PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
19 de Abril de
2020
Domingo de la
Segunda Semana de Pascua
Lecturas
de la Misa:
Hechos 2, 42-47 / Salmo 117, 2-4. 13-15.
22-24 ¡Den gracias
al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! / I Pedro 1, 3-9
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan
20, 19-31
Al atardecer de ese mismo día,
el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban
los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de
ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su
costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con
ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al
decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los
pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a
los que ustedes se los retengan.»
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el
Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le
dijeron: «¡Hemos visto al Señor!»
Él les respondió: «Si no veo la marca de los
clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en
su costado, no lo creeré.»
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los
discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció
Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La
paz esté con ustedes!»
Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí
están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas
incrédulo, sino hombre de fe.»
Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has
visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!»
Jesús realizó además muchos otros signos en
presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.
Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo
de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Celebramos el que «Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo […] nos hizo
renacer, por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva» (2L), gratuitamente, sólo porque «es eterno su amor» (Sal). Y esa esperanza se alimenta mejor en la comunidad, no en la soledad,
como le ocurrió a Tomás (Ev), para posteriormente
manifestarse en fraternidad: «todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo
suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero
entre ellos, según las necesidades de cada uno […] comían juntos con alegría y
sencillez de corazón» (1L). Si la vida de los creyentes
no cambia y se nota, difícilmente alguien creerá en nuestro testimonio de la
Resurrección.
Un fruto de la Pascua.
Desde hace dos décadas a los católicos se los
invita a celebrar en este segundo domingo de Pascua el gran don de la
misericordia de Dios. Y tiene mucho sentido. Ya se alegraba el autor de una de
las cartas de Pedro de esta manera: «Bendito sea Dios, el Padre de nuestro
Señor Jesucristo, que, en su gran misericordia, nos hizo renacer, por la
resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva» (1 Pe 1,3)
De hecho, uno de los regalos del Resucitado
en el texto que se nos presenta hoy es precisamente la capacidad de sanar las
heridas de una comunidad: «Los
pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen…»
Es que este era un tema muy querido para el
Maestro en sus prédicas y en las enseñanzas a sus seguidores, quien, por
ejemplo, lo pone, ni más ni menos, por delante del culto a Dios: «si al
presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas que tu hermano tiene alguna queja
contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y
sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda» (Mt 5,23-24). Es decir, como
suele hacer Jesús, eleva los estándares: No es sólo que a uno (a) le hayan
hecho algo (eso se da por supuesto y entendido para quien se diga seguidor de
sus pasos misericordiosos), sino que basta que tu hermano tenga alguna molestia
contigo para que actúes. Sólo después de esto, tiene sentido tu ofrenda para
Dios.
Más aún, para ayudarnos a comprender cómo es
su Padre, y Padre nuestro también, Jesús elabora parábolas hermosísimas como
aquella tan conocida del hombre que tenía dos hijos (Lc 15,11-32), los cuales no
valoran mucho lo que él hace por ellos; y ambos, después de recibir en vida su
herencia, se marginan de su compañía: uno yéndose lejos; el otro, manteniéndose
bajo su techo, pero con el corazón tan amargado que también lo alejaba de su
padre. En la historia cuenta que, pese a todo esto, el padre no se resigna,
sino que mantiene la espera, ofrece su acogida y hasta les suplica a sus hijos.
De esa manera, nos hace un reflejo de cómo es el amor y la misericordia del
Padre Dios para nosotros.
Es entonces que, para que esta enseñanza
tenga sentido en nosotros, y para que nuestra vida sea más plena, como todo lo
que hacía y decía, nos invita: «sean misericordiosos como el Padre de ustedes
es misericordioso» (Lc 6,36). Es decir, de la manera más parecida posible a la forma generosa y
abundante del Señor.
Si Jesús resucitó, como decimos creer, no es
para que quede como un hecho histórico, sino para vivir aún hoy en nosotros: Él
entra a nuestro corazón, aunque tengamos las puertas cerradas por el miedo,
porque sabe que, pese a eso, lo anhelamos. Algunas veces nos alegrará sentirlo.
Otras, tendremos serias dudas. Sin embargo, él no dejará de intentar que lo
acojamos en nuestra vida para poder aportarle paz, alegría, Espíritu Santo y,
por supuesto, capacidad de misericordia. Y todo eso para ayudarnos a llevar a
nuestra humanidad a la plenitud de capacidades. Porque ¿qué puede ser más
humano que la misericordia? Y ¿qué mejor característica mostraría nuestro ADN
espiritual como el de hijos de Dios que permitirle a la misericordia que nos
guíe?
Que podamos actuar como quienes se encuentran
en proceso hacia actitudes más resucitadas, comenzando por no guardar rencor,
ni permitir que otros se sientan agraviados por lo que hagamos, con la ayuda de
tu gracia, Señor. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, dar
testimonio fiel de la Resurrección aportando lo mejor que Dios ha puesto en
nosotros, entre otras cosas, un corazón compasivo,
Miguel
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