PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
5 de Abril de 2020
Domingo de Ramos
en la Pasión del Señor
Lecturas
de la Misa:
Isaías 50, 4-7 / Salmo 21, 8-9. 17-20.
23-24 Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado? / Filipenses 2, 6-11 / Mateo 26, 3-5. 14—27, 66
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Mateo
21, 1-11
Cuando se
acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió
a dos discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente, e
inmediatamente encontrarán un asna atada, junto con su cría. Desátenla y
tráiganmelos.
Y si alguien les
dice algo, respondan: "El Señor los necesita y los va a devolver en
seguida"».
Esto sucedió para
que se cumpliera lo anunciado por el Profeta:
«Digan a la hija
de Sión:
Mira que tu rey
viene hacia ti,
humilde y montado
sobre un asna,
sobre la cría de
un animal de carga».
Los discípulos
fueron e hicieron lo que Jesús les había mandado; trajeron el asna y su cría,
pusieron sus mantos sobre ellos y Jesús se montó.
Entonces la mayor
parte de la gente comenzó a extender sus mantos sobre el camino, y otros
cortaban ramas de los árboles y lo cubrían con ellas.
La multitud que
iba delante de Jesús y la que lo seguía gritaba:
«¡Hosana al Hijo
de David!
¡Bendito el que
viene en nombre del Señor!
¡Hosana en las
alturas!».
Cuando entró en
Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, y preguntaban: «¿Quién es este?".
Y la gente
respondía:
«Es Jesús, el profeta de Nazaret en
Galilea.»
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
«Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea» (1Ev), consciente de
que «el mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa
reconfortar al fatigado con una palabra de aliento» (1L), dedicó de esa
manera su vida a cumplir la Palabra: «Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos» (Sal), hasta el punto
de sufrir la persecución de los poderosos de su tiempo, de manera tal que, pese
a «que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios […] Y
presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la
muerte y muerte de cruz» (2L), de una manera tan impresionante que desde entonces hace brotar
la exclamación: «¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!» (2Ev).
Celebrar como si creyésemos
(Este domingo se proclaman dos textos del
Evangelio. Optamos por el que le da nombre a esta fiesta para compartirlo con
ustedes)
Comienza la que parece la semana más amarga
para los católicos. Al menos, para los que siguen los ritos que esta confesión contiene.
¿Exageramos?
Observemos, por ejemplo, nuestros rostros
durante el Vía Crucis o cualquier otra celebración del día viernes (y sí, se le
llama “celebración”, aunque nadie celebre). Y peor aún, notemos cómo poco
cambia el sábado en la noche cuando se celebra (o debiese) la Resurrección:
salvo hermosas excepciones, no suelen ser fiestas, sino ritos que se cumplen
con cierta rigidez.
Bueno, pero somos cristianos, es decir
profesamos la fe más esperanzadora que hay. Por eso, nuestro objetivo no es
caer en lo mismo que señalamos, sino recordar por qué corresponde que nuestro
culto (y nuestra vida) sea más alegre.
Para comenzar, todo lo anterior es demasiado
contradictorio con el mandato final de nuestro Maestro: «Vayan por todo el
mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación» (Mc 16,15). Teniendo
presente que, lógicamente, una noticia buena no se anuncia con el rostro agrio…
Yendo al texto de esta ocasión, recordemos
que la gente de su tiempo había tenido la oportunidad de ver y saber de Jesús
de distintas maneras. Por toda Palestina se contaban historias del «profeta de Nazaret en Galilea»:
que sanaba enfermos, que resucitaba muertos y que –casi tan asombroso como lo
anterior- compartía amablemente con los pecadores y marginados de todo tipo,
los mismos que eran mayoría y que, por otra parte, eran juzgados severamente como
seres despreciables por los hombres de la religión, motivo por el cual no
permitían que se les aproximaran ni, menos, se acercaban ellos.
Entonces, con las actitudes del Nazareno la gente descubría
que, al contrario de aquellos que decían saber tanto de Dios, realmente el
Espíritu del Señor estaba sobre Jesús para que pudiese «llevar la Buena Noticia
a los pobres, anunciar la liberación a los cautivos (…) la vista a los ciegos,
(y) dar la libertad a los oprimidos», como ya había afirmado antes, aplicándose
a sí mismo una antigua profecía de Isaías (Lc 4,18)
Y todo aquello lo hacía tan bien (cf Mc 7,37), con tanto cariño y dedicación, que, para un pueblo que históricamente
sentía que el Altísimo actuaba a su favor, era imposible no identificar a este
hombre como «el que
viene en nombre del Señor». Por eso,
celebraban su llegada con manifestaciones de gran alegría, como la que
conmemoramos este día.
Los humildes de la tierra suelen ser
agradecidos y festejar las cosas buenas que les suceden con sencillez y
comunitariamente.
Nosotros, comprendiendo que de Dios sólo
recibimos bendiciones, las cuales no podemos hacer nada por ganárnoslas, ya que
provienen sólo de su eterna y generosa misericordia, ¿podríamos decir que
vivimos con alegría nuestra fe y expresamos ese gozo en nuestras celebraciones
litúrgicas y en nuestra forma de relacionarnos con los demás?
¿Qué habrá que cambiar en nuestro
cristianismo para que nos cambie la cara? ¿Qué testimonio de esperanza alegre
mostramos, por ejemplo, en este tiempo en que cunde el temor y la incertidumbre
entre nuestros hermanos?
Se viene Semana Santa. Es de esperar que
recordemos que esta historia, por dolorosa que sea, no termina en una desgarradora
tumba cerrada, sino en el feliz acontecimiento de la Resurrección y actuemos en
consecuencia.
Que podamos vivir de manera gozosamente
generosa, dando cariño y servicio a los demás, para que esto sea nuestro
“hosanna” permanente a ti, Señor de la Vida, que, como tu Padre, amas a quien
da con alegría (2 Cor 9,7). Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, transmitir
el gozo de creer en el Dios de la Vida y su Hijo, el Profeta de la Misericordia,
Miguel
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