miércoles, 22 de abril de 2020

El camino de la esperanza


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
26 de Abril de 2020
Domingo de la Tercera Semana de Pascua

Lecturas de la Misa:
Hechos 2, 14. 22-33 / Salmo 15, 1-2. 5. 7-11 Señor, me harás conocer el camino de la vida / I Pedro 1, 17-21

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     24, 13-35
Aquel día, el primero de la semana, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
 Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?»
 Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!»
 «¿Qué cosa?», les preguntó.
 Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron.»
 Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.
 Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba.»
 Él entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
 Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
 En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!»
 Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Estos días celebramos que en Jesús se cumplió la Palabra: «Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha» (Sal), de lo que, por la fe, «todos nosotros somos testigos» (1L), porque comprendimos que, antes, «era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria» (Ev). Y ahora, como dice Pablo: «Por él, ustedes creen en Dios, que lo ha resucitado y lo ha glorificado, de manera que la fe y la esperanza de ustedes estén puestas en Dios» (2L).
Retornando desde la falta de fe.
En Chile, país de terremotos, hace algunas décadas (algunos lo recuerdan) se difundió por “el correo de las brujas” que, posterior a uno muy violento que nos tocó sufrir, había que poner la figura de un pez en la puerta que daba a la calle para evitar mayores catástrofes. Y la inmensa mayoría lo hizo. En un país que también es de inmensa mayoría cristiana… Todavía, siete lustros después, se puede ver uno en algún dintel descolorido por ahí.
Por otro lado, con todo lo que se ha hablado del terrible “coronavirus”, algunos, desde su creencia, alientan a los demás a confiar -más que en las medidas sanitarias- a alguna imagen o práctica religiosa milagrosa que puede vencer a la epidemia y sus efectos. O utilizan mañosamente algún texto bíblico aislado para “culpar” a Dios por la pandemia y, a la vez, dar órdenes de conductas para que Él “se arrepienta” del mal que está provocando.
En ambos casos, no hay fe en Dios, sino superstición: el primero sin confiar en Él, sino en un objeto inanimado y en el otro con una distorsión de esta, al menos de la fe en el Dios Padre bueno de Jesús.
Es que una de las más tristes falencias que tenemos los humanos en general, incluidos quienes nos decimos creyentes, es la poca fe, que se traduce en falta de esperanza. Somos más bien tendientes a ser desesperanzados. Pero no somos los únicos en toda la historia.
Este día se nos relata el regreso de una pareja de seguidores de Jesús, muy desencantados, desde la Jerusalén donde se había vivido todo el drama de la Pasión de Jesús, hacia el pueblo desde el que habían salido llenos de ilusiones tras el Nazareno. Uno los puede imaginar hasta arrastrando los pies. Y comentando, por cierto, los acontecimientos que acababan de vivir: cómo a su Maestro «nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron»
Todavía no asimilaban cómo habían llegado a esto, porque ellos lo habían visto siempre sonriente y confiado-esperanzado en que el Reino de su Padre, Dios, se iba desarrollando entre ellos, debido a que él «fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo», de tal manera que hacía curaciones milagrosas, pero también recibía con cariño a quienes habían tenido tropiezos en la vida; muchas veces multiplicó el alimento para una multitud de necesitados, pero también dio alivio y consuelo a quienes lo precisaban. Y tenía historias tan hermosas acerca de cómo era Dios y cómo Su Reinado de amor misericordioso se iba haciendo carne cuando los suyos replicaban esas conductas con los demás.
¿Por qué terminó todo esto, que se veía tan bello, de esa manera tan monstruosa?
Cegados por el dolor no fueron capaces de ver en el peregrino que se les unió quién era éste realmente. Ni siquiera en la vehemencia con que los reprendió por no comprender lo que podían encontrar, si hubiesen puesto más atención, en los textos sagrados: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?” Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él»
Sin embargo, algo de lo que habían aprendido de su Maestro se pudo vislumbrar en ellos: el
cansancio del viaje, más el abatimiento, no les impidió ser hospitalarios, debido a que «Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba”».
Ahora sí, habiendo sido capaces de dejar de lado, por un rato, sus personales sentimientos (su desesperanza), para prestar atención y servir al forastero del camino, estaban en condiciones de ver en el sencillo, pero significativo, gesto de compartir el pan, la fuerza de la resurrección entre ellos. El Señor estaba con ellos. Había que darles a conocer esta alegre noticia a sus compañeros. Entonces, desandaron el camino de la amargura y se dirigieron a donde la esperanza los llevó: hacia su comunidad. En ese lugar todos comprendieron que Cristo resucita cada vez que nuestros dolores y angustias son vencidos por el amor solidario y el servicio fraternal.

Siempre nos puede pasar que se nos muera la esperanza. ¡Tan frágiles somos, Señor! Ayúdanos a poner atención a las veces que ha ardido nuestro corazón para permitirnos ver ahí los signos de resurrección que sigues produciendo entre nosotros. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, dar testimonio fiel de la Resurrección viviendo la fe con una esperanza activa y con frutos que sirvan a los demás ,
Miguel

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