miércoles, 27 de mayo de 2020

A Quién recurrir y de Dónde sostenerse para construir Paz


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
31 de Mayo de 2020
Solemnidad de Pentecostés

Lecturas de la Misa:
Hechos 2, 1-11 / Salmo 103, 1. 24. 29-31. 34 Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra / I Corintios 12, 3-7. 12-13

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     20, 19-23
    Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
    Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
    Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.»
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
La unidad, el estar «todos reunidos en el mismo lugar» (1L), es la situación ideal que busca el Resucitado para soplar aliento de vida nueva sobre sus discípulos (Ev), para potenciar su actuar comunitario, porque, como dirá el salmista: «si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie de la tierra» (Sal). Esto es necesario para que quienes creen sirvan a los demás con las capacidades que él les da a cada uno y a todos apoyándose y fortaleciéndose mutuamente, ya que «en cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común» (2L).
Y en qué basarla para que sea paz verdadera.
Cuando en 1963 el Papa de la época, Juan XXIII, publica una encíclica (carta solemne del obispo de Roma dirigida a toda la Iglesia Católica) al respecto, titulada “Pacem in Terris”, indica que es “Sobre la paz entre todos los pueblos, que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad”. Esto, debido a que era -y sigue siendo- muy necesaria la aclaración, porque siempre existen quienes, sabiendo que “paz” es un concepto que “vende”, lo utilizan inescrupulosamente para sus fines, pero despojándolo de todos esos otros valores sobre los que debe fundarse, como acertadamente decía ese Papa.
O no sería auténticamente paz…
Si revisamos la historia, y especialmente la del reciente siglo pasado, cuando fue escrita la mencionada encíclica, nos mostró regímenes que pretendieron construir sociedades en paz, pero basados en mentiras, injusticias, egoísmo y represión. Y, aunque, tristemente, todavía hay quienes los reivindican, el consenso humano los reprueba mayoritariamente.
Sin embargo, sin el ánimo de corregir a Su Santidad, al parecer hay otra virtud muy importante que no menciona y que hace posible que exista paz, según se nos muestra en el evangelio que meditamos este día: el espíritu de reconciliación.
Recordemos el contexto en que sucede este relato.
Estaban en aquel lugar reunidos aquellos que sólo hace unos días habían negado y abandonado a su Maestro. Los mismos que, antes de los acontecimientos que terminaron en su muerte, fueron capaces de asegurar actitudes que no fueron capaces de refrendar en el momento en que sería probada su disposición.
El caso más recordado, por cierto, es el de Pedro (¡tan como nosotros que era!), quien se atrevió a afirmar: «”Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré”. Y todos los discípulos dijeron lo mismo» (Mt 26,35). Pero está también esta situación: Jesús decide ir hacia la región donde vivía su amigo Lázaro, de quien le han contado que falleció, entonces «dijo a sus discípulos: “Volvamos a Judea”». Los discípulos le dijeron: «Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá?». Sin embargo, Tomás (el mismo de la duda famosa), ante la insistencia del Nazareno, exhortó a sus compañeros, temerariamente: «”Vayamos también nosotros a morir con él”» (Jn 11,7-15).
Y existe un caso menos recordado de traición -por contradecir las enseñanzas del Maestro del amor y la paz-: es el de aquel de quien, siendo discípulo suyo, en el momento de la detención de éste, sacó una espada y atacó a uno de los aprehensores (Mt 26,51).
Sumémosle a todo lo anterior el que, como decíamos, todos los que estaban encerrados «por temor a los judíos», salvo el “discípulo amado”, según el relato del evangelista Juan, lo habían abandonado a su terrible suerte en ese fatídico viernes.
En suma, había un ambiente de pesar y remordimiento compartido en esa habitación oscura por el encierro y el miedo, cuando la luz del Resucitado iluminó sus vidas con estas palabras que tanto necesitaban escuchar en sus corazones atribulados: «¡La paz esté con ustedes!».
Es decir, se dan cuenta de que no debían temer por las posibles cuentas pendientes, ya que su amor reconciliador era mucho más grande que todo lo reseñado. Y, para que quedase más clara la relación íntima entre ambas condiciones, luego agrega: «”¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.” Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.”».

Con esta fórmula, de paso -un paso extremadamente importante para quienes nos decimos cristianos-, añade la orientación para saber a Quién recurrir y de Dónde sostenerse en los caminos de la paz: de su propio Espíritu divino, el cual hará posible que, pese a nuestra debilidad y pequeñez ante una tarea tan grande logremos aportar cada uno y todos juntos a que en nuestro mundo puedan triunfar “la verdad, la justicia, el amor y la libertad”… Y la reconciliación.
De tal manera que la tan necesaria Paz pueda gobernar nuestro planeta.
Pentecostés, la fiesta del Espíritu de Dios derramado en nuestros corazones, puede producir frutos en nosotros si, quienes nos sentimos animados por Él, hacemos conciencia de esta necesidad y, por ello, nos hacemos parte del movimiento de personas de buena voluntad que están construyendo un mundo más pleno, más humano, en suma, de verdadera Paz.

Nos falta paz en el corazón, Señor. Y también sabemos que, en estas circunstancias y siempre, al mundo le hace falta auténtica paz. Haznos, como te pedía el pobrecito de Asís, instrumentos de tu paz, que no es como la que da el mundo, sino como la construiste tú: con verdadero amor. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, ser constructores de verdad, justicia, amor, libertad, perdón y todo lo que sea necesario para un mundo más humano,
Miguel

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