miércoles, 1 de abril de 2020

Con motivos para estar alegres


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
5 de Abril de 2020
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

Lecturas de la Misa:
Isaías 50, 4-7 / Salmo 21, 8-9. 17-20. 23-24 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? / Filipenses 2, 6-11 / Mateo 26, 3-5. 14—27, 66

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     21, 1-11
    Cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente, e inmediatamente encontrarán un asna atada, junto con su cría. Desátenla y tráiganmelos.
    Y si alguien les dice algo, respondan: "El Señor los necesita y los va a devolver en seguida"».
    Esto sucedió para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta:
    «Digan a la hija de Sión:
    Mira que tu rey viene hacia ti,
    humilde y montado sobre un asna,
    sobre la cría de un animal de carga».
    Los discípulos fueron e hicieron lo que Jesús les había mandado; trajeron el asna y su cría, pusieron sus mantos sobre ellos y Jesús se montó.
    Entonces la mayor parte de la gente comenzó a extender sus mantos sobre el camino, y otros cortaban ramas de los árboles y lo cubrían con ellas.
    La multitud que iba delante de Jesús y la que lo seguía gritaba:
    «¡Hosana al Hijo de David!
    ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
    ¡Hosana en las alturas!».
    Cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, y preguntaban: «¿Quién es este?".
    Y la gente respondía:
    «Es Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea.»
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
«Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea» (1Ev), consciente de que «el mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento» (1L), dedicó de esa manera su vida a cumplir la Palabra: «Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos» (Sal), hasta el punto de sufrir la persecución de los poderosos de su tiempo, de manera tal que, pese a «que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios […] Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz» (2L), de una manera tan impresionante que desde entonces hace brotar la exclamación: «¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!» (2Ev).
Celebrar como si creyésemos
(Este domingo se proclaman dos textos del Evangelio. Optamos por el que le da nombre a esta fiesta para compartirlo con ustedes)
Comienza la que parece la semana más amarga para los católicos. Al menos, para los que siguen los ritos que esta confesión contiene.
¿Exageramos?
Observemos, por ejemplo, nuestros rostros durante el Vía Crucis o cualquier otra celebración del día viernes (y sí, se le llama “celebración”, aunque nadie celebre). Y peor aún, notemos cómo poco cambia el sábado en la noche cuando se celebra (o debiese) la Resurrección: salvo hermosas excepciones, no suelen ser fiestas, sino ritos que se cumplen con cierta rigidez.
Bueno, pero somos cristianos, es decir profesamos la fe más esperanzadora que hay. Por eso, nuestro objetivo no es caer en lo mismo que señalamos, sino recordar por qué corresponde que nuestro culto (y nuestra vida) sea más alegre.
Para comenzar, todo lo anterior es demasiado contradictorio con el mandato final de nuestro Maestro: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación» (Mc 16,15). Teniendo presente que, lógicamente, una noticia buena no se anuncia con el rostro agrio…
Yendo al texto de esta ocasión, recordemos que la gente de su tiempo había tenido la oportunidad de ver y saber de Jesús de distintas maneras. Por toda Palestina se contaban historias del «profeta de Nazaret en Galilea»: que sanaba enfermos, que resucitaba muertos y que –casi tan asombroso como lo anterior- compartía amablemente con los pecadores y marginados de todo tipo, los mismos que eran mayoría y que, por otra parte, eran juzgados severamente como seres despreciables por los hombres de la religión, motivo por el cual no permitían que se les aproximaran ni, menos, se acercaban ellos.
Entonces, con las actitudes del Nazareno la gente descubría que, al contrario de aquellos que decían saber tanto de Dios, realmente el Espíritu del Señor estaba sobre Jesús para que pudiese «llevar la Buena Noticia a los pobres, anunciar la liberación a los cautivos (…) la vista a los ciegos, (y) dar la libertad a los oprimidos», como ya había afirmado antes, aplicándose a sí mismo una antigua profecía de Isaías (Lc 4,18)
Y todo aquello lo hacía tan bien (cf Mc 7,37), con tanto cariño y dedicación, que, para un pueblo que históricamente sentía que el Altísimo actuaba a su favor, era imposible no identificar a este hombre como «el que viene en nombre del Señor». Por eso, celebraban su llegada con manifestaciones de gran alegría, como la que conmemoramos este día.
Los humildes de la tierra suelen ser agradecidos y festejar las cosas buenas que les suceden con sencillez y comunitariamente.

Nosotros, comprendiendo que de Dios sólo recibimos bendiciones, las cuales no podemos hacer nada por ganárnoslas, ya que provienen sólo de su eterna y generosa misericordia, ¿podríamos decir que vivimos con alegría nuestra fe y expresamos ese gozo en nuestras celebraciones litúrgicas y en nuestra forma de relacionarnos con los demás?
¿Qué habrá que cambiar en nuestro cristianismo para que nos cambie la cara? ¿Qué testimonio de esperanza alegre mostramos, por ejemplo, en este tiempo en que cunde el temor y la incertidumbre entre nuestros hermanos?
Se viene Semana Santa. Es de esperar que recordemos que esta historia, por dolorosa que sea, no termina en una desgarradora tumba cerrada, sino en el feliz acontecimiento de la Resurrección y actuemos en consecuencia.

Que podamos vivir de manera gozosamente generosa, dando cariño y servicio a los demás, para que esto sea nuestro “hosanna” permanente a ti, Señor de la Vida, que, como tu Padre, amas a quien da con alegría (2 Cor 9,7). Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, transmitir el gozo de creer en el Dios de la Vida y su Hijo, el Profeta de la Misericordia,
Miguel

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