PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
29 de Marzo de
2020
Domingo de la
Quinta Semana de Cuaresma
Lecturas
de la Misa:
Ezequiel 37, 12-14 / Salmo 129, 1-8 En el Señor se encuentra la
misericordia / Romanos 8, 8-11
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan
11, 1-45
Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su
hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó
los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las
hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas, está enfermo.»
Al oír esto, Jesús dijo: «Esta
enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea
glorificado por ella.»
Jesús quería mucho a Marta, a su
hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se
quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos:
«Volvamos a Judea.»
Los discípulos le dijeron:
«Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá?»
Jesús les respondió: «¿Acaso no
son doce las horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz
de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no
está en él.»
Después agregó: «Nuestro amigo
Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo.»
Sus discípulos le dijeron:
«Señor, si duerme, se curará.» Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús
se refería a la muerte.
Entonces les dijo abiertamente:
«Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de
que crean. Vayamos a verlo.»
Tomás, llamado el Mellizo, dijo a
los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él.»
Cuando Jesús llegó, se encontró
con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días.
Betania distaba de Jerusalén sólo
unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María,
por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a
su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dio a Jesús: «Señor,
si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora,
Dios te concederá todo lo que le pidas.»
Jesús le dijo: «Tu hermano
resucitará.»
Marta le respondió: «Sé que
resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dijo: «Yo soy la
Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que
vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»
Ella le respondió: «Sí, Señor,
creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo.»
Después fue a llamar a María, su
hermana, y le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama.» Al oír esto,
ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado
todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había
encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que
esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al
sepulcro para llorar allí. María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se
postró a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no
habría muerto.»
Jesús, al verla llorar a ella, y
también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: «¿Dónde
lo pusieron?»
Le respondieron: «Ven, Señor, y
lo verás.»
Y Jesús lloró.
Los judíos dijeron: «¡Cómo lo
amaba!»
Pero algunos decían: «Este que
abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?»
Jesús, conmoviéndose nuevamente,
llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: «Quiten la
piedra.»
Marta, la hermana del difunto, le
respondió: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto.»
Jesús le dijo: «¿No te he dicho
que, si crees, verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la piedra, y
Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me
oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea,
para que crean que tú me has enviado.»
Después de decir esto, gritó con
voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!»
El muerto salió con los pies y
las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.
Jesús les dijo: «Desátenlo para
que pueda caminar.»
Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos
que habían ido a casa de María creyeron en él.
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
La esperanza cristiana, la fe en la resurrección, se sustenta en la
promesa de Dios: «Yo pondré mi espíritu en ustedes, y
vivirán» (1L), explicada
posteriormente por el Apóstol de esta manera: «si el Espíritu de aquel que resucitó a
Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus
cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes» (2L). Y esto gratuita
y generosamente para todos nosotros, pecadores, «Porque en Él se encuentra la misericordia y
la redención en abundancia» (Sal); lo que sí se
requiere es la fe: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que
cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá
jamás. ¿Crees esto?» (Ev). Es probable que
respondamos rápidamente de manera afirmativa, pero para que sea fe en el Dios
de la Vida, debe manifestarse en acciones que mejoren la vida de los demás.
Una vez
más, llamados a ser coherentes.
¿Qué hace
Jesús para ayudar a la fe de sus contemporáneos y la de quienes vendríamos
después?
Todo: «Al
ver lo que hizo Jesús, muchos […] creyeron en él»
Y la palabra clave en esa pregunta es “hace”,
porque, si bien predicaba, y bastante bien por lo que se nos dice: «Nadie habló
jamás como este hombre» (Jn
7,46), sin embargo, su enseñanza era «de una
manera nueva, llena de autoridad» (Mc
1,27), la autoridad de la coherencia de vida de
quien hacía lo mismo que decía.
Entonces, si él dice: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera,
vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?» Es para creerlo, aunque aún no
sepamos bien cómo será esto. Pero lo que está claro es que el Maestro no se
queda en palabras, sino que además ejecuta: Lázaro, tal como sus hermanas,
tenían fe en él, por lo que Jesús lo rescata de la muerte.
Todo esto lo tenían muy claro los primeros
cristianos, a quienes se les había dicho cosas como «Que todos sean uno […]
para que el mundo crea» (Jn
17,21), y luego se nos informa que, coherentemente,
el estilo de vida de estos seguidores del Resucitado -de aquel que les dejó
como mandato final «Ámense los unos a los otros como yo los he amado» (Jn 13,34)-, era así (además de lo relativo al culto):
«Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus
propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las
necesidades de cada uno. […] comían juntos con alegría y sencillez de corazón»,
todo lo cual tenía como resultado el que «cada día, el Señor acrecentaba la
comunidad…» (Hch 2,42-47).
Sus acciones, la forma en que vivían su fe,
hicieron que muchos creyeran.
La pregunta sería ahora: ¿qué hacemos
nosotros para que (le) crean en (a) Jesús? ¿Qué estilo de vida tenemos que haga
llamar la atención sobre nuestra fe en el Señor de la Vida, de tal manera que
quiera ser vivida también por los demás?
No es, por cierto -en lo micro-, cuando en
nuestras comunidades las personas ven mala disposición de unos hacia otros, es
decir cuando no somos “uno”; y, tampoco -en lo macro-, si no somos ampliamente solidarios
y acogedores (de los nuestros y de los que no lo son), como era nuestro
Maestro, siendo, por el contrario, rígidos y juzgadores, tal como aquellos a
los que criticaba él en su tiempo.
Y, en el contexto de este tiempo especial de
pandemia que estamos padeciendo, personalmente, seguir las instrucciones
sanitarias y, a la vez, mirar a nuestro alrededor, si alguien está más
complicado que los demás (los ancianos solitarios, por ejemplo) y ofrecer
nuestra ayuda.
El lema de
este texto «Para que crean que tú me has
enviado», dirigido al Padre Dios, como parte de la oración de Jesús, tal
vez sería apropiado hacerlo nuestro en este tiempo.
Pablo, para ello, pronuncia una bella
bendición que cruza los siglos hasta nosotros: «Que el Dios de la esperanza los
llene de alegría y de paz en la fe, para que la esperanza sobreabunde en
ustedes por obra del Espíritu Santo» (Rom 15,13), de tal manera que, si
nos dejamos guiar por esa esperanza llena de alegría y paz, nos sería más fácil
vivir en sintonía con el amor de Dios. Y contagiar a otros de tanta belleza.
Jesús nos
repite: «¿No te he dicho que, si crees,
verás la gloria de Dios?». Que no ocurra que nos diga, además: «la luz no está en él», a consecuencia
de que actuamos como parte de las tinieblas y no como quienes tienen por amigo
a quien es «la Luz del mundo» (Jn 8,12)
Que podamos
afirmar como Marta: «Creo que tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo» y que esta afirmación
se haga, cada vez más y cada vez mejor, práctica de vida misericordiosa,
solidaria y fraterna entre nosotros, porque así nos lo enseñaste, Señor. Así
sea.
Intentando, con mucha Paz, Amor y Alegría, dar un
testimonio que diga, sin decir, que somos discípulos del Señor de la
Misericordia y de la Vida plena,
Miguel
No hay comentarios:
Publicar un comentario