miércoles, 8 de abril de 2020

Un ejemplo concreto de actitud resucitada


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
12 de Abril de 2020
Domingo de Pascua de Resurrección

Lecturas de la Misa:
Hechos 10, 34. 37-43 / Salmo 117, 1-2. 16-17. 22-23 Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él / Colosenses 3, 1-4

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     20, 1-9
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
La comunidad de Juan, de quien nos proviene este evangelio, comprendía que «según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos» (Ev), porque «la mano del Señor hace proezas» (Sal) siempre, por amor a su Creación. Y entre las más bellas, estaban las que realizó por medio de Jesús, su Mesías, de quien «Todos los profetas dan testimonio de él» (1L). Debido a que, con su forma de actuar, él fue su testigo fiel, no podía permitir que la muerte lo retuviera. Por eso, resucitó y hoy «está sentado a la derecha de Dios» (2L). Esta es nuestra fe. Esto es lo que celebramos en este día.
Feminismo religioso.
Junto con toda la alegría que nos provoca esta fiesta, la mayor de nuestra fe, nos surge la inquietud de la necesidad de que nuestra creencia en la Resurrección tenga efectos concretos en nuestra vida y desde nosotros hacia los demás.
He aquí uno que surge de meditar este evangelio, fijando la mirada en un personaje principal, pero habitualmente descuidado de este.
Recordemos, para contextualizar, que, en el reciente Día Internacional de la Mujer, pudimos observar a mujeres de Iglesia sumándose a las demandas para exigir un trato más equitativo de parte de instituciones (incluidas las religiosas) dominadas casi en exclusiva y de manera excluyente por hombres.
Conviene reflexionar sobre esta situación, toda vez que no es falso lo que dicen.
En cierta ocasión un predicador cristiano afirmaba que la Iglesia era como la cultura donde estaba inserta: si en ella había diferencias sociales era porque el mundo era así.
Es un razonamiento que puede tener una base bíblica. De hecho, Saulo (Pablo) de Tarso, el primer gran propagador de esta fe, en línea absoluta con las prácticas de su tiempo, fomentaba la sumisión de la mujer ante el hombre (1 Cor 14,34-35) y no manifiesta oposición alguna a la esclavitud (Carta a Filemón), por ejemplo.
Pero, ¿el cristianismo debiese ser sólo un reproductor de lo que todos hacen sin cuestionarse? ¿Eso aprendimos de Jesús? Porque debemos recordar que el modelo del cristiano sólo debe ser Cristo…
¿No sería más adecuado recordar que él no aceptó lo injusto por legal que fuese? Como en el caso de la adúltera, en que la norma era clara: debía ser apedreada. Sin embargo, él se puso de lado de ella: «Yo tampoco te condeno. Vete, no peques más en adelante» (Jn 8,1-11).
¿O tener en cuenta que tampoco toleró lo que era una costumbre incuestionada, pero a su juicio hasta blasfema? Como cuando desbarató el comercio que se hacía en el Templo, pese a que era autorizado por los jefes religiosos de este (Mc 11,15-18).
No, nuestro Maestro no aceptaba cualquier cosa sin cuestionar ni repetía lo que otros decían o hacían. Menos si esos gestos o palabras podían afectar a alguien. Por lo tanto, pretender aquello no es cristiano, ni propio de cristianos.
De hecho, en la situación que se nos presenta este día, cabría preguntarnos, ni más ni menos: ¿Qué habría sido de nuestra fe sin María de Magdala?
Si no fuese por su actitud cariñosa, aún después del –para ella y para todos- final del Nazareno, Pedro y el otro discípulo no se habrían enterado del gran acontecimiento. Es decir, su intervención fue determinante para que el líder de la comunidad, y por él todos los demás, se enterase del magno acontecimiento que hoy festejamos y le da sentido a nuestra fe.
A mayor abundamiento, en los versículos siguientes a los que estamos meditando, la influencia de esta mujer es mucho más clara, ya que recibe el encargo directo del Resucitado: «Ve a decir a mis hermanos: “Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes”. María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor…» (20,17-18). Es decir, ella fue la primera en verle el rostro glorioso y fue, como se la ha llamado correctamente, la “apóstol de los apóstoles”. Porque Cristo así lo quiso.
Por lo anterior, sería apropiado que nos preguntásemos: si Él quiso que una mujer tuviese esa tan alta misión, ¿es correcto que en nuestras iglesias las jerarquías y los ministerios más importantes los lleven a cabo sólo hombres?
Como decíamos, últimamente, muchas mujeres han llamado fuertemente la atención sobre esto. Y los hombres poco o nada han dicho al respecto (porque el discurso oficial de que la mujer es importante en muchos servicios secundarios es sólo un paliativo).

Sí, este es un tema polémico. Pero Jesús tampoco hacía el quite a la controversia, si era necesario. Y este tema es necesario. Necesitamos replanteárnoslo, porque a todas luces sólo seguimos tradiciones desfasadas en el tiempo (como ocurriría si aún tolerásemos la esclavitud, basados en textos de la Escritura), además de que, con un mínimo de lógica, entenderemos que no puede ser normal que la mitad de nosotros sea permanentemente excluida y no esperar que haya consecuencias negativas en la representatividad. Pero, además, nos afecta en que esto nos provoca la carencia de una sensibilidad muy importante en nuestra forma de hacer Iglesia y anunciar la Buena Noticia.
La resurrección es renovación de lo antiguo y previsible y tiene sentido si Cristo vive en nosotros (2 Cor 5,17). Y si vive, aprendamos a ir, inspirados por él, abriéndonos a lo nuevo, a una cultura nueva y más plena en este y muchos otros aspectos que pueden estar pendientes.

Que podamos implicarnos en anunciar la Buena Noticia de la Resurrección, Señor, sin miedo y siempre, ante tantas realidades de muerte que disminuyen, agravian o hieren a hermanos nuestros. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, dar testimonio gozoso de la Resurrección aportando vida, teniendo gestos que dan vida y siendo portadores de vida,
Miguel

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