea» (Jn 17,21), y luego se nos informa que, coherentemente, el estilo de vida de estos seguidores del Resucitado -de aquel que les dejó como mandato final «Ámense los unos a los otros como yo los he amado» (Jn 13,34)-, era así (además de lo relativo al culto): «Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno. […] comían juntos con alegría y sencillez de corazón», todo lo cual tenía como resultado el que «cada día, el Señor acrecentaba la comunidad…» (Hch 2,42-47).
Sus acciones, la forma en que vivían su fe, hicieron que muchos creyeran.
La pregunta sería ahora: ¿qué hacemos nosotros para que (le) crean en (a) Jesús? ¿Qué estilo de vida tenemos que haga llamar la atención sobre nuestra fe en el Señor de la Vida, de tal manera que quiera ser vivida también por los demás?
No es, por cierto -en lo micro-, cuando en nuestras comunidades las personas ven mala disposición de unos hacia otros, es decir cuando no somos “uno”; y, tampoco -en lo macro-, si no somos ampliamente solidarios y acogedores (de los nuestros y de los que no lo son), como era nuestro Maestro, siendo, por el contrario, rígidos y juzgadores, tal como aquellos a los que criticaba él en su tiempo.
Y, en el contexto de este tiempo especial de pandemia que estamos padeciendo, personalmente, seguir las instrucciones sanitarias y, a la vez, mirar a nuestro alrededor, si alguien está más complicado que los demás (los ancianos solitarios, por ejemplo) y ofrecer nuestra ayuda.
El lema de este texto «Para que crean que tú me has enviado», dirigido al Padre Dios, como parte de la oración de Jesús, tal vez sería apropiado hacerlo nuestro en este tiempo.
Pablo, para ello, pronuncia una bella bendición que cruza los siglos hasta nosotros: «Que el Dios de la esperanza los llene de alegría y de paz en la fe, para que la esperanza sobreabunde en ustedes por obra del Espíritu Santo» (Rom 15,13), de tal manera que, si nos dejamos guiar por esa esperanza llena de alegría y paz, nos sería más fácil vivir en sintonía con el amor de Dios. Y contagiar a otros de tanta belleza.
Jesús nos repite: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?». Que no ocurra que nos diga, además: «la luz no está en él», a consecuencia de que actuamos como parte de las tinieblas y no como quienes tienen por amigo a quien es «la Luz del mundo» (Jn 8,12)

Que podamos afirmar como Marta: «Creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo» y que esta afirmación se haga, cada vez más y cada vez mejor, práctica de vida misericordiosa, solidaria y fraterna entre nosotros, porque así nos lo enseñaste, Señor. Así sea.

Intentando, con mucha Paz, Amor y Alegría, dar un testimonio que diga, sin decir, que somos discípulos del Señor de la Misericordia y de la Vida plena,
Miguel

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