PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
31 de Mayo de 2020
Solemnidad de Pentecostés
Lecturas
de la Misa:
Hechos 2, 1-11 / Salmo 103, 1. 24. 29-31. 34 Señor, envía tu Espíritu y
renueva la faz de la tierra / I Corintios
12, 3-7. 12-13
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan
20, 19-23
Al atardecer de ese mismo día, el primero
de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los
discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos,
les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Mientras decía esto, les mostró sus manos y
su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con
ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al
decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban al Espíritu Santo. Los
pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a
los que ustedes se los retengan.»
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
La unidad, el estar «todos reunidos en el mismo lugar» (1L), es la situación ideal que busca el Resucitado para soplar aliento de
vida nueva sobre sus discípulos (Ev), para potenciar su actuar comunitario,
porque, como dirá el salmista: «si envías tu aliento,
son creados, y renuevas la superficie de la tierra» (Sal). Esto es necesario para que quienes creen sirvan a los demás con las
capacidades que él les da a cada uno y a todos apoyándose y fortaleciéndose
mutuamente, ya que «en cada uno, el
Espíritu se manifiesta para el bien común» (2L).
Y en qué basarla para que sea paz verdadera.
Cuando en 1963 el Papa de la época, Juan
XXIII, publica una encíclica (carta solemne del obispo de Roma dirigida a toda
la Iglesia Católica) al respecto, titulada “Pacem in Terris”, indica que es “Sobre
la paz entre todos los pueblos, que ha de fundarse en la verdad, la justicia,
el amor y la libertad”. Esto, debido a que era -y sigue siendo- muy
necesaria la aclaración, porque siempre existen quienes, sabiendo que “paz” es
un concepto que “vende”, lo utilizan inescrupulosamente para sus fines, pero
despojándolo de todos esos otros valores sobre los que debe fundarse, como
acertadamente decía ese Papa.
O no sería auténticamente paz…
Si revisamos la historia, y especialmente la
del reciente siglo pasado, cuando fue escrita la mencionada encíclica, nos
mostró regímenes que pretendieron construir sociedades en paz, pero basados en
mentiras, injusticias, egoísmo y represión. Y, aunque, tristemente, todavía hay
quienes los reivindican, el consenso humano los reprueba mayoritariamente.
Sin embargo, sin el ánimo de corregir a Su
Santidad, al parecer hay otra virtud muy importante que no menciona y que hace
posible que exista paz, según se nos muestra en el evangelio que meditamos este
día: el espíritu de reconciliación.
Recordemos el contexto en que sucede este
relato.
Estaban en aquel lugar reunidos aquellos que
sólo hace unos días habían negado y abandonado a su Maestro. Los mismos que,
antes de los acontecimientos que terminaron en su muerte, fueron capaces de
asegurar actitudes que no fueron capaces de refrendar en el momento en que
sería probada su disposición.
El caso más recordado, por cierto, es el de
Pedro (¡tan como nosotros que era!), quien se atrevió a afirmar: «”Aunque tenga
que morir contigo, jamás te negaré”. Y todos los discípulos dijeron lo mismo» (Mt 26,35). Pero
está también esta situación: Jesús decide ir hacia la región donde vivía su
amigo Lázaro, de quien le han contado que falleció, entonces «dijo a sus
discípulos: “Volvamos a Judea”». Los discípulos le dijeron: «Maestro, hace poco
los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá?». Sin embargo, Tomás (el
mismo de la duda famosa), ante la insistencia del Nazareno, exhortó a sus
compañeros, temerariamente: «”Vayamos también nosotros a morir con él”» (Jn 11,7-15).
Y existe un caso menos recordado de traición
-por contradecir las enseñanzas del Maestro del amor y la paz-: es el de aquel de
quien, siendo discípulo suyo, en el momento de la detención de éste, sacó una
espada y atacó a uno de los aprehensores (Mt 26,51).
Sumémosle a todo lo anterior el que, como
decíamos, todos los que estaban encerrados «por temor a los judíos», salvo el “discípulo
amado”, según el relato del evangelista Juan, lo habían abandonado a su
terrible suerte en ese fatídico viernes.
En suma, había un ambiente de pesar y
remordimiento compartido en esa habitación oscura por el encierro y el miedo,
cuando la luz del Resucitado iluminó sus vidas con estas palabras que tanto
necesitaban escuchar en sus corazones atribulados: «¡La
paz esté con ustedes!».
Es decir, se dan cuenta de que
no debían temer por las posibles cuentas pendientes, ya que su amor
reconciliador era mucho más grande que todo lo reseñado. Y, para que quedase
más clara la relación íntima entre ambas condiciones, luego agrega: «”¡La
paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a
ustedes.” Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban al Espíritu
Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán
retenidos a los que ustedes se los retengan.”».
Con esta fórmula, de paso -un
paso extremadamente importante para quienes nos decimos cristianos-, añade la
orientación para saber a Quién recurrir y de Dónde sostenerse en los caminos de
la paz: de su propio Espíritu divino, el cual hará posible que, pese a nuestra
debilidad y pequeñez ante una tarea tan grande logremos aportar cada uno y
todos juntos a que en nuestro mundo puedan triunfar “la verdad, la
justicia, el amor y la libertad”… Y la reconciliación.
De tal manera que la tan necesaria Paz pueda
gobernar nuestro planeta.
Pentecostés, la fiesta del Espíritu de Dios
derramado en nuestros corazones, puede producir frutos en nosotros si, quienes
nos sentimos animados por Él, hacemos conciencia de esta necesidad y, por ello,
nos hacemos parte del movimiento de personas de buena voluntad que están construyendo
un mundo más pleno, más humano, en suma, de verdadera Paz.
Nos falta paz en el corazón, Señor. Y también sabemos que, en estas
circunstancias y siempre, al mundo le hace falta auténtica paz. Haznos, como te
pedía el pobrecito de Asís, instrumentos de tu paz, que no es como la que da el
mundo, sino como la construiste tú: con verdadero amor. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, ser
constructores de verdad, justicia, amor, libertad, perdón y todo lo que sea
necesario para un mundo más humano,
Miguel
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